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Sergio marentes
Photo by: Nagesh Jayaraman ©

Los ojos del que no lee

Si pudiera saber lo que estaba pensando el insecto, que de ahora en adelante llamaré Moscú, por no decirle de forma ordinaria Mosquito, que se interpuso entre mis ojos y la noticia, sería feliz. Sería feliz porque Moscú no me habría hecho abandonar el texto antes del final, y, con seguridad, ahora mismo estaría escribiendo sobre lo que leí y no sobre lo que no. Pero, y aunque parezca paradójico, es gracias a Moscú que tengo, ahora, dos cosas sobres las que escribir algo, lo que, también, y en otra proporción, me hace feliz.

Empiezo entonces por la primera: él. Por su forma de mover las patas, que se asemeja a como lo hacía Michael Jackson cuando realizaba ese truco del caminante hacia el pasado, ese mismo que muchos imitamos sin éxito, pareciera que se mueve pero no abandona el lugar en el que se posó desvergonzado. Y por sus ojos, en cambio, se me parece a algún científico cualquiera, en realidad cualquiera que se apasione con la ciencia, porque está en permanente vigilia, y pareciera que ni sueña ni duerme por andar pensando en dónde va a poner las patas. Por su estoicismo, también, se me vienen a la cabeza esos cazadores del Ártico, que pueden pasar horas esperando a que un pez, cualquier pez, esto incluye un pez de muy pocos gramos de peso, pique el anzuelo y sacie el hambre de alguno de sus hijos al menos por un rato. Pero hay algo en lo que me fijé más, y fue en su desparpajo, esa cualidad para pararse justo allí, aunque para él no existiera ni exista un «Justo allí», y lograr que yo, que investigaba para escribir un artículo sobre un tema específico, empezara a escribir sobre él y, como ya han visto, sobre casi nada. Y esto me lleva a pensar en que así es que funciona la literatura verdadera, la que trascendió, porque la que aún no trasciende está en ese proceso, como una especie de semilla selvática. Y me quiero levantar de esta silla con esa idea, en realidad lo voy a hacer, e irme a esperar en otra a que germinen aquí o allí, sin pedir permiso ni preguntar, historias que debieron existir. Acabo de hacerlo.

Y para quienes me preguntarán por la segunda cosa sobre la que iba a escribir era esta misma, pero vista desde los ojos de Moscú, que sabe más de literatura que yo.


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