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Los años luctuosos: Primeros domingos de mayo

Tengo treinta y dos años y todavía, cada vez que voy a tomar una decisión, pienso qué diría ella.

Voz determinante del bien y del mal. Lentejas con chorizo o melón con jamón. Tan poderosa que, si hace falta, te manda con una nota a clase y habla con el director. Runrún animado que se alisa el pelo con el cepillo redondo, que pasea en batín detrás de mí por la calle 34 y aparece cuando en este lado del mundo quiero pensar que no tengo historia. Voz que se detiene a regañarme en Broadway, que pernocta si salgo de fiesta con los amigos. Sólo por verme llegar.

Consejera, previsora, ánimo, soporte y advertencia portátil. Voz fuerte, infatigable, sobre unos omóplatos chiquititos disimulados por hombreras. Que se sabe todas las canciones de José Manuel Soto, las bachatas rosas de Juan Luis, que conoce bien todas las guerras. Tarareando en el coche, en mis clases del doctorado, y yo que me iba a concentrar. Soplándome al oído con el humo de su cigarro. «No seas así y apágalo», le pido a la voz, «apágalo ahora mismo, delante de mí».

Protectora de índice y corazón ya amarillos, de humor ingenuo, cordura infinita, claridad mesetaria. Voz que se sienta a mi lado con su chaquetón sintético. A mirarme. Lagartas las dos tomando el sol. Que me pide un poema cada primer domingo de mayo porque sabe que me gusta escribirlo. Voz que lo recibe, lo remira y sonríe, aunque me haya salido raro.

Tengo treinta y dos años años y, enrabietada por tener que escucharla, tiro mi juguete en el parque, expectorando mi propio berrido en carne viva, toda hecha filete como Lady Gaga, en un intento por distinguir mi voz. Alarmando a los que hacen footing mientras se hiperhidratan, ensuciando más aún la tierra para perros. Todas las madres, todas las hijas, Astoria en vilo en el momento en que descubro a qué sueno. Aventurando la definición de aquello que podría ser yo para acabar girándome por ver qué opina ella.

Voz a la que le duele el juanete cuando cambia el tiempo. De manos suaves, organizadoras, resolutivas, constantes. Voz que desde su silla plegable dice que está deseando irse a la playa a comer espetos. Voz que, como no tiene mi permiso, sigue cautiva y sin mar en Nueva York.

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