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axel blanco castillo
Photo Credits: Guillermo Perez ©

Los milagros pueden ocurrir si lo queremos

A Maixel, fiel testigo de esta historia

Cuando lo vi, sus pisadas zigzagueaban al borde de la estación. Como si tentara el peligro de caer, sin estar completamente convencido. Como si lidiara con dos seres dentro de sí, con decisiones contrapuestas. Los faros del tren embistieron la nave de la estación, permitiendo que hasta las partículas de polvo se distinguieran. Por segundos el joven reflexionó en la infinitud de todo. En lo inescrutable de ese mundo que nunca comprendió. Se extasió en el centelleo de los rieles. Su boca se movía como si hablara con alguien, se persignó, acomodó una gorra en su cabeza, y oteó a su alrededor como si se despidiera. Nadie sabía que por dentro rogaba ser salvado de su propia decisión de morir. Yo lo sé, porque intenté lanzarme horas antes. Esta es mi historia.

Ayer por la tarde había recibido en la morgue el cuerpo de mi único hijo. Unos malandros le propinaron catorce tiros porque se resistió un poco en darle su celular. Cómo lamento habérselo regalado. Pero es que se lo había prometido para cuando se graduara de bachiller.  Y nadie evitó su desgracia. Ni policías ni guardias o agentes del metro, ni metiches, ni nadie. Estaba en esa fría morgue de Bello Monte, como una cifra más de los miles que matan los fines de semana. Lo identifiqué y firmé aquel papel: – Sí, es mi muchacho, el que parí hacen dieciocho años en el Clínico Universitario. El que me dejó Sergio, su padre, antes de irse con otra, también preñada como yo. Fue allí que me vine en llanto y en mocos. Fue en esa hora que pensé que… ya no tenía sentido vivir sin mi muchacho.

Ellos dijeron que me entregarían el cuerpo al llegar mi turno en otra cola eterna. Pero yo no la hice. Yo seguí de largo. Salí y no paré de caminar hasta llegar al metro. Me planté aquí y miré el transcurrir de los trenes. Tenía en mi mente su viva imagen… Cuando lo llevé a la escuela por primera vez, y le ponía su ropita, sus zapatos, cuando lo convencía para que comiera y se emocionaba porque íbamos al cine. Cuando me preguntaba por su padre y se ponía a llorar. Cuando notaba en silencio que crecía y me daba ese sentimiento de que llegaría el día que se iría, para formar un hogar. Cuando decía que sería ingeniero y al instante cambiaba a otra profesión, que pensaba era mejor, y nos reíamos, porque finalmente ninguno sabía lo que sería en el futuro. Pero ahora sé que mi niño. Ahora sé que mi querido hijo, nunca tendrá futuro.

Llegué al metro en hora pico. Cuando la gente sale de su trabajo y lucha para salir o entrar de los vagones. Simplemente no podía llegar al borde para poner fin a mi dolor. Así que me lancé al piso. Como un animalito que espera a que los humanos lo dejen pasar, para seguir su ruta. Quería morirme. No me pasaba por la mente vivir otro día en la tierra sin mi hijo. Pero entonces vino ese recuerdo:

“-¿Mami, mamita, quieres saber cómo podría sufrir yo? – ¿Cómo podrías sufrir hijito, para evitártelo siempre? –Bueno, si murieras mami o si nunca regresaras a casa. Sin ti, sería el niño más infeliz de toda la tierra.”

No sé cómo pasó, pero cuando recordé eso, me levanté, y comencé a subir los peldaños de la escalera. Fue entonces que escuché los gritos de la gente. Y veo a ese pobre muchacho más o menos de la edad de mi hijo, a punto de lanzarse. Me abrí paso y lo sujeté. Nadie me ayudó, al parecer la intención de la mayoría era grabar videos para compartirlos en las redes sociales. Ni siquiera los funcionarios de la estación salieron a ofrecer sus servicios. A pesar de la contextura del joven, y su peso, logré ponerlo lejos del borde. Lo senté en las escaleras. Decía que ya su vida no tenía sentido, porque unos malandros del barrio le habían quitado a su madre. Le arrebataron la cartera y ella en lugar de seguir caminando, se devolvió a darles un consejo. Le dieron con la cacha de un revólver. “-Es que ella era así, sabe, quería dar consejos a la gente, cuando era joven fue maestra, imagínese usted…”

Lo abracé como a un hijo. El espacio del andén fue ocupado por otro tren. Los mirones partieron y todo se llenó de gente nueva. Caminó conmigo a la superficie. Antes de cruzar la avenida lo abracé fuerte, y lo vi alejarse como el que recibe una segunda oportunidad. Voy a serles franca, no puedo asegurar que el joven se quedó quieto con la idea del suicidio. Quizás volvió a intentarlo a las horas o al día siguiente. Pero de todos modos, algo muy curioso ocurrió en ese lugar. Y no sé qué piensan ustedes, pero para mí, fue un verdadero milagro.


Photo Credits: Guillermo Perez ©

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