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eduardo vilades
Photo Credits: Henry Hemming ©

Los deseos compartidos

Recuerda una cámara de fotos que le regaló una amiga, un aparato con el que Silvia comenzó a fotografiar Estocolmo, adonde llegó de su Pamplona natal hace diez años en busca de una vida mejor. Silvia aterrizó en el barrio de Kungsholmen cuando la crisis económica comenzaba a adquirir forma.

Nos meten muchos pajaritos en la cabeza acerca de lo que encontraremos en Europa. Todo es mentira, pero cuando estás al borde del precipicio te crees hasta la mayor de las falacias. De todos modos, me lié la manta a la cabeza y me fui a Suecia para poder mandar dinero a mis hijos.

Los comienzos fueron más o menos fáciles. Tenía una prima que le dio cobijo y empezó trabajando de canguro y cuidando a personas mayores. Pero se enfadó con su prima y se vio en la calle. Tras un periodo de un año en el que trabajó y pudo ser mínimamente autónoma, Silvia se quedó de nuevo sin empleo, pero con un añadido: padecía cáncer de mama.

Es muy duro buscar trabajo estando en un centro de acogida. Y más duro aún estar enferma y ver cómo las fuerzas te flaquean.

No deja de ser terrible, a la par que irónico, que un espacio ideado para luchar contra la marginación social sea un elemento excluyente. Los compañeros del centro la acompañaban a quimioterapia cuando le correspondía. Silvia no decayó nunca. Seguía luchando por sus hijos. Leía la prensa, escribía poesía y hacía ejercicio cuando el tratamiento se lo permitía. Incluso se lanzó a estudiar informática y teatro. No dejaba que la enfermedad le quitase la visión de la realidad.

Simplemente tengo un bicho dentro contra el que estoy luchando, pero la vida sigue, no quiero que nadie se compadezca de mí ni que me den palmaditas en la espalda. Cuando me siento decaída, pienso en las calles de mi Pamplona, en un buen bocata de chistorra o en el bullicio que se genera en lo viejo durante los Sanfermines. Ser feliz es simple, pero ser simple es difícil.

Es una mujer todoterreno que vive en un mar de dudas por su futuro inmediato. Piensa en eso, no en el cáncer. Sabe que en Suecia no hay tanto trabajo como dicen y que el estado de bienestar escandinavo está al borde del colapso. Le encantaría volver a Pamplona con sus hijos, pero el sentimiento de frustración y fracaso le atenaza. Ha pensando en traer a su familia a Suecia, pero le da miedo. Es consciente de que el riesgo de exclusión social se ha incrementado en un 26% en los hogares con hijos y un 15% en aquellas familias sin descendencia.

El crecimiento económico sesgado está dejando a millones de niños en la pobreza. Tienen que hacer frente a numerosas desventajas. ¿Progresarían mis hijos en Suecia o es mejor que se queden en Navarra protegidos por sus abuelos?

A Silvia le genera mucha incertidumbre el futuro de sus hijos en caso de que ella falte.

Tengo cáncer, no un catarro, sé que me puedo morir y estoy preparada para ello, pero mis hijos no lo están. Si vienen a Estocolmo y yo emprendo el viaje, ¿qué será de ellos?

Manuel tiene 12 años y Elvira, 14. Es ya toda una mujercita.

Recuerda de vez en cuando una canción de Mocedades llamada “Cuando tú nazcas”. En ella, una madre enumera aquello que le ha hecho feliz: el mar, los bollos recién horneados, la montaña, una playa desierta, el olor de unos libros en una estantería.

¿Tendrán mis hijos estos recuerdos de la Navarra que yace en mi corazón? No lo sé. Ojalá yo pueda evocárselos si el puto cáncer me lo permite.

La poesía de Silvia trata del mundo que ella vivió y que le gustaría disfrutasen sus hijos. ¿Es el amor una profesión en desuso?

A menudo se lo pregunta. Ha tenido que dejar su hogar y ve a su familia tan solo dos veces al año. Su universo estaba lleno de felicidad e ilusiones cuando era una chiquilla. Al menos, tenía esperanza.

Esa convicción de que lo mejor estaba por llegar la basaba en el amor y en entregarse a los demás con desinterés y sin pedir nada a cambio. Hoy, todo tiene un precio y el futuro parece borroso.

Silvia sabe que su imaginación, la que plasma en su poesía y la que proyecta en las fotografías que toma con la cámara que le regalaron, nadie podrá arrebatársela, ni siquiera la enfermedad.

Una amiga suya tiene una pequeña sala de exposiciones y ha ofrecido a Silvia que combine sus poemas con las imágenes en una muestra que invite a los niños a soñar.

Su amiga dice que, en los tiempos que corren, soñar es el salvoconducto que tiene la infancia para no perder su esencia y luchar por sus derechos.

Está convencida de que si los sueños de todos los niños convergen en la misma dirección acabarán por convertirse en realidad. Será la mejor medicina para terminar con la enfermedad, el dolor y la angustia. Los hijos de Silvia sueñan con que su mamá no se vaya nunca. De todos modos, aunque tenga que partir, la muchacha navarra de los ojos centelleantes fomentará esos deseos compartidos desde su país de nunca jamás con lo único que nos sanará a todos: el amor.


Photo Credits: Henry Hemming ©

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