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Los territorios indios (Parte I)

“Stay gold, Ponyboy… Stay gold…”

The Outsiders / S.E. Hinton

Mientras escribo esta crónica sobre mi reciente viaje a los territorios indios de Okhlahoma desde mi casa de Jonesboro, Arkansas, escucho pasar ruidosamente el tren de la BNSF, la Burlington Santa Fe Railways. El tren de carga que cruza de este a oeste los Estados Unidos no me perturba, por lo contrario, he estado acostumbrado a su ruidosa existencia toda mi vida. En menos de cinco horas pasará por Tulsa, OK, cruzará la ciudad por la que caminé hace unos días. Mi amor por los trenes viene desde muy niño y ese amor lo he continuado hasta ahora tomando fotos o haciendo videos de las diferentes máquinas rodantes que comunican con carga o personas las ciudades que visito. Mis hijos Tavi y Emi, han continuado la tradición, cuando juegan fuera de casa y escuchan el estruendo de la bocina del tren de carga se dirigen corriendo hasta la mejor ubicación para verlo pasar. “Bye, bye, train, see you next time”, agitan sus manitas para decir adiós. A veces me los pongo sobre los hombros para que empiecen a contar los vagones: “the engine, one blue wagon, two blue wagon, ‘Money is an illness’ graffiti, one red wagon, an orange cabooche” “No. It’s not cabooche papi, it’s caboose, caboose, you are funny”, responde riendo el mayor de cuatro años, Tavi. El último, Emi, de dos, se ríe y dice “Papi, crazy”.

La BNSF tiene una historia particular conmigo. Hace dos diciembres salí a correr como un desesperado con mi pelota de fútbol por la pista que corre paralela a la BNSF en el campus de la universidad donde trabajo. Me gusta mucho correr cuando el ferrocarril pasa. Así puedo distraerme contemplando en movimiento extático y existencialista todas las cosas que transporta como carbón, gasolina, computadoras, tractores, pollos, caballos, ganado, autos y mucho más. De pronto, sí, la policía, cuándo no, polizei se detiene junto a mí, para cuidarme me dice. El policía me recomienda que no juegue o corra en la pista. Le digo: “Ok, police”. Él se retira y yo feliz. Así me gusta. Polizei por un lado y yo por el otro. De regreso por la misma pista se escuchan truenos y se ven relámpagos poderosos, la naturaleza desatada, orgásmica, un espectáculo maravilloso propio de las llanuras que el Delta del Mississipi usurpa a veces. Yo todo empapado en lluvia ácida leo en uno de los vagones que están llenos de grafittis, leo en uno de los vagones del tren que en cinco horas pasará por Tulsa: “Money is an Illness”. Me siento como Al Pacino en Scarface mirando el dirigible de Goodyear: “The world is yours” o como los personajes de La Haine que se percatan de un aviso publicitario en el hexágono amurallado que es París y lo intervienen para hacerlo propio: “le monde est à vous [(N)ous]”. Un personaje de película. Me pasa a menudo sentirme un personaje de película. Es una película de varios años y géneros batiendo los alucinantes records de Andy Warhol o Fassbinder. A veces es una comedia romántica, otras una peli de terror, drama, thriller, aventura, género apto para todos and so on. No tenía cámara en la mano, siempre me pasa lo mismo. Uno de los momentos únicos, inolvidables de mi whole existencia y sin cámara para eternizarlo. Construí una Polaroid con mis manos, porque Kodak ya fue, y tomé la foto y me dije a mí mismo nunca te olvides de este momento. Agregué: “Además siempre aparece Polizei para recordártelo”.

Downtown Tulsa Saturday Dic 27th 2:00 pm

Camino por Downtown Tulsa con Justin Castro, mi guía en este viaje a tierras indias y petroleras, y su esposa, Angela, cherokee ella. Siento la sensación de estar en un cruce de caminos, la frontera misma entre el Este y el Oeste de los Estados Unidos de América. Justin me promete que me va a llevar a “The Center of the Universe at the side of the Artificial Cloud”, todo eso en Tulsa, OK.

“¿Has leído The Outsiders (1967) de S.E. Hinton, una escritora de Okhlahoma?” “Sé de la película sobre todo por el poster del cast, un Dream Team inigualable: Ralph Macchio, Matt Dillon, Rob Lowe, Patrick Swayze, Emilio Estevez, Tom Cruise. Realmente increíble”. Ángela agrega “Matt Dillon, Matt Dillon”. “Sí, Matt Dillon”, replico y le sonrío.

They grew on the outside of society
They weren’t looking for a fight
They were looking to belong

The Outsiders (1967), es una novela sobre lucha de clases y pandillas. Ocurre en Tulsa, OK. Fue escrita por una colegiala, no por un chico, qué decepción dirán algunos, a los dieciséis años, y publicada cuando la autora cumplió los dieciocho, su nombre S. E. Hinton, natural de Okhlahoma también. Ella es la misma que escribió Rumble Fish (1975), esa historia del motociclista y su hermanito publicada el año de mi nacimiento. Rumble Fish es también un clásico del cine. La adaptación de la novela corrió a cargo de Francis Ford Coppola en 1983. El mismo año The Outsiders fue llevada a la pantalla grande también por el mismo director natural de Queens, NY. Rumble Fish catapultó a Mickey Rourke al estrellato. Una historia de abandonos, soledad, alienación, sobrevivencia, familias disfuncionales, una historia que quiero mucho, que me habla como muy pocas.

«Stay Gold, Ponyboy, Stay Gold» es un adiós y un llamado a la inocencia.

The Outsiders. Lucha de clases. Dos pandillas. Los Greasers, los de clase baja, y los Socs, los adinerados. “Esto era Tulsa”, dice Justin. “Esto es todavía Tulsa hasta cierto punto. Aquí las divisiones de clase son tajantes y se hacen notar a la fuerza”. “¿Pero también hay Guthrie, no?” “Sí también hay Guthrie, el maestro de Bob Dylan”. “Es difícil imaginar a Dylan sin Guthrie”. “En su primer disco hay mucho Guthrie, hasta hay una canción sobre él”. Guthrie, una leyenda de la música americana. Un cantante político, ligado a la tierra, a la clase trabajadora confrontándose con la patronal. “Allí vamos, vamos a visitar a Guthrie, amigo y luego nos espera The Center of the Universe”. En 102 East Brady Street se encuentra el Woody Guthrie Center donde los investigadores en la obra del gran músico americano pueden trabajar en el archivo. “Está casi todo Guthrie”, me dice Justin. “¿Y dónde está el resto?” Le pregunto. “En NYC, el resto está en New York”. “New York al final se lleva todo, ¿no?”. “Sí es que Guthrie también vivió en New York, podía llegar a una audiencia mucho más grande. Las radios de New York”. “Sí, claro”. En 102 East Brady Street no sólo se encuentra el instituto sobre la obra del músico hillbilly hay también un mural en el que aparece con su mágica guitarra, la misma que lleva una inscripción de leyenda que expresa todo lo que Woody fue: “This Machine Kills Fascists”. Impresionante.

“Aquí estás Kike in the Center of the Universe at the side of the Artificial Cloud”, me dice Justin profesor universitario en Arkansas como yo. Dowtown Tulsa luce desierto el domingo a las tres de la tarde. “¿De dónde vino la plata para construir Tulsa, por qué Tulsa fue fundada? ¿Algún comercio?” “Bueno, petróleo, mucho petróleo” “¿Y los indios son dueños del petróleo?” “No, los blancos viejos.” “Ah”. Toda esta conversación la realizaba desde el Centro del Universo, un círculo de cemento sobre un puente desde donde la acústica de la voz humana adquiere proporciones siderales. Al lado un totem de metal con el misterioso nombre: Artificial Cloud. El pueblo indígena norteamericano desde el contacto brutal con el mundo occidental ha seguido expresando su identidad de distintas maneras. Desde el descubrimiento y domesticación rápida del caballo y la adaptación del rifle a sus necesidades defensivas, el pueblo indígena norteamericano ha resistido y creado. Artificial Cloud del escultor Chiricahua Apache Bob Haozous es un totem, pero un totem moderno, un totem de metal que es una crítica al mundo industrializado.

A veces pienso que lo que hacemos parece respetar un orden social por más rebeldía que queramos imprimir en nuestras acciones. En el Rest Area en River Valley County de Arkansas descansaba y comía mi almuerzo frugal, apio, cereal, manzana, observando con atención el muro de ladrillos donde los enamorados habían escrito sus nombres, eternizando, en suma, su amor. El nombre de él. El nombre de ella. Los nombres de todos. El corazón. Las flechas. La fecha. Esa intervención improvisada, esa escritura perdió parte de su rebeldía cuando me desplacé para fijarme del otro lado del muro. Limpio. Ninguna escritura. Ningún nombre. Ninguna fecha. Funcionamos en manada generalmente. Pero a veces alguien nos sorprende y hace algo distinto, algo inesperado, al mismo tiempo intrascendente. Como caminar descalzo por el pueblo de Faulkner, Oxford, Mississipi, al mismo estilo Tom Sawyer. Eso es situacionismo.

Salí del Centro del Universo observando The Artificial Cloud y con una pregunta para Justin: ¿Qué representan los hombrecitos? “Bueno a mí me llama la atención que sólo uno esté pintado, un hombrecito blanco que es la minoría, la minoría absoluta”. “Sí ese hombrecito blanco es la minoría absoluta”. Quería ver qué había del otro lado de Artificial Cloud. Me sorprendí. No había un vacío. Estaban representados muchos aviones como cayendo, como siendo lanzados al vacío. Le pregunté nuevamente a Justin: “¿No crees que hay una conexión con el once de septiembre? Mira hombrecitos, una estructura de metal oscura, aviones cayendo, una nube, mucha coincidencia no?” “Bueno Kike la estructura es de 1991”. “Sí pero el indio es chaman, es vidente.” A nuestro lado pasaban familias americanas domingueras de lo más felices. Antes habían sacado las respectivas fotos. Me gustan las teorías de la conspiración pero la lectura correcta de Artificial Cloud es Hiroshima, Nagazaki, people, aviones, la muerte viene desde el aire y bueno Artificial Cloud es el hongo atómico. “Probablemente” me responde Justin.

El Centro del Universo se encuentra en las siguientes coordenadas. N 36° 09.415 W 095° 59.490. Primero la latitud y luego la longitud. Treinta y seis grados, nueve minutos y cuarenta y uno punto cinco segundos latitud norte y noventa y cinco grados, cincuenta y nueve minutos y cuarenta y nueve segundos longitud oeste.

Seguimos nuestro camino. Paramos en Tulsa Depot. La estructura Art Deco la alucino como un fuerte francés de la Legión Extranjera en las arenas del Sahara en Argelia. Cuánto me gustaban esas películas de la Legión. Legionarios venidos de todas partes del mundo, rodeados de un mar de arena, resistiendo la carga de los beduinos, de los bereberes, de los tuaregs, los amos absolutos del desierto. Pregunté a Justin: “Todavía llega el Amtrak aquí en este Depot?”. “Déjame Ver” me respondió. Se dirigió hasta la puerta. Leyó, dio la vuelta y me respondió: “No, ya no llega el Amtrak. Ahora es un local de jazz”.

Avanzamos. Me dice Justin sorbiendo su café, comprado en el café Topeca del Hotel Art Deco The Mayo, su café que a estas alturas ya está completamente frío, que ya ha perdido su calor: “Por aquí cerca hay un famoso teatro donde tocaron las bandas británicas en la invasión de las redes jackets rockanroleras. Es Cain’s Ballroom. El que fuera garage público de W. Tate Brady, fundador de la ciudad, un hijo de puta terrible, pasaría a ser parte de la historia mundial del Rock’N’Roll. Todo eso aquí en Tulsa, OK. El cruce de caminos de los Estados Unidos de América”.

Pienso. Mañana lunes voy a conocer Tahlequah, nombre que significa en lengua cherokee “Two is enough”. Me adentraré así en las estribaciones de las Ozarks. Conoceré la mágica tierra junto al Illinois River, The Black Hole, averiguaré un poco más sobre las historias de los clanes cherokee y escoceses que viven en la ciudad y alrededores. Mientras pensaba en todo eso, Justin seguía contándome historias sobre la canalización de Arkansas River y cómo la compañía de ingenieros del US Army rescató al estado de Okhlahoma del colapso absoluto durante el gobierno de FDR. Esto en la década de los treinta cuando una terrible tolvanera o lluvia de arena aniquiló los campos de cultivo y los pastos para el ganado del estado. Millones de Okis migraron a California.

Me encuentro en Boulder Street. Hemos acabado nuestro recorrido por Downtown Tulsa. Justin abre las puertas de su auto rojo, un Ford, arroja su taza de café al tacho. “Mañana Tallaquah en las Ozarks” me dice. “Ese territorio no me es desconocido” le respondo con una sonrisa. Antes de subirme miro en dirección a la intersección entre Boulder Street y West Seventh street. El semáforo está en rojo. Escucho un estruendo metálico. Un pez luchador, un rumble fish enfundado en su chaqueta de cuero y su Harley. Es Motorcycle Boy me digo. El semáforo cambia a verde. Motorcycle Boy se aleja ruidoso como el tren de la Burlington Santa Fe, como una perfecta tormenta de arena.

[To be continued]

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