Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
dinapiera di donato
Photo Credits: Sebastián Benítez ©

Los zapatos plateados de la madre de Guaidó

Unos zapatos que nos gustaban por su clandestina placidez

un lugar que nos hacía sentir dueños de lo que iba a suceder

un ropaje espiritual para celebrar que no tenemos nada

José Pulido

 


 

Durante la entrevista a la madre del presidente interino sintió un soplo fresco que barría la sensación de llevar un peso muerto sobre los hombros. No cargar un país incomprendido en peso es algo de agradecer. Aquella señora sonaba a las capuchinas que ayudaban en la crianza, misioneras de los caseríos olvidados de naciones indígenas que compartían territorio con Colombia, Venezuela, Brasil y Guyana. Alegres sin alardes, nunca buscaban protagonismos ni con historias de decepciones personales ni con tragedias colectivas. Despiojaban, curaban, enseñaban español cantando mientras aprendían las lenguas de otros. Señoras que no siembran viento.

Leen la biblia. Cosechan lo que siembran.

Noto la personalidad segura y respetuosa. Cuando ya no hay temor de haberse quedado con nada y se acaban los inventarios contra sí mismo el cuerpo vuelve a ocupar su lugar exacto con los otros. La señora sigue hablando de lo suyo y anula la vibración histérica de los exorcismos con sal. Los tomados por una personalidad social hipertrofiada que huye, se desinflan. Cambió la hora. Cinismos destemplados, desconfianzas de los jueces y negociadores, tajadas sacadas a la guerra para cuidar lo propio, hay que dejar los zapatos que traemos.

Cerca de los afluentes, las capuchinas recordaban a otra, antigua indígena convertida en madre superiora a quien se le apareció un arcángel después de sobrevivir a la culpa colectiva de un crimen en el Roraima. El cacique asesinado dejó a una familia penando, convertida en feroces vengadores. La superiora, en su juventud siguió las lecciones de las de su aldea, llevó muy bien su papel, trabajó hasta extenuarse como correspondía a las de su etnia. Una vez, a punto de morir de fiebres, pero sin moverse del conuco, vio los enormes canaimas que venían a matarla a palos. Quedó inconsciente. Su marido le sopló varias veces los muertos que llevaba dentro. Los capuchinos le trajeron un médico. El arcángel le dejó en las manos una camándula de cuentas jaspeadas. Se hizo misionera y calzó sandalias franciscanas.

Recuerdo los antiguos cuentos mientras veo los mocasines de tono plateado metalizado de la madre de Guaidó, zapatos de campaña cómodos para recorrer todo el territorio por aire, tierra y mar. Pero luego transmiten el intento de avanzada desde los bordes. Nos hacen llorar a medida que los camiones cargados de medicinas y comida son quemados. Extraña aquel calzado. El país volvía a caernos encima a medida que las cámaras captaban disparos en los rostros desconocidos. Nadie soplaba el humo negro. De nuevo las cuidadoras de la infancia o las actuales damas expertas en fondos mundiales de asistencia parecían borrarse bajo las botas. En los techos de la carga que arrancó desafiante extrañó a las bellas venezolanas de piernas enormes montadas en estiletes plateados. No vio tampoco zapatos cómodos brillantes, ni siquiera zapatones sin gracia, blancos, que solía imaginar para las Beatas Carmen Rendiles de Caracas.

Ya se sabe que las civilizaciones producen todas las santas necesarias.

El edificio de cuerpos y almas florece cuando se asienta una vida próspera de mujeres extraordinarias en lo ordinario. Ellas arden, ellas apagan, ellas transforman la ceniza en nutrientes, ellas cuando nacen sin un brazo, igual que si nacen para reinas de belleza, dan de comer, reparan, hacen el arte de los lugares, levantan casas, jardines y catedrales, porque el patrimonio del cielo y del infierno correspondiente a una comunidad queda a salvo con el culto mariano oportuno. Transmisoras, protectoras, reformadoras, inventoras. Se acostumbraba ver a las Siervas de Jesús, tías de los emblemáticos empresarios Cisneros, custodiando la eucaristía en programas religiosos del canal de televisión. Expertas en el buen juicio, llevaban el pan a niños abandonados, toda vez que educaban al gran país. Una de ellas recién beatificada por Roma. Entrado el siglo se les vería administrando las lágrimas escarchadas de las milagrosas que salían de todas las quebradas boscosas para las horas más claras. Luego recogerían las energías santas de las antepasadas concentradas en hilos rojos, cuentas budistas o católicas, para interceder en esta historia. Inadvertidamente se sembraron vientos.

¿Hizo falta un escudo de mises y santas desfilando encima de la caravana de ayuda humanitaria para la protección de otras más comunes y corrientes? Los zapatos plateados pudieran ser el terror de buenos o malos caballos de Troya que acechan el territorio en disputa.

Los peores calzados ponen las manos que cosechan las tempestades.


Photo Credits: Sebastián Benítez ©

Hey you,
¿nos brindas un café?