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Daniel Campos
Photo Credits: Ashleigh Jarvis ©

“Loquito” en el baúl de los recuerdos

En mis años del colegio, en San José, había un programa de Radio Uno llamado «El baúl de los recuerdos». Todas las tardes entre semana, a las 6:00 pm, el DJ «Rúper» Alvarado desempolvaba discos viejitos y los tocaba. Mis piezas preferidas eran de los Beatles, sobre todo melancólicas, tipo “While My Guitar Gently Weeps” y “The Long and Winding Road”, pues “Rúper” solo ponía música en inglés. Pero a veces me agarraba una onda Rolling Stones, estilo “(I Can’t Get No) Satisfaction”. Yo casi siempre escuchaba el programa en un vetusto equipo de sonido, marca Panasonic, que había rescatado del depósito familiar de chunches descartados e instalado en mi dormitorio. Me tendía en la cama mirando al cielorraso y me ponía a divagar.

En aquellos años también tuve una novia en mi barrio. Ella era una morena universitaria y yo aún un colegial. Todo comenzó tertuliando en la calle con toda la muchachada del barrio en las noches de verano, yendo al cine y haciendo fiestas. Una tarde vimos la película Ferris Bueller’s Day Off con todos los compas. Al despedirme de ella esa noche le pregunté si tenía “un besito para papito”, como el personaje Ferris le pregunta a su novia en la cinta. Para mi sorpresa, le brillaron sus ojos canela, sonrió, me miró con picardía y me plantó un dulce beso en mis labios con los suyos, tan cálidos y húmedos. Esa noche no dormí. Escuché música toda la noche en mi equipo de sonido mientras una sonrisa incontrolable se dibujaba en mi rostro.

Mi incógnita inexperta de cómo continuar después de ese beso se resolvió cuando, con la complicidad de dos vecinas, en un juego de botellita la fortuna nos mandó a darnos otro beso.

Nos escribimos poéticas cartas de amor. Nos juramos amor eterno con canciones romantiquísimas y muy cursis, tipo “Al otro lado del sol” en versión de Albert Hammond. Yo me imaginaba navegando con ella en un velero en el Pacífico hasta descubrir una isla donde solamente existiera nuestro amor.

A los seis meses me rompió el corazón cuando me dejó por un muchacho de otro barrio, más maduro, universitario como ella. ¡Diay! ¿Y el amor eterno? ¡Cómo sufrí!

Por dicha se me pasó la cabanga. Años después yo me fui del barrio, agarré el avión para estudiar en Arkansas y ella se puso nostálgica. De nuevo empezó a escribirme cartas. Y yo, nostálgico y romántico también, se las contestaba.

Una noche reciente, desempolvando mi baúl de los recuerdos, me encontré una de aquellas cartas, escrita con su delicada caligrafía. Yo había olvidado que ella me decía «Loquito». Mirá vos, las vueltas de la vida y los recuerdos que afloran al releer una carta olvidada por años, que anduvo guardada y olvidada en cajas de Arkansas a Pensilvania y luego a Nueva York, para ser redescubierta en Brooklyn y traída de vuelta a Costa Rica.


Photo Credits: Ashleigh Jarvis ©

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