CARACAS: Los mangos ya están, al fin, maduros… Adornan las copas de los árboles con sus cáscaras brillantes, tibias de sol; penden hacia abajo, como hermosos aretes femeninos; oscilan con el viento, insinuando prometedores disfrutes; perfuman el aire con su inconfundible aroma dulzón… Están aquí, ¡por todas partes! En los jardines y en los patios de las somnolientas casas coloniales; en la zona verde a los pies del Ávila, en los senderos sinuosos de los parques citadinos… pero también en los patios bulliciosos de los colegios y en las aceras de las calles calurosas.
Ajenos al tráfico y a sus nauseabundos vapores, desafían toda lógica urbana y resisten, valientes, hasta en los bordes de las autopistas ruidosas y en los escuálidos estacionamientos atiborrados de carros; hunden sus raíces en el cemento desgastado de anónimos espacios públicos, entre talleres mecánicos y polvorientas bodegas del centro de Caracas…
¡Qué delicia estos frutos exóticos! Su pulpa carnosa y almibarada, mordida despacio, suelta el más delicioso de los jugos despertando intensos placeres y encarnando, como ninguna, el sabor suave y embriagador del Trópico. Los más maduros rompen de pronto el silencio de la noche, cayéndose al piso en un concierto de sonoros estruendos; se revientan sin piedad contra el suelo, abomban el techo de los carros y las conchas, empapadas de agua de lluvia, se cocinan a fuego lento bajo el sol abrasador del mediodía, en una sopa tibia y resbalosa que impregna el ambiente de notas penetrantes, que aturden y marean…
Pocos placeres se me hacen más atractivos e invitantes de un alegre paseo por nuestros coloridos mercados populares. Detrás de nombres criollos como Guaicaipuro o Chacao, en medio de viejos galpones de maderas astilladas y temblorosos tarantines, descansan inmensas montañas de frutas exquisitas cuyos nombres, a menudo impronunciables, me resultan aún misteriosos a pesar del tiempo y de la costumbre. Es un mosaico de tonos y matices, un delirio de perfumes y texturas, una mezcla de gustos infinitos… así como es un poco la vida… con su caldo sustancioso y fascinante de impredecibles aromas, unos viejos y familiares y otros todavía por descubrir.