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Photo by: Marco Fedele ©

Los ñoquis del 29

Argentina no deja de sorprenderme. Cada vez que salgo a la calle me muestra su cara más linda, pero también a veces, solo a veces, su parte más ruda, peligrosa, intolerante. Eso fue lo que descubrí gracias a “Los ñoquis del 29”. 

Tal vez yo busqué que me pasara pues desde que llegué hace siete años me he encargado de que mis hijos no solo aprendan, sino practiquen las costumbres de este gran país que es Argentina. Es por eso que además de comer torta frita cuando hace frio, toman mate, ven futbol y escuchan rock nacional. En nuestra casa se come pasta todos los domingos, porque acá tenemos costumbres más italianas que en la propia Italia. 

¿Por qué se celebran los ñoquis del 29? 

La leyenda cuenta que, en el siglo VIII, San Pantaleón predicaba y curaba enfermos en Venecia. Se dice que un 29 de julio, el santo fue invitado a comer por una familia de pescadores ¿Saben qué le sirvieron? Ñoquis. A partir de ahí los pescadores gozaron de salud y buena fortuna. 

Es decir, esta costumbre fue traída como muchas otras, por los inmigrantes italianos que vinieron a vivir a la Argentina. Es por eso que se comen ñoquis todos los 29. 

Pero el domingo 29 de enero pasó algo especial, algo que ocurre con poca frecuencia: Se alinearon los planetas y no solo era domingo sino también 29, es decir, teníamos que celebrar los ñoquis del 29 un domingo. ¿Se puede comer ñoquis un domingo? ¿Los ñoquis entran en la categoría de pasta? Luego de hacer algunas investigaciones antropológicas, descubrí que en efecto está permitido. 

En fin, desde el viernes 27 de enero ya mis hijos comenzaron a pedirme que me preparara pues, usualmente los 29 no se consiguen ñoquis por ningún lado, así que hay que comprarlos con tiempo. Pero ¿por qué hacer las cosas hoy, si las puedes dejar para mañana? Ergo me relajé el viernes, y el sábado no fue distinto. ¿Qué podría salir mal? 

Llegando el día “D”, es decir el domingo 29, me levanté muy temprano para “ganarle al sistema” y me fui a la tienda de pastas. Acá quiero detenerme para explicar, para quienes no saben, lo que es una tienda de pasta: Es un establecimiento donde se vende cualquier tipo de pasta, fideos, y hasta salsas, cuya elaboración es artesanal; aplicando “La ricetta della nonna”. En Buenos Aires hay una en cada cuadra, y los domingos es el lugar de encuentro de los vecinos. 

Recapitulando, cuando llegué a la primera tienda de pastas, encontré una fila como la que hacemos para sacar el pasaporte, pero aún más larga, y como no quería hacer tanta fila, porque ya hice bastante fila para comprar comida antes de salir de Venezuela, decidí ir a otra tienda de pastas.

¿Qué pasó cuando llegué a la otra tienda de pastas? Encontré una fila mucho más larga que la de la primera tienda que visité. Así que decidí volver a ese primer lugar, y hacer la fila… A todas estas ya eran las 11:30, por lo que ya tenía varios mensajes de mis hijos en el WhatsApp no solo recordándome que me habían pedido que no lo dejara para después, sino diciéndome que no solo los decepcioné a ellos como padre, sino también a la Argentina, porque ¿cómo no vamos a comer ñoquis los 29?

En aquella fila aprendí lo que es capaz de hacer el ser humano por una bandeja de ñoquis, vi a los ojos la miseria humana, en ese momento descubrí que, las señoras del barrio tienen un sistema infalible, el cuál bauticé como “la impunidad de las ancianas” (decirles viejas es un montón).

Resulta que mientras la mayoría hacíamos la fila bajo el inclemente sol porteño de enero, llegó una señora con un bastón y le dijo al primero de la fila: 

– Hijito, perdóname, solo voy a entrar a preguntar si está listo mi pedido.

Y como nadie se va a poner a discutir con una ancianita, no solo porque se ve feo sino porque ya está claro que tienes la discusión perdida, la dejó entrar, y una vez en el negocio, esta señora agitó su bastón en señal de victoria, sostuvo la puerta y se metieron 4 viejas más. Al final no llegué a comprar los ñoquis, pues, “las señoras” los compraron todos.

Tras el incidente, le conté a Julio, el conserje de mi edificio (quien es el oráculo de la sabiduría porteña) y me explicó que es un modus operandi que aplican las ancianitas en todas las tiendas de pasta de la ciudad. Además, me reveló que Julia su esposa, era parte de una de estas células de viejitas, y que, si quería los ñoquis, me los podía conseguir a un “módico precio”. 

Fue así como terminé transando en el sótano de mi edificio, una bandeja de ñoquis con salsa boloñesa con la esposa del conserje. Si, debo confesar que participé en un acto de corrupción, pero lo hice no por ver la sonrisa de mis hijos, sino para no calarme los reclamos de un par de adolescentes.


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