Dice aquí que ahora puede monitorearse cada una de las ondas cerebrales que causa cualquier expresión artística en nuestro cerebro y, como si esto fuera poca cosa, dibujar con ella, gracias a electroimanes del tamaño de una pulga bebé, que es lo que éstas nos hacen recordar o imaginar. Leo entonces que, palabras más, palabras menos, ahora podrán crearse películas enteras y hasta series de mil capítulos a partir de la reminiscencia y el imaginario que reside en algún lugar sin nombre (por ahora, imagino) dentro de nosotros. Lo cual me parece que es un avance hacia el futuro y, a la vez, hacia el pasado. Como debe de ser con la ciencia.
Pero vamos por partes. Es un viaje porque nos hace movernos desde el cómodo presente; dicho de otro modo: un lector ordinario leyendo es suficiente para que el mundo no se detenga. Hacia el futuro porque nadie se hubiera imaginado esto hace cinco mil años; ni alguien lo hará hoy si no saca los ojos de las redes sociales de los demás. Hacia el pasado porque la literatura le gana, una vez más, la batalla al cine, su acérrimo enemigo invisible; la gana sin luchar, como se ganan las grandes guerras, las que no existen.
Anónimo lector, no quiero irme de este montón de palabras sin decirle que el mañana es hoy, que el mañana fue hoy y que el mañana será hoy. O como ya lo advirtió Machado, que «Hoy es siempre todavía». Pero no me alcanza la sangre para escribir algo tan sublime, ya el futuro me tomó ventaja. Aunque a ustedes sí les alcanzará el tiempo para leerlo, ya que dejaron el pasado atrás.
Photo Credits: Bezalel Ben-Chaim ©