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Patagonia
Photo by: derekandnona ©

Mapudungun

Las lejanas historias de este relato, transcurrieron en el límite noroeste de la Patagonia argentina; punto cuatripartito, en el que convergen las provincias de Mendoza, Neuquén, La Pampa y Río Negro, a 1 040 km de la ciudad de Buenos Aires, con rumbo O-SO.

Donde termina el camino del desierto ¾ ruta nacional 151 ¾, cobró vida la Colonia 25 de Mayo, cabecera del departamento Puelén, fundada el 26 de julio de 1909 por el presidente José Figueroa Alcorta. Ubicada en el extremo sudoeste de la provincia de La Pampa, sobre la margen izquierda del río Colorado, con vegetación natural xerófila; clima continental de otoños y primaveras suaves, veranos cálidos e inviernos fríos con fuertes vientos helados y secos. Durante el verano de 1961/62, hace unos sesenta años, era un campamento en el que nos alojábamos los técnicos afectados al Programa Provincial de Aprovechamiento del Río Colorado y unas pocas viviendas de pastores nativos. Las tierras actualmente adjudicadas, se han destinado al cultivo de la vid, de alfalfa, cereales, frutales, especies hortícolas y forestales. El ordenamiento territorial, definió cuatro sistemas de aprovechamiento agrícola: El Sauzal (4 000 Ha), Planicie Curacó (12 000 Ha), Valle de Prado (3 000 Ha) y Bajo de los Baguales (20 000 Ha) y uno de utilización múltiple, el de 25 de Mayo (46 000 Ha).

Quién escribe, con funciones de topógrafo, era el ‘che pibe’ de un equipo de trabajo que conducía el ingeniero José S. Gandolfo, por aquel entonces, también presidente del CONICET. Ser partícipe, de la transformación de un paisaje yermo; de un arenal arbustivo, en tierra sistematizada y productiva, era y sigue siendo una ilusión, un sueño motivador.

El río Colorado nacía en Cari Lauquen, una laguna verde debido a la presencia de algas y de finas partículas minerales o harina de rocas. Carri Laufquén como también se lo llama, es un lago de origen glaciar que ocupa una depresión causada por la acción erosiva del hielo, cerrada por una morrena frontal, formada por depósitos de derrubios. Luego de su catastrófica ruptura, en la tarde del 29 de diciembre de 1914, se origina en los ríos Barrancas, en el que descarga la laguna, y Grande, ubicados en Mendoza y Neuquén. El aluvión por derrumbe del cierre natural del lago, provocó centenares de víctimas. El desborde inicial fue causado por una recarga anormalmente alta durante la primavera y el verano, al derretirse una extraordinaria cantidad de nieve acumulada durante la estación fría. La profundidad de la cubeta, alcanzó los 95 metros antes del colapso del azud natural, abriendo una brecha de 250 metros y 100 metros de alto. La excepcional avenida del río Colorado, arrasó con pobladores y sus animales domésticos, viviendas, parcelas de cultivo, arboledas y caminos.

Según informes de la época, el lago Cari Lauquen debe haberse vaciado bruscamente alrededor de las 16 horas del 29 de diciembre, pasando el torrente por el poblado de Barrancas a las 20 horas y por el caserío de Colonia 25 de Mayo al mediodía del día 30. Más de 2 800 millones de metros cúbicos de agua y lodo escurrieron por el río Barrancas y luego por el Colorado, borrando el incipiente pueblo de Barrancas, que debió ser relocalizado. La laguna tiene en la actualidad 21,5 kilómetros de largo por 10 de ancho. Más que de las víctimas, en la zona se habló del hombre cuya misión era controlar el nivel de la laguna. “Se llamaba Becaría, se había ido de tragos a Mendoza, me parece que a Malargüe, volvió unos días después, vio lo que había pasado y de ahí se escapó para Chile. Nunca se volvió a saber de ese hombre que era el que tenía que medir con una vara”, explica Pedro Mora, según relata con elocuencia Rodolfo Chávez, quién fuera editor responsable del Diario Río Negro.

El presidente Nicolás Avellaneda fomentó la inmigración europea, que la Constitución de 1853, definió en la “cláusula del progreso” del ideario de Alberdi: “en América gobernar es poblar”. Llegaron así, profesionales con diversa formación; entre ellos, geólogos, hidrólogos, glaciólogos, etc. Muy probablemente, alguno de ellos, debió haber prevenido a su subalterno, el tal Becaría, sobre el peligro asociado a un aumento anormal de la cota del lago y la necesidad de alertar a la población o bien promover una evacuación. El responsable, habiendo faltado a su obligación, optó por la fuga.

Parafraseando a Chávez, en la cordillera, vida, memoria y muerte cabalgan sobre un mismo corcel, inocente y mágico; algunas veces, no tan inocente. De modo que a pocos años de su fundación y un siglo atrás, el paraje que nos ocupa, vivió el dolor de la pérdida. Hace sesenta años, la obra civil más destacada del proyecto de colonización de 85 000 hectáreas, era el puente-dique derivador Punto Unido que hoy asegura la continuidad de la ruta 151; capta y conduce parte de las aguas del río Colorado, en un tramo donde el cauce es único.

La región es de régimen climático bicíclico; durante el “Hemiciclo Húmedo Florentino Ameghino”, entre 1870 y 1920, se realizaron las campañas del desierto contra las etnias Mapuche y Ranquel y ocurrió la trágica inundación. Las culturas indígenas fueron afectadas por un proceso deliberado de invisibilización, iniciado en la segunda mitad del siglo XIX.

No fue el conocimiento de la lengua mapudungun, lo que facilitó mi acercamiento a algunos grupos mapuches ¾ etimológicamente, gente de la tierra ¾, sino la circunstancia de ocupar el final de la jornada en bosquejar o pintar el árido paisaje durante el largo atardecer. Tal vez esto fuera interpretado con sentido religioso como ligación o unión del mundo espiritual con el mundo tangible. Como fuera, se trataba de una experiencia de silenciosa y mutua aceptación, basada en el compartido respeto a la Naturaleza y el reconocimiento de un desarrollado sentido estético del pueblo mapuche, expresado en una producción textil que armoniza diseños y colores.

La familia mapuche cumple dos funciones; una económica, como unidad de producción y consumo y otra cultural como ámbito de socialización, donde las funciones están diferenciadas según sexo y edad. Los varones eran entonces, pastores de ovejas. Tuve oportunidad de observar el proceso de construcción de una vivienda para una nueva pareja ¾ solo uno de los cónyuges pertenece al grupo familiar (exogamia) y la mujer sigue al hombre (patrilocalidad) ¾; tarea encarada por las mujeres, bajo la dirección de la aparentemente más anciana. La transmisión de saberes parecía ocurrir en el ámbito doméstico.

La vivienda o ruca que levantaban en medio de risas y animada conversación, estaba definida por tortuosos horcones, algunos empatillados. Hicieron las paredes ¾ con mínimo aventanamiento ¾ con paja ‘quinchada’, una argamasa de barro y paja o adobe, reforzada por dentro con rodrigones y las tapizaron con totora cortada en los bajos anegables de la costa del río Colorado. El techo era de junquillo o de paja brava.

Hacia finales del “Hemiciclo Seco” (1920 a 1973), el 25 de mayo de 1972, se inauguró la nueva obra hidráulica y vial, con una longitud en el coronamiento, de 184 m y cuya toma sobre la margen derecha, mediante un sifón, beneficia el lado pampeano del valle. El relevamiento se encaró durante la presidencia del Dr. Arturo Frondizi, de quién dijo el Dr. Alfonsín, “Nunca odió a sus adversarios y tampoco tuvo rencor… De sus altos valores da cuenta la visita que la hija de López Rega hizo a Frondizi en su casa, en la que el anfitrión le reprochó: ‘Sí, fue su padre el que mandó matar a mi hermano Silvio, pero yo lo perdono porque en mi corazón no guardo rencor ni deseos de venganza’. Norma, la visitante, se echó a llorar.” Fue derrocado y hecho prisionero por un golpe de estado, el 29 de marzo de 1962. Asumió ese mismo día, José María Guido, nombrado por la Suprema Corte de Justicia, alegando acefalía; nueva interrupción de nuestra vida institucional.

Entre otras actividades, debíamos instalar casillas meteorológicas, cometido que nos llevaba a desolados parajes; entre ellos, uno llamado Gobernador Ayala, en homenaje a Juan Ayala, nombrado Gobernador de la Pampa Central en 1884, ocupando el cargo el 27 de abril de 1886 y continuando en funciones hasta 1891. En la cartografía de comienzos del siglo XX, este caserío ¾ de coordenadas 37°32’59” S, 68°05’00” W ¾, se identificaba como Colonia Los Piojos; pobreza y desolación que seguramente no merecían tal menoscabo. Dejamos el campamento antes del amanecer, habiendo cargado la noche anterior, las herramientas y los materiales e instrumentos necesarios para dejar operando la modesta estación meteorológica. Ubicados en el lugar, contamos con la cooperación de quién tenía a cargo el destacamento policial y de algún otro vecino. Era una hermosa mañana, soleada, la brisa movía las ramas de eucaliptos y álamos distantes. El sonoro contacto entre las hojas, evocaba el sonido de los colgantes y adornos cinéticos con cuentas de láminas de nácar o madreperla.

Se trabajó normalmente; se instruyó al policía en el registro de datos. Pasado el mediodía, preguntamos dónde podíamos proveernos de alguna vitualla. Su respuesta fue que no había almacén en el lugar, pero que él y su familia estarían muy honrados recibiéndonos en su casa. Al principio agradecimos su ofrecimiento, pero luego cedimos considerando la hora y la seguridad de quedar encajados en alguno de los caminos polvorientos durante la siesta, experiencia vivida varias veces.

Al aproximarnos a su vivienda, con cubierta a dos aguas, lo primero que se advertía era la disposición de las tablas, no canteadas, de envolvente. Estaban clavadas a tope, de modo que las juntas no solo permitían observar el interior, sino ver del otro lado, como atravesando la construcción. Cuando se dispone de recursos, se montan con solape, de modo de cerrar y proteger también de la lluvia o la nieve, los espacios que confinan. Pensamos cómo sería habitarla durante el invierno con los vientos helados que soplan sobre las bardas. En nosotros, sentimientos de gratitud y desasosiego.

Una mesa rectangular de tablas algo abarquilladas y un mantel blanco remendado con zurcidos. A modo de decoración en los tabiques, alguna tapa o página central de una revista de entonces. Toda la familia de pie alrededor nuestro. Inquirimos prudentemente sobre esta extraña situación y nos respondieron que los cuatro niños ya habían almorzado y que ellos, dueños de casa, preferían atendernos primero. Nos sirvieron un plato de sopa con una papa y un hueso pequeño, descarnado. En el caldo flotaban a media agua, unos fideos minúsculos. Agradecimos también el pan de campo, tal vez el alimento más substancioso del almuerzo. Algo hacía que no pensáramos en el buen servicio de la cocina del campamento y en el torrontés riojano de Chilecito con que nos deleitábamos. Ofrecimos pagar. Tenaz resistencia, hasta nos avergonzó nuestro intento de dar algo a los pequeños. En el camino de regreso, luego de un prolongado silencio, pregunté a mi jefe, si pensaba lo mismo que yo en relación con el frugal almuerzo. Su respuesta fue afirmativa.


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