Aquí no existe el monopolio de legitimidad religiosa que pretenden el cristianismo, el judaísmo o el islamismo. A todas estas instituciones en creciente pérdida de autoridad les toca reconciliarse, aceptar y convivir con lo pagano. Si bien en estos altares se reafirman varias de las religiones de siempre, también se le abre un espacio a nuevos personajes que van transformando las creencias tradicionales y muchos de los códigos culturales actuales.
En ellos todos caben. No hay época, raza, oficio, patrón moral o lógica que sirva de pretexto para excluir a un personaje de un altar si hay alguien que le tenga fe. Allí conviven los próceres de la gesta independentista con los malandros de hoy, doctores académicos y hierbateros de campo trabajan juntos para curar enfermos y hasta vikingos, santos, indios y ex presidentes que se bañan en “Agua de Dólares” unen esfuerzos para ayudar a sus fieles. En un altar venezolano hay más pluralidad y apertura que en la sociedad que habita fuera de ellos.