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daniel campos
Photo by: Charley Lhasa ©

Los buzos de Windsor Terrace

La noche era calurosa por lo que dormía con las ventanas de mi dormitorio abiertas. Miran a la acera frente a mi edificio y vivo en el primer piso. Por ello pensé que despertaría por la mañana al escuchar patos graznando al volar desde el Lago Prospect o niños riendo camino a la escuela.

Pero aquella madrugada de lunes fue diferente. Dormía profundamente y la noche aún era oscura cuando empecé a escuchar, allá muy lejos, por sobre la superficie de la consciencia, un sonido peculiar. No lo supe interpretar ni incorporar al hilo de mis sueños por lo que me fue despertando poco a poco.

Semiconsciente, le presté atención pero ni siquiera lograba localizar su procedencia. ¿Qué era aquello? Por hacerme esa pregunta e intentar respondérmela, me espabilé. Hice algunas conjeturas fallidas: “¿Es el viento meciendo las persianas? ¿Una rata escarbando un basurero?”

Entonces percibí que era el sonido de una bolsa plástica, gruesa, abriéndose. Pensando un poco más, y terminando de despertarme, localicé el ruido en la acera. Recordé que el domingo por la noche nuestro casero había dejado afuera las bolsas plásticas que contenían los desechos de nuestro edificio para reciclaje. Entonces tenía que ser un catador, un «buzo», registrando las bolsas para llevarse lo que le fuera útil, lo que pudiera vender. Ya había visto durante días anteriores a un señor chino, y luego a una señora también china, pasar con sus carros de supermercado revisando los contenedores del reciclaje. Pero éste era el primer catador madrugador que escuchaba. Miré el reloj: 4:37 a.m. Ya no pude dormir más.

¡Ay Nueva York! Capital financiera del mundo, donde unos pocos ganan millones de dólares; algunos más, cientos de miles; bastantes más, varias decenas de miles; pero aun así, la mayoría, que son un montón de personas, luchan con dignidad para juntar apenas un poquito de billeticos verdes para sobrevivir.


Photo by: Charley Lhasa ©

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