Ya son las seis de la mañana en punto, la ciudad está oscura y en la calle Dr. Barragán se comienza a escuchar un silbido. El roce de una escoba hecha con ramas barre las aceras. Si usted sigue con frecuencia la trama de la famosa serie de zombis The Walking Dead, imagínese ese silbido que caracteriza a The Saviors cuando en la noche acechan, rodean y atacan a sus víctimas. Acá la persona que silba no es ningún malo de serie norteamericana. Es Rosendo, 32 años de edad, siete lleva trabajando como barrendero. A la semana barre cinco de las calles de la colonia Narvarte, colecta la basura de tres edificios y cree en los poderes de la brujería.
Una hora más tarde el sol ya salió y llega Juan Manuel, 45 años, divorciado, seis hijos. Juan M. recoge la basura de un edificio en Dr. Barragán, dos en Zempoala, uno en La Quemada y dos en Luz Saviñón. La gente sale de sus casas y anda de un lado a otro ensimismadas en la rutina. Los autos pasan por Cumbres de Acultzingo y se pierden en la curvatura de la glorieta SCOP. Al oriente el Eje Central está estancado en el tráfico. En la esquina de Dr. Barragán se escuchan las carcajadas de un trio de barrenderos que se juntan alrededor de unas bolsas de plástico negras. Los hombres se debaten en un volado la primera hazaña del día, pierde Juan M.. Entonces toma una de las bolsas y la desgarra con una navaja. Desde la negrura del interior cuelga el cuello de un gallo muerto, tiene las plumas ensangrentadas, el pico cortado y los ojos nublados. Los barrenderos se siguen riendo de la mala suerte de Juan M. cuando se marchan a sus calles para la colección de basura.
En las esquinas de la colonia Narvarte, en la Ciudad de México, ya es común encontrar animales mutilados y envueltos en bolsas. A diario son recogidos entre cuatro y siete animales de todo tipo que son abandonados en cualquier esquina, y que nadie reporta. Hasta que el mal olor aturde, y la mala fortuna de los barrenderos se topa con los desperdicios. No sólo se encuentran animales mutilados, dice Juan Manuel, a veces a la gente se le muere un gato, un perro, un cotorro y esos animalitos que eran mascotas terminan en bolsas en las esquinas. Pero el problema más grande son los animales que encuentran y que son desechos de brujerías. “Esos dan miedo o mala suerte”.
En la esquina de Dr. Barragán y Cumbres de Acultzingo vive un brujo cubano, en un cuarto de azotea adonde viene mucha gente para que les haga trabajos. “Les hace limpias y pendejada y media. Luego tiran los animales a la calle. Lo malo es que ni siquiera son capaces de darnos una propina por recoger eso”.
Los barrenderos se enojan porque no sólo tienen que limpiar porquerías de la calle, también sufren sustos. Horacio, 27 años, encontró una víbora muerta metida en una bolsa de plástico. “La recogí allá en Cumbres de Maltrata y Eje Central. La pinche bolsa pesaba y cuando la corté sentí la suavidad del contenido. Yo sabía que era un animal y como ya estoy acostumbrado pues ni modo, me la tuve que jugar. Al abrir la envoltura vi que la piel del animal era rara, estaba pelona y verde. ¡Chinga!, cuando se me cae de la bolsa y sale la víbora. No sé si fue la imaginación o el susto, pero creí que todavía se movía. La pateé para ver si estaba viva, dicen que esos animales se mueven hasta muertos. Me tardé como una hora en enrollarla en otra bolsa. El olor era insoportable”. En la colonia hay como cinco brujos en unas diez o quince manzanas a la redonda. Y los barrenderos siempre encuentran a los animales que sacrifican en sus actos de brujería.
A continuación una lista de lugares y hallazgos recopilados en una serie de entrevistas.
Luis, 32 años, 3 de barrendero. Encontró a las 8:15 a.m. una cabra en la esquina del mercado Nativitas, en el Eje Central. “La cabra tenía en el estómago dólares y euros. Había una cadena de oro. No sé que hace la gente con esas cosas, pero yo no toqué nada, así como lo encontré así lo llevé al tiradero. No me quiero meter en problemas”.
Alfonso, 49 años de barrendero. Encontró en la calle Mitla, a eso de las 6:45 a.m., seis cabezas de gallo. “Con todo y plumas, con unos palillos atravesados por el pico”.
Josué, 45 y Leopoldo, 44 años. Encontraron a las 6:25 a.m. dos gallos, a las 8:00 a.m. un gato y a las 9:10, más o menos, la cabeza de una cabra. Esto pasó en las calles Tepozteco, Torres Adalid y Dr. Barragán. “No tenían tripas los gallos. Quién sabe que les hagan. Se las han de comer, o esas las queman. Al gato le sacaron los ojos y le metieron piedras”.
Juan M. encuentra de tres a cuatro gallos por semana en la esquina de Dr. Barragán y Cumbres de Acultzingo. Y eso ha sido últimamente, antes encontraba más. Ahora echa volados con los otros barrenderos para ver quien pierde y le toca recoger. “Yo ya estoy harto. Me da asco”.
Los barrenderos dicen que son los brujos los que tiran a los animales. Ya los tienen muy bien ubicados pero no pueden hacer nada. Viven en las azoteas. Uno es cubano, dos son mexicanos, y al parecer hay un africano. Hay otro que todavía no ven pero que debe estar por las calles que tienen esquina con Dr. Vértiz.
Algunos barrenderos sí creen en la brujería, otros no pero respetan. No se meten. Lo único que les molesta es llevarse sustos. Y aunque ya estén acostumbrados dicen que les disgusta sentir la viscosidad, el hedor, tocar plumas mojadas de sangre. A veces tienen pesadillas.
Marcos, 41 años, dice que conoció a un barrendero que una vez encontró una cabra con joyas en las tripas. “Todos le aconsejamos que tirara eso, que no se lo quedara. Pero no nos obedeció y se quedó con las cosas. Se ponía los anillos y una cadena de oro. No es por mentirle, yo no sé que pensar, pero el señor a los pocos meses se secó. Se chupó todo y murió. Nadie supo de qué. Nadie. Ni los doctores. Cómo le digo, yo no creo en esas cosas pero sí vi que el señor se murió de algo raro, y fue después de ponerse esas joyas”.
Ya son las seis otra vez, el silbido de Rosendo llega desde la calle. Comienza su rutina. Fiu, fiuuu. Fiu, fiuuu…