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Luz Marina Zamora
Luz Marina Zamora De colores documental

Luz Marina Zamora: Somos lo que traemos

Luz Marina Zamora, cineasta Venezolana, es la directora técnica más joven de su país. Con una destacada experiencia cinematográfica en obras de ficción, cortos, documentales, y comerciales, recibió por su cortometraje Caracas Enrejada (2010) una mención especial en el Festival de Cine de Caracas Filminuto. En New York (2016), recibió las becas del Women’s International Leadership Program y Davis Peace and Diplomacy (International House). Su documental De Colores, requisito del Documentary Certificate Program de The New School –y contra todo pronóstico realizado en su totalidad con un iPhone– unifica a partir del personaje de Aura la historia de muchas mujeres hispanas en Estados Unidos. Documental de altísima calidad visual y narrativa, de trama fluida y cuidadosa, de mirada íntima y discurso problemático, retrata la sociedad norteamericana a través de los ojos y el brío de una inmigrante latina emprendedora y resiliente que a través de su trabajo como asistente doméstica y gracias a su perseverancia, se convierte en empresaria en su país de origen.

De Colores, estrenado en el IFC Center como parte del Festival titulado The Future is Feminine, integró en 2017 la selección oficial de DOC New York, el festival de cine documental más importante de Estados Unidos; participó en el Panamanian International Film Festival (Los Angeles), y en 2018 será presentado en BAM (Brooklyn Academic of Music) y en Los Angeles Women’s International Film Festival. Esta historia que el ojo de Zamora teje desde el encuentro de dos mujeres que son una sola y todas a la vez, nos llevó una tarde cualquiera a conversar sobre la resistencia de la mujer hispana inmigrante, el cine documental y de ficción, sobre el balance entre tecnología e intuición, y sobre la diáspora venezolana y el papel del arte en tiempos de crisis.

 

Luz Marina Zamora

 

Esta es la historia que voy a contar. Somos lo que traemos.

Yo estaba buscando una historia para mi tesis en el Master de The New School. Sabía que ese documental tendría que ver con la realidad latina en Estados Unidos. Porque somos lo que traemos. No puedes contar una historia lejana a ti. Un día, hablando con la cineasta Luisa de la Ville, le conté sobre mi búsqueda. “Tienes que conocer a Aura. Creo que tienen que conocerse”, me dijo. Y me dio su teléfono. Así fue que la contacté, le conté sobre mí y que debía realizar un corto, y ella respondió: “Muy bien, pero… ¿y qué pito toco yo ahí?”

Le expliqué más.

Y respondió escéptica: “¿Y… tú estás segura?”

Quedamos en vernos. En un café en Midtown nos tomamos un tinto colombiano. Ella habló y habló. Yo no tenía cámara ni grabadora. Durante un tiempo lo lamenté: “Wow, yo he debido grabar ese encuentro”. Porque ella habló con franqueza y detalle de su vida, por horas, y eso no es fácil. Me movió. “Esta es una señal”, me dije. “Esta es la historia que voy a contar”.

 

Yo veía en ella a mis antepasados.

Nos conectó inicialmente que yo veía en ella a mis antepasados. A mi abuela, por ejemplo, a esas mujeres que no pudieron acceder a una educación formal pero tenían “una visión de futuro”. Aura llegó acá, ahorró trabajando muchísimo como empleada doméstica y asistente personal, e hizo una inversión en Colombia. Y luego otra. Es una mujer muy organizada, y resiliente. Ha pasado por momentos muy difíciles, ante su vida otra persona hubiese colapsado. Pero ella tiene piel de elefante, el drama ha sido gasolina para seguir. Además tiene un gran sentido del humor, es una gran narradora, cuenta con detalles. Como una escritora. 

 

¿Por qué un iPhone?

Mi siguiente problema era: “Si ella va a exponerse hablándome de su vida, llevándome a la casa de las personas para las que trabaja: ¿Cómo puedo colocarme en igualdad con ella?” Lo bonito del documental como discurso es que vas sin un plan fijo. Pero la cámara desbalancea la relación. Y yo quería seguir a Aura desde una posición más igualitaria. No puedes contar una historia que no te afecte, y la tienes que contar desde adentro: “Aunque tengo experiencia con cámaras, mi abordaje tiene que ser otro”, me dije. Debía exponerme a algo distinto para generar algo distinto. Si usaba las mismas herramientas técnicas y creativas que había usado antes, no iba a generar nada nuevo. Tenía que ponerme en peligro. Decir a Aura: “Mira, yo estoy arriesgando”.

 

De colores documental

 

Y de pronto dicen: “¡Y la ganadora es…!”

La siguiente vez que nos vimos yo llevaba una cámara maravillosa que me gané en un concurso en The New School justo cuando no sabía qué cámara usaría. De pronto dicen: “¡Y la ganadora es…!”, yo no lo podía creer. Justo necesitaba una cámara y apareció.

Pero al encenderla Aura se desequilibró un poco. Con lo obsesiva que soy con la tecnología, probé muchas otras. La de la escuela era muy grande. Fui a B&H y alquilé varias (¡y sin presupuesto!). La tarjeta de una era muy cara, la otra no servía, la otra había que conectarla a un monitor muy grande. ¡Era muy cómico! Cada vez que veía a Aura tenía una cámara distinta. Un profesor me prestó una más pequeña con instrucciones en japonés: a las tres de la mañana del día previo a la entrevista, yo estudiando o tratando de entender el menú. Y con todo, la cara de Aura cuando me vio fue de horror. Yo me dije: “No, esto no sirve, algo está fuera de orden. Algo está off.” En un momento de desesperación concluí: “Bueno, ¡el iPhone! ¡Tantas cosas que se están haciendo con el iPhone! El iPhone, y ya”.

Todo esto sacó lo mejor de mí, yo estaba en otra zona. A mismo tiempo, quería olvidarme de la técnica, que era mi background, mi fortaleza. La tecnología afecta las formas narrativas, y si te concentras mucho en ella, te olvidas la historia. Es un elemento importante, pero tienes que seguir tu intuición. Cada historia tiene una manera de ser contada y cada momento personal y creativo es distinto. Ese proceso innovador tiene un valor. La forma y el fondo van juntos.

Cuando llegué al iPhone, me dije: “¡Buenísimo! Porque es un teléfono, pero es una cámara. ¡Perfecto!” Al pedir permiso a los clientes de Aura, resultó una salvación: “¡Ah! ¡Pero si es con un iPhone!” “¡Ah! ¡No importa!”. Esto ayudó a Aura, y a mí. Nos olvidamos de todo y nos pudimos concentrar.

 

Caminando al patíbulo.

Después de todas estas pruebas técnicas y del desfile de cámaras del que los profesores de la escuela estaban al tanto porque como parte del proceso académico tenía que hacer entregas, decir que haría la película en un iPhone fue como poner una bomba. La directora académica me dijo que yo no estaba asumiendo con seriedad mi postgrado, que estaba burlándome del programa y de mí misma.

Y yo con esa gran incertidumbre tratando de defender mi caso; con esa gran necesidad de probarles a ellos, y de probarme a mí misma. Porque yo no sabía si tenía una película. Seguí instintivamente porque sentía el personaje de Aura. Para mantenerme allí, para que la “directora técnica” que soy, no me saboteara a “la creadora”, me mantuve en lo instintivo. Me dije: “Tengo que tomar el riesgo.” Di el salto. Es un momento de madurez. Cuando presenté el assembly del proyecto me sentía caminando al patíbulo. Después la directora del programa me escribió y me dijo: “Me has dado una gran lección”. Hay que entender que Tangerine estaba apenas saliendo cuando yo empecé con De Colores.

 

De Colores está hecho como es New York y como es Aura.

“Yo te voy a seguir a ti. Yo estoy contando tu historia”, le dije a Aura. Le di la potestad de decirme dónde y cuándo y a quiénes entrevistar. Ella decía, yo iba. Aura trabaja todos los días de su vida, descansa sólo un día al mes. Si ella no trabaja, no cobra. Intentaba no retrasarla, llevar todo listo. Su tiempo para mí era sagrado. Con sus clientes todo era muy rápido, así que la parte técnica debía ser muy confiable y transparente. Nos íbamos a una casa, pasábamos dos horas, y lo que grabábamos era. Punto. De Colores está hecho como es New York y como es Aura, porque nada se repetía, todo era one shot. Aunque ella siempre me decía: “¡No!, ¡es que contigo no rindo! Cuando estoy contigo no rindo.” Yo le respondía: “Aura: yo soy rápida, y yo soy sola”. Y ella se reía: “¿Rápida?”, con las manos en la cintura. Y se reía. 

 

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Me dijo: tú eres otra yo.

Aunque podemos parecer muy distintas, tenemos muchas cosas en común. Ella es de Colombia y yo de Venezuela, pero sus referencias culturales son venezolanas. Yo me preocupé por hablarle de mí: de dónde vengo. Le conté de mi abuela. Mi familia es del Llano. Crecí cerca del campo, en la naturaleza. Soy de una familia clase media, mi mamá profesora universitaria y mi papá ingeniero. Estoy acá gracias a dos becas. Me importaba que supiese de nuestras referencias comunes.

Ella me veía trabajando mucho. Ella me veía. Entonces un día me dice con una gran sonrisa: “¡Pero si tú eres otra Aura!” Ese fue el mejor regalo, el mejor elogio. Me estaba diciendo: “Tú eres otra yo”.

Siempre advertía: “Yo te estoy es ayudando”. Ella apostó a mí y eso para mí no tiene precio. Ella me dejó seguirla. Eso es muy bonito.

 

Todos los que estábamos allí éramos latinos.

New York me ha sensibilizado con la realidad de los inmigrantes. Siempre escucho anécdotas de personas que viven en condiciones muy precarias para ahorrar, mandar dinero a sus casas, mantener a sus familias. Los inmigrantes sostienen (entre otras) la industria de la comida: sin ellos sería imposible. Yo vivo en el IHouse (International House). Y allí el 90% de la gente de limpieza y del dining-room es latina. Para mí era fuerte, pero también motivo de orgullo. Es mutuo, ellos están felices de que yo represente otra cara de Latinoamérica. Las últimas dos semanas trabajaba twenty four/seven en la universidad, editando. Cuando volteaba a mi alrededor, todos éramos latinos.

La elección del iPhone trajo muchos problemas de postproducción, yo usaba una sola computadora no sólo por cábala, sino para asegurarme que todo estaba en orden. Al trabajar con el iPhone los equipos de la escuela no me servían. Vino un nuevo proceso de investigación. Me dije: “Este es parte del viaje, me toca”. Es un solo run. Hay que darle. Hubo momentos en que estuve muy perdida. Pero fue un gran aprendizaje. Yo decía: “Bueno, estoy sola en esto”. Dormía en un bench. Me sabía la rutina: cuándo venían a limpiar (a las dos de la mañana). En la mañana me tomaba un café, desayunaba, y seguía. Iba a mi casa cada dos o tres días. Se convirtió en una leyenda. Ahí estuve un mes.

 

No tenemos mucho, pero nos ayudamos como podamos.

Mi amigo Jorge González se acaba de mudar a Miami, dejando toda su vida atrás producto de la diáspora venezolana, empezando de cero. Un día la contacto y le digo: “Necesito que me ayudes con la edición de sonido”. Me pregunta por la música y le digo que no tengo. Y me responde: “Tengo dos amigos músicos”. Así que durante la época de las protestas en Venezuela en 2017, en medio de la locura, Tadeo Rojas y Lorenzo Toro entraban al estudio, lo que les permitía olvidarse de la situación, y me mandaban su música. Era una ofrenda, trabajaron tan emocionados. También era conflictivo. Yo me decía: “Estoy acá editando y mientas tanto allá están muriéndose en las calles. Me quiero ir a Venezuela”. Casi pedí que me escondieran el pasaporte.

El talento latino que hay detrás de De Colores es importante. No tenemos mucho, pero nos ayudamos como podamos. ¡Con esa gente atrás, ayudándome, yo lo que estaba era mil!

 

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El side kick.

Las dos vinimos acá a convertirnos en adultas. Yo era el side kick, como Robin. Hasta que asumí que tenía que echar mi cuento: “Muéstrame”. Lo asumí. Además, viví un proceso de pérdida muy fuerte, la muerte de mi papá. Aura también pasó acá de la niñez a la adultez. Hay una gran empatía. Aura entendió rápidamente el sistema y lo usó a su favor. Si mi abuela hubiese venido a New York, hubiese sido Aura. ¡Es que la veo!

 

Yo creo que ella se imagina que esas casas son sus casas

A Aura la hace feliz la reacción de sus clientes cuando llegan a sus casas y ven todo impecable. A veces va en el tren pensando qué cara habrán puesto al llegar. Les deja sorpresas y va preguntándose qué dirán cuando las vean. Le mandan mensajitos de texto. Ella lo disfruta. En ese sentido, ella es una mujer muy servicial. Terry, uno de sus jefes, me dijo: “Aura es divina en todo lo que hace, pero conjuga su potencial cuando es la anfitriona”. De hecho, es la primera que pautan cuando van a hacer una cena, una fiesta, un Thanksgiving. Tener a Aura running the show es un espectáculo. Toma posesión y es la Master of Ceremony. Y qué cosa más divina que al final se encargue de limpiar todo. Eso no tiene precio. Allí ella brilla. Yo creo que ella se imagina que esas casas son sus casas. Ella entra en personaje, lo disfruta.

 

Aura es como una boxeadora.

Yo la veo llena de fuerza. Aura es como una boxeadora, esta mujer flaquita que al entrar a las casas y quitarse la chaqueta, entra con un ímpetu que dices: “¡Wow!” Yo la seguía de cerca, para ver los detalles, y sentía el gran esfuerzo físico. Ella trabaja muy duro. Es como un performance. Limpiar una casa se puede convertir en una obra de arte, y ella es una mujer con mucha sensibilidad, se conecta con una energía creativa. Es como una danza, ella va empoderada, agarrándose el escenario. ¡Y los clientes se van!, cuando ella llega los clientes se van. Elegí Figaro como soundtrack porque ella va a la ópera una vez al mes, y porque tanto en la ópera como en la limpieza, todo es puesta en escena, un staging.

 

Aura me decía: “Tú tienes el peor trabajo del mundo”.

Serían unas quince sesiones de grabación con Aura. No son muchas, pero sí espaciadas, porque ella estaba muy ocupada. A veces tener permiso para trabajar en una casa tomaba un mes. Llegaba el día y me cancelaban. Aura decía: “Tú tienes el peor trabajo del mundo. Tú esperas a la gente, luego la gente te cancela, y no les puedes decir nada. ¡No! ¡Este es el peor trabajo del mundo!” Pero ¿qué iba a hacer? Creo que esos espacios entre grabaciones iban macerando el proceso. Yo lo llamo “meterlo al refrigerador”. Hacer un documental es encontrar tu punto de vista, encontrar tu voz. Nunca había tenido la oportunidad de reflexionar como artista, buscar adentro: “¿Cuál es tu voz?”

 

Mi primera cámara me la regaló mi papá.

Me gusta mucho la conexión que siento con la cámara. Es muy especial. Desde mi perspectiva, lo ideal es tener tú la cámara, estar muy cerca. Porque hay momentos en los que no podrías decirle a un camarógrafo: “Mira, mira esto, graba acá”. Perderías mucho tiempo.

Mi primera cámara me la regaló mi papá. A los seis años. Él era ingeniero, hacía estudios de topografía y compró esta cámara que encontró muy difícil de manejar; era demasiado tecnológica, totalmente mecánica, súper complicada. Por eso nadie la quería. Así que la guardó en su caja. Yo estaba entusiasmadísima, y eso que no vengo de una familia de artistas. La Minolta. Todavía la tengo en la misma cajita en que estaba guardada en el clóset de mi mamá.

Para mí ser grande era alcanzar la posibilidad de usarla. Yo iba de 7 o 9 años, y la veía. Esa cámara era el Nirvana. Tomé mi primer curso a los 16.

La vida está hecha de pequeños momentos. Y en esa pequeña acción, sin saberlo, papá marcó mi destino. Yo no lo había descubierto, hasta que escribí los essays para el Master. Un creador tiene que buscar dentro de sí. Y ahí: “Wow. Claro, es que: la cámara”.

 

De colores documental

 

Este sentimiento está acá.

Venir a New York a estudiar este programa fue una gran oportunidad. Me permitió abrir las alas, experimentar, y tomar la decisión de que no irme por el camino seguro. Incluso venir fue un riesgo: desde el momento en que dejas a la gente que quieres, la carrera por la que has trabajado ¡durante 10 años! Pero si tomas un riesgo, no puedes sino seguir tomando los siguientes. Ese todo o nada es lo que contengo cuando agarro la cámara. Ese sentimiento está acá (Luz Marina señala el abdomen), pero lo contengo: todo eso está aquí. Intento que se vea, que se sienta, pero en la historia.

 

Es como saltar en paracaídas.

Cuando estoy haciendo cámara todo va en slow motion, en 4K y a full color. Es como bailar. En ese momento mi atención se enfoca ahí, todo lo demás pasa a segundo plano. Esa sensación de total conexión es como saltar de un paracaídas. En ese momento estás concentrada, no hay nada más, lista para saltar. Me parecen maravillosas las actividades que requieren full concentración. Por eso conecté con la meditación Vipassana, en la que la observación es fundamental. Ahí tu trabajo es no hacer nada y observar lo que está pasando en ti. Y un documental es eso, observar, esperar. Esperar. Esperar. Seguir. Sin preguntar. Tratando de mantenerte limpia, como una esponja. Intentando mantenerte limpia, llana, ser testigo, reflejar lo que está pasando sin intervenir. Y sin preguntar. Si te dicen, te dicen, y si no te dicen, pues no te dicen. Sentir.

 

Estar con otra persona en silencio toma tiempo.

De Colores refleja nuestro proceso cronológico. El último día yo quería cerrar en el metro con Aura. Ya teníamos tiempo trabajando juntas y ella sabía que yo me quedaba callada de vez en cuando. Es una relación, como convivir con alguien. Estar con otra persona en silencio y cómoda toma tiempo. Al principio la gente trata de llenar el silencio.

Yo estoy allí, siento que la luz es perfecta, que el momento es perfecto, llega el tren, y ella entra. Y cree que yo voy a entrar atrás. Pero me quedo. Ella me llama con los ojos y yo por primera vez no voy. Hay una música sonando en la plataforma, un chico que está tocando. Y yo allí. Pasa una brisa. Ella me ve. Yo sabía que debía dejarla ir. Tomé fuerzas, y claro, es como un hijo que tienes que dejar ir. Entonces le digo: “Chao”. Y se cierran las puertas del tren.

Los músicos terminaron de tocar, porque ellos sincronizan con la partida del tren, y cuando terminó el acorde supe que era el final. Ahí. Me quedé como media hora sentada. Llegaban y se iban trenes. Ok. Ahora vamos a editar. Y ese fue mi último día. Te tiene que afectar, es bonito que te afecte. Es súper terapéutico. Creo yo. Me parece que si es auténtico la gente lo va a sentir.

Hace poco Aura me dijo: “¡Hasta dónde llegó esto!” Yo le respondí: “Aura, las dos lo hicimos de corazón. Tú diste tu tiempo, yo puse energía.” Fue como una danza, y como un jamming, un gran riesgo. Eso es lo rico del documental.

 

Yo creo profundamente en la capacidad sanadora del cine y del documental.

Venezuela ha ido en caída libre. Es muy doloroso, va más allá de lo político o económico: la diáspora venezolana, la desintegración de las familias y todo esto que está pasando, va a afectar a muchas generaciones. Sentir que yo puedo hacer algo que dé una alegría a mi gente allá es la mejor recompensa. Yo soy parte de una generación de venezolanos que está afuera fortaleciéndose, tratando de entender qué es lo que nos ha pasado como nación, buscando herramientas para contribuir a un acercamiento. Yo creo profundamente en la capacidad sanadora del cine y del documental, por eso decidí dedicarme a esto.

Somos muchos lo que queremos volver. Pero en este momento, si alguien me pregunta dónde está tu casa, yo creo que no tengo. Esa Venezuela en la que nacimos ya no existe. Podemos construir otra. Pero va a ser otra. Quienes estamos vinculados a crear mensajes tenemos una gran misión. Ha surgido mucho talento, y esa semilla va a germinar. ¿Cuándo?, ¿Cómo? Nadie sabe. En el proceso seguimos creando, y seguimos avanzando.

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