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Los años luctuosos: 1997

Miraba la valla del colegio. Estudiar era lo de menos. Lo de más, hacer de tripas corazón cuando Ignacio del Río pinchaba la goma de borrar con el lapicero. Escarbaba y tapaba con un moco el hoyo gris. Goma revestida Milan Nata, decía. Si quieres te la presto. No, Gracias, Nacho, yo tengo la mía.

Lo de más fueron las zapatillas Victoria —de suela mínima— para hacer deporte en el empedrado del patio. Los consiguientes callos prematuros, las horas-nalgas escribiendo una tesis rocambolesca, ser conocida como Cara Condón. Eso fue triste, sí, casi tan triste como aprender a tocar la flauta o los lemas Pilar del Castillo es hija del Caudillo —yo robándole sábanas a mi pobre madre para hacer pancartas—, hola hola hola, la LOU no mola. Vida irreal como el jardín de tierra sintética de la guardería. Tierra sucia que no era tierra, tierra que se hincaba en las rodillas. 

Estudiar la asignatura de la Rosco en la playa. Eso. Desde luego eso fue lo de más. Los apuntes llenos de arena, dolor postural. Los otros requemándose al sol durante tres meses y yo, rostro pálido, matriculada en un nuevo campamento. Gaudeamus igitur. Porque había que aprovechar la hora de la digestión, el recreo de la comida era perfecto para aprender inglés. Vivat academia. Vivant professores. A las once guardar los cuadernos en el pupitre y ponerse en pie para cantar el Ángelus. Así era la vida y así fui creciendo hasta casarme con Agustín Cabeza de Vaca en el recreo. Los compañeros nos lanzaron tierra en vez de arroz, la misma tierra sucia del jardín de tierra. Que se besen, nos dijeron, que se besen. E Ignacio del Río, que ejercía de cura con el babi puesto hacia atrás, me levantó la falda delante de todos tras darnos la bendición. Matrimonio inválido, escuchamos. 

Años que pasaron y yo en un tren, hora y pico de ida, hora y pico de vuelta, próxima estación Las Margaritas Universidad. Hasta se jubiló la monja cheposa. Malparida ella. A tu casa, Camel, a tu casa. Pasaron también la EGB, la LOGSE, un máster, un título propio, otro máster. Doctorado. ¿Y ahora qué? Inválida como mi matrimonio. Desde los tres años subrayando libros, mirando la valla que entonces ya daba a Washington Square. Que se abre, ahora parece que se abre. Me olvidé las galletas del recreo pero tengo dos cromos de Oliver Atom. Y se abre. Puede salir, Professor Cordon. Pero entonces dudo si “profesor” en inglés llevaba dos efes o dos eses y vuelvo adentro para pagar las tasas, aprovechar la hora de la digestión. Las medias caladitas que pican bien subidas y, si quiere, sor Teresa, con mucho gusto le clavo de nuevo el crucifijo en la pared. Pincho la goma con el lapicero. Vida revestida Milan Nata. Yo no te la presto, Nacho. 

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