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Torso clasico
Torso clásico, Partes de Cuerpos , Museo de Bellas Artes, Boston

Mariconas

De aquel último verano que Lupita y yo pasamos juntas me queda un recuerdo que la memoria no ha deslavazado del todo: ella y yo en la penumbra esponjosa de la casa de la calle Alfonso XII en Sevilla, compartiendo aquel inolvidable papel secante que nos trasladó, como por arte de magia, sobre una alfombra voladora, a la azotea de los maricones. Todo ello es ya chatarra mnemónica; no inane, no, porque se mueve solita y se reinventa a la vez que la escribo; es no ficción creativa, un género literario muy dudoso, una patraña para meter de todo pero que viene muy bien porque, claro, mi vida es real y también es ficción… algunos hechos mejor no tocarlos pero todo lo demás…en fin. Es como si te maquillaras con palabras: pones la cara y le echas el polvo.

Iré al grano. No puedo humanamente distinguir a estas alturas si aquél ácido que nos tomamos un caluroso día de julio, cuando en Sevilla hasta los pájaros se caían muertos de los árboles, era ficción o no. Creo que no, pero tal vez sí. Niego y afirmo a la vez: es un delirio barroco que no tiene límites, ni en España ni en Méjico. Pero aquello fue tan gordo que la memoria se pierde y desbarra…fue mezcla de imprevistos que culminó en desnalgue.

 

El Sha de Persia y la emperatriz Farah Diba, por Costus

 

Dormitaba aún a horas tempranas cuando Lupita me despertó. Ella estaba ya vestida y venía de la calle. Se atropellaba al hablar, estaba histérica:

-…se lo pedí el año pasado pero no me hizo ni caso. Y hoy al verlo se lo he vuelto a pedir, y entonces me ha puesto en la mano un papelito diminuto; pensé que era una broma y he estado a punto de tirárselo a la cara; no es nada más que un pedacito de papel secante. Me ha dicho: “pártelo en dos mejor, no lo pierdas, y le das la mitad a tu prima Sara”.

-“Vale, pero, ¿qué es?”

-“Se llama purple haze”.

A media tarde estábamos que reventábamos. Aquello no se podía aguantar, no cabe en estas páginas contarlo, me temo que solo me parecería gracioso a mí.

Pero nos aguardaba otra sorpresa.

 

El Sha de Persia y Farah Diba por Andy Warhol
El Sha de Persia y Farah Diba por Andy Warhol

 

La madre de Lupita, mi tía Amalia, que normalmente nos dejaba hacer a nuestro aire, entró en nuestra habitación a media tarde, se quedó mirándonos un rato sin decir nada -debíamos de tener una pinta de echar para atrás- y añadió con una sonrisa:

-Esta tarde voy a subir a ver a los maricones, y os venís conmigo. Tienen invitados. Ya es hora de que veáis mundo Sara, que en Méjico te tienen alechuguinada. Y tu Lupita, a ver si espabilas también que te estas poniendo fondona. A las ocho, que ya hará menos calor, os quiero listas.

Los maricones eran dos señores que vivían juntos en el piso de arriba. Sus nombres eran Julio y Perico, pero mi tía y Lupita los llamaban los maricones. No éramos capaces ni siquiera de hablar o de movernos coordinadamente y teníamos que subir a casa de estos seres abstrusos justo esa tarde. Yo jamás había pisado su casa, pero mi tía se subía a verlos a menudo. Era su cliente. Les compraba dibujos y cuadros porque los maricones eran artistas y, sobre todo, conocían a muchos otros artistas, y hacían como de marchantes de todo el que pasaba por allí que tuviera obra. Les pregunté varias veces por qué les llamaban los maricones, y Amalia se reía: “por nada, es que son maricones. Ya les verás la pluma”. No entendía nada. Pero mi primera impresión es que había un zoo en la azotea con especies raras, como un gabinete de curiosidades con fetos bicéfalos en formol o cosas peores.

Intuí que podían ser seres híbridos, indefinidos, ambiguos, en definitiva, raros, pero no estaba segura de cuál era la anomalía. Pensé que podían ser hermafroditas, una palabra que acabábamos de aprender en el Museo del Prado, donde habíamos visto una escultura increíble hacía unos días, cuando Lupita y su madre vinieron a recogerme al aeropuerto y me sacaron por Madrid. Nos quedamos estupefactas con aquél cuerpo de bronce que habíamos descubierto por casualidad.

 

Hermafrodita, escultura en bronces de Matteo Bonuccelli, Museo del Prado
Hermafrodita, escultura en bronces de Matteo Bonuccelli, Museo del Prado

 

Pero me río de aquellas cavilaciones sobre el sexo de los maricones… cuando me preguntan ahora en NY, así como si nada, que si soy non binary, agender o bigender es un verdadero lío como no quiero dar explicaciones, siempre abrevio y digo que gender non conforming, vamos, que no me conformo ni con una cosa ni con otra, pero yo sé que no es verdad aunque tampoco estoy segura.

En esas estábamos Lupita y yo alucinando, cuando eran las siete, y nos vestimos igual, con una falda azul y una blusa blanca, como si no tuviéramos otra ropa y fuéramos gemelas (aunque ella más gorda que yo). En nuestro delirio pubescente pensamos que éramos una misma persona pero con dos mentes y dos cuerpos.

 

Henri Fantin LAtour, Alrededro de la Mesa, 1872, Museo D'Orsay Paris
Henri Fantin-Latour, Un coin de table, (Un rincón de la mesa), 1872, Musée d’Orsay, París.

 

Retrato de Grupo, Guillermo Pérez Villalta
Escena. Personajes a la salida de un concierto rock, Guillermo Pérez-Villalta, 1979, Museo
Nacional de Arte Reina Sofía, Madrid.

 

Subimos las escaleras con tía Amalia, y cuando entré en la casa de los maricones lo primero que vi fue una escalera de caracol que llevaba a una terraza en la azotea; era un piso amplio, con pérgola, mucha luz y muchas persianas, y había montada ya una reunión muy entretenida de mayores, todos dispuestos como en un retrato colectivo, parecido a los de Courbet en su atelier o los de Fantin-Latour, retratos de grupo a los que luego, mucho después, se aficionaron los pintores, músicos y fotógrafos de la movida madrileña, que mi tía Ano-malia conoció muy de cerca, y quedó muy marcada pero sin saber por qué. Estas escenas de pandillas de artistas y amigos eran muy de la movida aunque la movida no nació en Madrid como se creía mi tía Amalia, sino en Baltimore, un poco antes, y se la inventaron John Waters con divina Divine y otros fieles. Grupos parecidos como los de la azotea de los maricones de aquella tarde aparecen luego en “las mujeres al borde de”, o las “foto-poro” de Pérez Minguez, o en tantos retratos o fotos colectivas que se me vinieron a la mente en las pantallas del Quad la semana pasada cuando me animé a ver después de tantos años Female Trouble, en español Líos de tías. Menuda movida chillona y petarda la de Baltimore…ni se oían las palomitas del ruido que arman en la película, pero hay que reconocer que la movida se la inventaron ellos. Eso si, mucho mejor la española porque rebosa savoir vivre.

 

Líos de Tías, John Waters
Líos de Tías, John Waters

 

Líos de Tías, John Waters
Líos de Tías, John Waters

 

Menos mal, !acabo de recordar dónde las guardé! Como ese verano descubrimos que mi querida tía Amalia escribía un diario, no paramos hasta que lo encontramos, y lo leí hasta dónde pude. El último día, antes de volverme a Méjico, le arranqué unas cuantas páginas que he conservado como un relicario (aunque creía que las había perdido). Me alegro de haberlas encontrado porque la tía Amalia era una mujer estrambótica pero cariñosa. Aquí están. Las transcribo. Así me doy un respiro en la escritura y en vez de no ficción creativa, utilizo una fuente primaria:

“Sevilla. 16 julio 1978.

Tres años sin Franco…¿Cómo creer que el dictador se ha ido de visita al otro mundo y que no va a volver? Ahora solo me quedaría librarme del Papa y del majadero de mi marido. Si me dan la nulidad matrimonial, soy libre. Tan virgen como María, pero con una hija en lugar de un mesías. La Iglesia es una vergüenza, pero en este país es una enfermedad. El tribunal de la Rota me va a dar la nulidad matrimonial alegando que lo mío con ese borrachuzo fue matrimonio blanco, como si él no me hubiera sobado, como si no me hubiera tocado ni un pelo, como si no hubiéramos consumado… vale, si hay que pagar y decir que soy Napoleón, yo pago y lo digo a voz en grito, pago lo que haga falta pero ¿quién soy yo para ellos?¿una entidad fantasmal? ¿Una lerda que no sabe dónde tiene la cabeza? ¿Y el dineral que pagamos por reconocer una mentira? ¿A eso se dedica la Iglesia? La República, !ah!, la República se quedó aquí corta en todo…!qué pena!

 

Carmen Polo de Franco, por Costus
Carmen Polo de Franco, por Costus

 

Sevilla. 17 de julio, 1978.

Subí a ver a los maricones. Subí a verlos con las niñas, que se comportaron mal; están atolondradas, impertinentes. No dejaban de contorsionarse como memas. Empecé a pensar que lo estaban haciendo a propósito, pero las dejé porque se habían debido tomar algo y me temo que fue algo que les ha dado el vecino, que ya me lo conozco. Ante una situación así, mejor es acompañarlas, al fin y al cabo, algún día tenía que ser. Al final me reí y todo. Mejor dejarlas fluir. Julián y Perico me avisaron de que venían las Costus. Les he comprado tres retratos de la serie chochonismo ilustrado: Grace Kelly, de una foto del Hola que he reconocido, entrando en el Palais Garnier con un catálogo del chochonisme illustré apretado entre sus manos, el Sha de Persia con la emperatriz Farah Diba, y Carmen Polo, viuda de, saludando llena de collares sobre un cielo azul celeste, un súper azul acrílico saturado. Muestran desfachatez, humor andaluz que conozco bien y que me hace gracia, arman mucho ruido, histrionismo del bueno, con tal de no pensar y de que nadie sepa lo que ocurre de verdad. Mucha negrura pero graciosa; mucho jozú, pero tira la piedra y esconde la mano, y que cada cual lo entienda a su manera.

!Me chifló el cómic de una túrmix que tritura sandías, sombrillas y familias domingueras en las playas gaditanas…! Pero no está acabado y no lo venden; no sé quién se lo llevará. A mí no me lo quieren vender. A alguien tendrán en el punto de mira. Costus pero muy reinas, muy suyas. Les encanta la sangre. El snuff a la española, en blanco y negro. Están muy guapos. Sin embargo, a Perico y a Julián los encuentro con mal aspecto, preocupados. Y había otro amigo, Fabio, muy gracioso, que no paraba de decir que era una perra. Yo diría que era más una zorrona. Con tacones. Minifalda vaquera, probándose pelucas, preparándose para salir… !con este calor! Mañana se van a la playa. Llevan ya más de dos años viviendo en Madrid…Imagino que se irán a Tarifa primero y de ahí a Bolonia. Allí se está más fresco que aquí. A las Casas del Porro tal vez. Las alquilan en verano en grupo, pero sin agua, sin luz, plan Bowles sheltering sky…!qué pereza!”.

 

Enrique Naya y Juan Carrero, las Costus
Enrique Naya y Juan Carrero, las Costus

 

-Amalia, estas niñas ¿de qué van? Parecen azafatas. Dijo Julián nada más vernos entrar.

-No te metas con ellas. Mía solo es una.

-Pues cámbiales el baby y quítales el uniforme, que están ya en otra edad.

-“¿Por qué os llaman los maricones?” Solté yo haciéndome la inocente, a sabiendas de que revelaba un secreto. Mi tía Amalia me miró como si se alejara de mi en una nave espacial. Pero yo continué: “¿Eso qué es? ¿Sois chicos o chicas?”

-“Somos lo que tu quieras. Tu por eso no te vayas a preocupar”, me dijo Enrique costus. “Igual que tú: eres lo que tu quieras ser”.

-“A ver”, decía Juan muy serio, “dime que tengo que tener  y te digo lo qué soy”. Como yo no me atreví a decir nada, él me dijo riéndose y poniéndose en jarras: “Pues si tú quieres nosotros somos mariconas”…. El humor andaluz, que lo sume todo en un vaho de alegría y castañuelas.

Nos retorcíamos de la risa incapaces de hablar. Habíamos salido ya más o menos de la infancia, pero éramos aún puro pavo. Y ellos suavemente ácidos. Se fijaban en nosotras y nos incluyeron en la conversación desde el principio; nos tenían en cuenta, nos gustaban pero a mi se me interponía la palabra maricones como un rejón violento que salía de alguna parte. Me dolía, me hacía sentir una traidora, como si se estuviera cometiendo una injusticia y yo fuera cómplice; a la fuerza, sin escapatoria. Sentía amargura, y me daba pena que ni mi tía Amalia ni Lupita se dieran cuenta de su doble rasero. Eso me alejó de ellas. Allí me di cuenta de que Lupita hacía lo que veía hacer a su madre. Y de que, sin que te des cuenta te vuelves una cabrona sencillamente por imitar sin cuestionar. Además, estaba todo lo que Lupita y yo hacíamos y deshacíamos con nuestros cuerpos en nuestro templo de la voluptuosidad…Nos daba una risa tonta, una adrenalina facilona acentuada por el purple haze, el papelito secante que jamás olvidaríamos…lo que tú quieras, pero en pleno ácido me vino una voz clara: eso no es una broma, es un desprecio. Darse cuenta de eso es como un punto de no retorno. ¿Por qué a esos chicos los llamaba mi tía maricones? Y yo y Lupita, entonces, debíamos ser también algo raro…¿Acaso yo y Lupita no éramos entonces unas mariconas por vivir juntas todo el día? 

-“O raja o pito”, le dije, “pero no las dos cosas”.

-Deslenguadas, decía Fabio. Y continuaba: “Tenemosss de todo, mona, a ver qué te piensasss…cuarto y mitad, y mitad de cuarto…”.

-“La teníais pero os la habéis cortado en rodajitas; pues  entonces os queda solo raja, pero ¿y ese bulto?…!ah!…es que sois las dos cosas…”, seguía yo muy suelta con una diarrea verbal imparable.

-“Pues entonces yo soy chica y maricona” -el género de las palabras me fallaba y no me fallaba-, me lancé a decir mirando a Lupita, que hizo un mohín.

-Uy, Sarita, qué lista eres tú…Respondió Enrique.

¿Y como se hace eso de ser una cosa y la otra…? Dímelo tu ahora…

-Menudo potaje, mona, añadía Fabio.

-¿Queréis ver fotos y cuadros? Nos preguntó por fin Juan, salvándonos de aquel embrollo. Su perra afgana, Lala, se acercó en ese momento y buscó con la lengua unas caricias en mi mano. Es el único gesto de cariño genuino que recuerdo de aquél verano. 

 

Retrato de Warhol
Andy Warhol, Autorretrato, Fort Worth Museum, 1986.

 

Abrieron unos álbumes de Warhol, al que las Costus conocerían unos años después en Madrid, pero entonces no lo sabían. No teníamos ni idea de quién era aquél albino pero los retratos de Costus nos parecieron más divertidos que los del tal Andy, que eran como billetes de banco: valían mucho pero su esencia era repetirse más que una caja de cigarrillos; los de Costus eran mucho más apetecibles y te hacían reír, y, además, no los hacían para forrarse directamente con el dinero del retratado, no podían, claro, era otro rollo. Pero, igual que mi tía Amalia, nos entretuvimos con sus cómics. Y nos fuimos con el irrefrenable deseo de que nos hicieran un retrato…fue un ataque de icono-parasitismo irrefrenable, que marcó nuestras vidas: no queríamos a un hijo sino un retrato, nuestra imagen chochonizada in situ. Lo queríamos allí mismo, como si pintar un retrato fuera cosa de foto-matón. Meneando la cabeza nos dijeron, muy importantes ellos, que no podían, porque solo se dedicaban al chochonismo ilustrado y nosotras no pertenecíamos a esa clase de gente. ¿Qué tendría que ver el chocho con ilustrarse? Al parecer, no estábamos aún capacitadas para entenderlo.

 

Sticky fingers, la portada del disco favorito de Tía Amalia, The Rolling Stones.
Sticky fingers (1971), la portada del disco favorito de Tía Amalia, The Rolling Stones.

 

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