No hemos terminado de escanear todas las huellas digitales del planeta, ni todas las pupilas disponibles, ni todas las huellas imaginadas, y ya hay un supermercado en Londres que está probando un sistema de pagos con otro tipo de biometría que, para mi gran sorpresa, verifica el patrón único de venas en los dedos para pagar por lo que sea que se venda en el establecimiento. ¿En qué momento nos convertimos en un mapa hecho por cualquier oficinista distraído, en una única mancha de pintura sobre el gran lienzo, creciente, por cierto, que es la humanidad?. A lo mejor en el mismo instante en que a alguno de nosotros se le ocurrió erguirse y dejar atrás el anonimato de los cuadrúpedos, o cuando uno de nosotros contuvo la respiración y salió del agua bajo su cuenta y riesgo, en busca de las nuevas formas del agua, o cuando uno de nosotros pasó de ser polvo de estrella a una bola de fuego rodeada de agua, o cuando uno de nosotros explotó en miles de trillones de partes sin que algo se lo pudiera explicar o evitar. Y es que, eso somos, una lista eterna de preguntas sin respuesta, de caminos sin andar, de formas sin precedente, una red única de lazos de sangre que nadie ha visto con sus propios ojos y que, aunque logre verla, habrá cambiado poco después.
Sí, no hemos terminado de saber lo que somos y ya hay otra manera de intentar descubrirlo. Hay que reconocer que en eso la ciencia le lleva cierta ventaja a la poesía y a la filosofía: es capaz de preguntarle a una pregunta por algo que nadie ha dicho todavía; pero también está un paso atrás, hay que decirlo: le está haciendo la pregunta equivocada.
Photo Credits: distillated ©