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adrian solano
Kai Pfaffenbach/Reuters

Los talentos de la patria

Apoyar al talento nacional, en Venezuela, se ha convertido en una especie de mantra en los últimos 15 años. Como yo lo recuerdo, todo comenzó con la entrada en vigencia en el 2005 de la dichosa Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión (RESORTE), que imponía mayor difusión de los trabajos de producción nacional.

Como todo cambio, tuvo gente a favor y en contra. Los primeros decían que era una larga deuda social pendiente en un país donde la cultura norteamericana penetró larga y anchamente debido a las compañías petroleras que trabajaron aquí durante más de 50 años del siglo pasado; tanto así que hay trozos de nuestra identidad profundamente fusionados y otros perdidos. Palabras ahora comunes como chamo, fino y okay, son producto de esa época.

Por otra parte, los segundos veían los rasgos de violación de libertad de expresión que contenía la ley. Sin importar los argumentos de ninguna de las partes, la ley había llegado para quedarse, iniciándose la movida de apoyar el talento nacional.

En un inicio, la demanda tuvo que ser satisfecha de una manera un poco atropellada. En algunas emisoras comenzó a sonar el “neo folklore”, que consistía en covers de canciones populares por bandas venezolanas modernas. Algunas me gustaron, otras no, pero comprendía el porqué de todo y trataba de juzgarlo lo menos posible.

Hasta ese punto de la historia, la frase “apoyar el talento nacional” iba bien, pero en los años sucesivos se transformaría en lo que hoy veo como un monstruo.

Si bien es cierto que esa política permitió de alguna manera el auge de la música hecha acá en la última década y de músicos como La Vida Bohème, Viniloversus, Los Mesoneros, Laura Guevara, entre otros, y que es una idea que caló a otros ámbitos artísticos como el diseño; no deja de ser menos cierto que ha sido la razón para tener que apoyar la producción nacional sin importar su calidad.

En mi cabeza no ha cabido jamás el deber de apoyar algo o alguien simplemente por tener un origen determinado, aunque sea el mismo que el mío. Talento es talento, sin importar de donde provenga. Es cierto que cuando se ve el éxito de compatriotas, se siente lindo decir “Él/ella/ellos/ellas es/son del mismo país que el mío”, pero es patriotero sentir el corazón como un redoblante porque la persona lo intentó y ya. El mejor ejemplo que tengo para ilustrar eso es Adrián Solano, el más reciente representante venezolano en el Mundial de Esquí Nórdico en Finlandia.

Su actuación no puedo calificarla como algo menos que patética, y aun así siento que con este adjetivo estoy siendo condescendiente. ¿Cómo puedo enorgullecerme de él sólo por ser el venezolano que logró llegar a Finlandia? El solo pensar que él viajó con dinero del Estado en medio de esta crisis para hacer semejante ridículo, usando divisas que podrían haberse utilizado para cosas más urgentes como comida y medicinas; o para apoyar a alguien que estuviese realmente preparado, como los chicos de las delegaciones venezolanas de modelos de Naciones Unidas que hace poco fueron premiados en Harvard por su desempeño. Ellos, aunque no me conste, estaría casi segura que no recibieron ni un centavo del Estado. Ellos, los que sí son verdadero talento nacional, son abandonados a su suerte, pero mientras tanto, el Gobierno Revolucionario presentará una afrenta al Gobierno francés por el trato prodigado al “pobre muchacho” y algunos medios del Estado tratan de enaltecerlo y redimirlo.

Esto no es más que una más de esas cosas que hace que me pregunten: “¿Esto es un chiste?” o más en criollo “¿Tú me estás jo*****o?”

Aquí, “apoyar el talento nacional” se ha convertido en el lema de la filosofía mediocre, esa que promueve el “qué bien que lo intentaste”, sin medir ni el esfuerzo ni la calidad de ese intento. No sé si fue que en mi casa me malacostumbraron, pero creo en la calidad y no la cantidad, en esforzarme duro por lo que quiero. En resumen, a que cuando me señalen las estrellas, no me conforme con ver el dedo que apunta sino el firmamento.

No sé quién es peor, si Adrián por haber asumido el reto sin estar preparado, el que lo escogió y permitió que fuese mal preparado, o los medios que intentan que sienta una pizca de empatía por él y su situación.

No creo en el talento nacional. Creo en el talento y ya. Punto.


Photo Credits: Kai Pfaffenbach/Reuters

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