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Ricardo Bello

Los brujos de Chávez

La interpretación de la religiosidad que utiliza como fundamento teórico David Placer en su crónica Los brujos de Chávez, publicado este año por la Editorial Dahbar, gira en torno a la magia. Es una dimensión de lo sobrenatural que a veces satura por completo la realidad social del venezolano, sobre todo si pertenece al ámbito militar. El sociólogo alemán Max Weber aventuró la tesis de que la coacción a Dios – la acción simbólica que busca mover a la divinidad a fin de conseguir una respuesta, generalmente material – está relacionada con la magia. Pero de ahí a pensar que todo fenómeno religioso es  magia o está vinculado de forma esencial a los trabajos de brujos y hechiceros, hay un buen trecho, una distancia que nunca logró cruzar el difunto en sus búsquedas “espirituales”. Otro gran investigador alemán, Otto Frank, muy superior a Weber a nuestro juicio, al menos en lo referido a los estudios sobre la naturaleza de la religión, se planteaba una realidad diferente: la fe intenta acercarse a la experiencia de lo santo, esa zona de la realidad esquiva a la razón, asociada al concepto latino de numen, lo desconocido que solemos encontrar en los relatos de los santos de la Iglesia Católica o el Budismo. El título del libro de David Placer es acertado: los brujos de Chávez, nunca la experiencia mística del difunto o la toma de conciencia de una finura ética asociada al cumplimientos de los diez mandamientos, por ejemplo, en particular el no robar y el no matar. De eso no se trata, los brujos chavistas estaban y todavía lo siguen estando, vinculados al poder y a la conservación del mismo.

Bien lo decía Norberto Bobbio, las teorías políticas se reducen a dos: el liberalismo, que intenta limitar y controlar el ejercicio del poder y el marxismo, que lo acumula y quiere todo, sin límites ni control. Fidel Castro reconoció y aprovechó esa debilidad (o deberíamos decir desequilibrio psicológico) del venezolano. A comienzos de la década de los sesenta intentó, aunque sin éxito, controlar por la vía de las armas a nuestro país y su petróleo, pero lo que no pudieron los fusiles, fue logrado con los collares. Desde Cuba, afirma Placer, los babalawos empezaron a llenar los ministerios, las Fuerzas Armadas y las principales empresas del Estado venezolano para crear la mayor red de información y espionaje creada hasta ese entonces en el país; tal como lo hizo en Cuba y explicó Andrés Oppenheimer en un extraordinario reportaje: La hora final de Castro. Si eras santero o babalawo, más chance tienes de subir en la jerarquía militar, en la burocracia estatal o en PDVSA. Es un sistema de creencias que satisface lo que cierta antropología de las religiones reconoce como teoría de la persecución: no soy responsable de mi bienestar, sino que me veo en la necesidad de culpar a otro de mis fortunas o desgracias. La conciencia del mal no está dentro de mí, soy inocente de todo cuánto me acontece y sin injerencia personal real en mi salud o suerte, delego mi responsabilidad a otros seres, cuyo poder invoco con mis actos de brujería, fumando un tabaco o sacrificando animales.

Los santeros latinoamericanos se encontraron con un Estado petrolero que apoyaba y financiaba sus actividades, al punto que a partir del año 2003 y durante varios años tuvo lugar el llamado Festival Internacional de Tradiciones Afroamericanas (FITA). Los militares asistían y podían inscribirse en talleres de formación a fin de obtener más conocimientos sobre esas religiones en pleno apogeo bajo el visto bueno del Comandante. Pero al final de su vida, el difunto tuvo una crisis, provocada por esa terrible enfermedad que humilla y regresa a tierra a todos y cada uno de sus pacientes y empezó a acercarse a la Biblia. Se fue distanciando del culto a Changó, así como de las organizaciones que lo promovían y comenzó a frecuentar a los que siempre permanecieron cerca de las Sagradas Escrituras. El libro de Job, naturalmente, fue uno que intentó descifrar. La investigación de David Placer es un muestrario de horror, algo así como el descenso a una cultura pre-moderna que persigue trasladar el foco de la responsabilidad personal a una zona ajena al libre albedrío. Ya no soy dueño de mi destino, ni quiero esforzarme por mejorar mi condición económica, no tiene sentido, para eso tengo las Misiones y el Estado que velan por mí; y en su defecto, un buen babalawo. Siempre eludiendo la necesaria toma de conciencia que debería colocar in situ, en el interior de uno mismo, a todo proceso de transformación espiritual y material.

La dimensión persecutoria se unió al marxismo. Los individuos ya no son responsables de sus actos, sino víctimas de explotadores y demonios que atentan contra su bienestar. El marxismo venezolano, visto así, resulta más bien una manifestación de lo gótico, ese afán por encontrar en el sótano de nuestras estructuras psíquicas personales y colectivas, la presencia de un ser o una energía que dirige y controla nuestras vidas, lo cual termina siendo una conducta grata para quien se niega a reconocer sus crímenes y perversiones. Como decía mi papá, nadie queda mal con su conciencia.

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