Era fuerte y de mirada confiada —no digan que no—. Imponente hasta en camisa rosa.
De haber querido, habría apaleado a cualquiera. En verano, a carpetazo limpio con los mosquitos que se acercaban a la lámpara —amputadas después las alas con el portaminas—.
Gusanos de seda hacinados en una caja de zapatos. Escondidos bajo los Plastidecor. Entre hojas de morera amargas, echadas a perder. Olvidados por días. Asfixiados.
Así era yo. Enamorada en aquel cuarto: increíblemente fuerte.