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arturo serna
Photo by: Alexandru Paraschiv ©

Lucrecia y la medicina

Lucrecia escribe un diario íntimo, anota en hojas sueltas.

Pocos saben que es médica. Cursó algunas materias en la carrera de historia. Siente un conflicto entre su trabajo como personal de la salud y su vocación de historiadora. Habla todo el tiempo del pasado argentino y europeo. Se dedica por placer a la astrología. Pero le interesa más el pasado que el futuro. 

Un día le digo que es médica como el escritor Céline. Me mira con un odio indescriptible. Nunca la he visto con esos ojos de fuego. Desprecia a Céline. No puede aceptar que un escritor adopte posiciones racistas. Prefiere no leerlo, dice, y cambia de tema. 

Hace un tiempo, encontré unos fragmentos del diario de Lucrecia y los copié en mi autobiografía. En el diario habla de su madre. Dice que es una ninfómana:

 “Mi querida madre era una ninfómana. Ese era su placer y su principal problema. Estaba entregada al placer.”

Lucrecia tiene una prosa suelta y liviana. No se queda pegada a las palabras, es como si no les tuviera miedo. Su caso es opuesto a la típica y snob postura de escritor: un autor le tiene respeto a las palabras. Lucrecia las trata como si fueran el cuerpo enfermo de un ladrón. No siente apego por ellas. A decir verdad no tiene apego por nada. Los médicos religiosos son animales sueltos que se vinculan con el cuerpo como un escritor exalta la ficción para huir de la realidad: el cuerpo es solo un pretexto para elogiar el alma que suponen inmortal.


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