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daniel campos
Photo Credits: Joaquín Martínez ©

Los maestros de Chapingo

Me recibió sonriente con un abrazo cálido en la terminal de autobuses de Texcoco. Vestía su característica ropa deportiva que resalta su porte atlético de jugador de fútbol bandera. De cabeza rapada, espaldas anchas y piernas fuertes, nadie diría a primera vista que es filósofo y profesor en la Universidad Autónoma Chapingo. Pero mi amigo Mafaldo es un filósofo de espíritu socrático y aristotélico, abocado al cultivo de las excelencias físicas, intelectuales y morales para el buen vivir. Y es un profesor comprometido con el bienestar integral de sus estudiantes. Es además amoroso con su familia y generoso con sus amigos. Me alegró verlo en su tierra.

Yo había tomado el camión muy temprano desde Ciudad de México, por lo que me invitó de inmediato a desayunar en el café Azul, donde los meseros lo conocían bien y lo apreciaban por su buen trato. El desayuno nos brindó una inyección calórica para comenzar el día con energía: variados panes dulces, jugo de naranja recién exprimido, café negro aromático, y chilaquiles con huevo. Entre sorbos y bocados, nos pusimos al día sobre sus estudios de doctorado, la vida en su nueva casa con su esposa e hijo, su labor docente y sus proyectos editoriales. Me empapé de su dinamismo.

Después del festín me llevó al hermoso campus de su universidad, ubicado en los terrenos de una antigua hacienda donde se fundó, a fines del siglo XIX, la Escuela Nacional de Agricultura que en 1923, tras la Revolución, se transformó en universidad autónoma con énfasis en las ciencias agronómicas. La institución sirve a miles de estudiantes de alta excelencia académica y bajos recursos económicos de todas las regiones de México. Mi amigo se esmera en servirles como educador y mentor.

Caminamos por una amplia calzada, sombreada por árboles frondosos, hasta el palacio de la hacienda que hoy funge como edificio administrativo. Me sorprendió la mezcla de motivos griegos y mexicanos. Todas las fuentes y esculturas de bronce en el exterior del palacio representaban figuras clásicas griegas, excepto por un león que protege un nopal caído. El palacio blanco de arquitectura europeísta decimonónica tiene un amplísimo patio interior. En su centro, una escultura en bronce representa rebeldes en batalla y campesinos en labor agrícola durante la Revolución.

Mi amigo quería mostrarme la Capilla Riveriana, donde el maestro Diego Rivera pintó al fresco alegorías revolucionarias entre 1924 y 1925. Lamentablemente se encontraba clausurada para restaurarla porque el terremoto del pasado 19 de setiembre agrietó parte de la capilla. Como consolación, Mafaldo me llevó a la Rectoría para conocer los primeros murales que pintó Rivera en Chapingo en 1923, casi al inicio de su carrera muralista. No me pudo regalar una consolación más honrosa. Consiguió que su colega Rosa, historiadora del arte, a quienes todos llaman con cariño la maestra Rosita, me guiara en una visita privada por el pórtico, las escalinatas y el rellano superior de la Rectoría, donde Rivera pintó alegorías al fresco sobre la relación entre la Revolución y la fundación de la universidad autónoma y agrícola.

Los murales son impresionantes. La maestra Rosita me explicó con detalle su significado. Representan la alianza entre agricultores y obreros mexicanos y la solidaridad entre mujeres campesinas, denuncian a los poderosos que explotan al pueblo, condenan al mal gobierno que los sumía en el sufrimiento y la violencia, elogian a los líderes que facilitaron la fundación de la universidad, y profetizan una sociedad justa y solidaria tras la Revolución. Mientras escuchaba la interpretación de los murales, me deleité con la vivacidad de sus colores, la belleza de sus figuras robustas de expresiones estoicas y piel cobriza, los tonos fuertes de la tierra fértil, el sol rojizo y el cielo zafiro, y la composición de sus alegorías.

La principal muestra a una mujer indígena y divina vestida de túnica roja y rodeada de un halo naranja sobre un fondo de cielo azul. Símbolo de la Revolución, bendice con sus brazos abiertos en gesto protector a un obrero urbano y un campesino que se dan la mano. En un lazo blanco que se extiende sobre toda la escena se lee: “Aquí se enseña a explotar la tierra, no a los hombres”.

Grabé los detalles de este mural en mi memoria mientras mi maestra y yo descendíamos las escalinatas. En el pórtico de la Rectoría agradecí a Rosita su atención y me reencontré con el maestro Mafaldo. Mientras él continuaba guiándome por el campus, observé a lxs estudiantes, jóvenes que se esfuerzan por aprender e investigar para contribuir al bienestar de su sociedad. El gran Rivera aportó su visión artística. Pero son los maestros y las maestras de Chapingo quienes sirven día tras día, como guías y mentores, a esta juventud mexicana merecedora de oportunidades y recursos para forjar sus propios sueños.


Photo Credits: Joaquín Martínez ©

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