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Maldito Lasticon
Photo by: nik gaffney ©

Maldito Lasticön de Gastón Virkel

En Maldito Lasticön (SEd 2019), Gastón Virkel nos presenta a un poeta maldito que vive en Miami. Se conoce la obra poética de Lasticön a través de la novela a medida que deja post-its con algunos versos o escribe en el asiento de un carro en el que acaba de vomitar. Sin embargo, el narrador (o editor) es benevolente con los lectores y al final de cada capítulo incluye los poemas pasados a limpio, acompañados de un título y los datos de creación; Lasticön ha escrito en Bilbao, en Miami, La Habana y Nueva York. Podemos asegurar que Lasticön es un hombre de mundo, que ha experimentado la vida citadina y que de su pluma (usa plumas, generalmente robadas) han nacido voces poéticas que se burlan, critican y al mismo tiempo adoran dicha vida. No obstante, la tendencia autodestructiva que guía sus acciones hace que la maldición que lo rodea sea una confusión: no sé si es maldito como consecuencia de su talento literario o esa genialidad poética es el resultado de su maldición. El hecho es que sus poemas son gemas encontradas en ambientes hediondos, oscuros, deprimentes. Como un buzo que saca perlas del fondo del mar, tenemos que adentrarnos en la realidad de Lasticön, entre alleys y trasfondos de Miami, para acceder a sus versos, los cuales reflejan una mezcla de hastío, tristeza, asquerosidad, preciosura y modernidad. Asimismo, el poeta hace una afrenta a la palabra que controla la fe. En varios de sus poemas hay referencias a la religión católica, la cual no envuelve en lo absoluto su diario vivir.

 

Maldito Lasticon

 

“Lovely psycho que estás en los suelos.” (38)

“Nadie tiene un duro para el entierro.
En el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo,
AMEX.” (73)

“Merezco, malditos, una rima absurda
y a las 5 jineteras del apocalipsis.” (86)

Se da una mezcla del mensaje piadoso, ordinario y aprendido por los creyentes con elementos de una vida miserable, indigna y ruin. El maldito Lasticön es una persona cuya rutina es tocar fondo. No se sabe mucho de su pasado, y realmente muy poco de su presente, qué hace para mantenerse, qué espera de la vida, su experiencia como inmigrante en una ciudad como Miami. Solo se conoce la actitud que tiene ante el día, porque cada día conlleva una lucha para no salir de ese fondo. Lasticön, sin embargo, no está solo. Se las arregla para que Álvaro, su mejor amigo, cómplice, amante y medio cuñado por momentos, lo saque de las siempre complicadas situaciones en las que termina. Muchas veces se involucra en golpizas, en forma de líder o víctima, y no se queja de serlo, sino del dolor que le ocasionan las fracturas y los moretones. Al inmiscuirme en la cotidianidad de los personajes me pregunté varias veces lo mismo que el narrador: “Cómo sucedió que este freak y sus salidas absurdas se convirtieron de pronto en la norma de sus vidas” (81). Me conecté con los personajes al decirle pinche y cabrón repetidamente. Pensé que me hartaría de verlo rescatado por los demás personajes, aquellos que sí tienen un pasado, que sí muestran algo de su humanidad y de lo que quieren en su destino. No obstante, no me cansé, por el contrario, quería saber en qué embrollo se metería el poeta maldito en el siguiente capítulo. Más aun, quería enterarme del resultado del negocio planeado por el clan y el desenlace de las peleas contra recuerdos trágicos y demonios. Gastón Virkel, con una magnífica prosa, es capaz de atar a los lectores y no dejarlos ir aunque se encuentren sumergidos en lo más sórdido. Lasticön, por otra parte, los atrapa con sus versos.

Esta novela no cierra con un lazo y una despedida perfecta. Esta historia queda abierta, como así permanecen las heridas de sus personajes y su porvenir. Así, el último poema de Lasticön incluye los siguientes versos:

“Sangro por la misma herida que tiñó aquel agua que me asfixia cada día
pero en la que hallo el último aliento y una figura poética que redime
y empuja y exige que la pinte en el frente impoluto de algún templo” (146)

Con una herida abierta y ganas de respirar también concluye esta reseña.


Photo by: nik gaffney ©

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