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mario blanco
Photo Credits: Kuba Bożanowski ©

Studium jezyka polskiego dla cudzoziemcow, Lodz, Polonia, crisol de juventudes

Corría el año 1970 cuando cruzamos el océano Atlántico en un barco, entonces soviético, rumbo a Polonia. Cuba era beneficiaria de una suma de becas que otorgaban los países socialistas más desarrollados,a un recién integrado país al campo socialista. Nuestro primer destino era la ciudad de Lodz  para realizar los estudios del difícil idioma polaco, en un centro especializado llamado Studium jezyka polskiego dla cudzoziemcow, algo así como, centro de estudios del idioma polaco para extranjeros. Una vez superado ese curso, nos podíamos integrar en las distintas universidades del  país según la carrera elegida.

En nuestro año participaban alrededor de 45 personas de nacionalidades diferentes. Había alumnos  de todos los continentes. Nuestro curso tenía un alto grado de preparación y, además, para todos aquellos que queríamos estudiar carreras técnicas había cursos de física, matemática y química con el principal objetivo de  darnos a conocer las denominaciones técnicas y a su vez mostrarnos el nivel necesario de conocimientos requeridos para acceder a las universidades o a los centros politécnicos superiores.

El centro mantenía una disciplina y un orden casi perfectos, para evitar que de aquel enorme choque de culturas se transformara en una guerra sin cuartel. Sin embargo el elemento fundamental que nos hizo fundirnos en una masa humana consecuente y monolítica, fue la cultura polaca que, con audacia y sabiduría pedagógica, los autóctonos nos hicieron llegaren porciones adecuadas para lograr ese objetivo. Desde el amable saludo matutino, hasta el hablar sin alterar la voz, el pedir permiso para realizar cualquier acción irregular, el ser gentil con las damas  besándoles la mano al conocerlas o saludarlas, como una muestra de respeto antigua pero caballeresca. A la hora de la comida todo estaba muy bien organizado, y en general  nos fuimos adaptando, latinos, africanos, asiáticos y hasta otros europeos, a la nueva cultura alimentaria polonesa.

Por otra parte el centro facilitaba nuestras expresiones culturales genuinas, a través de un carnaval o programa artístico que nos ayudó a fraternizar entre todos quienes íbamos empleando paulatinamente el uso del idioma polaco.

Si aquel curso fue un crisol que elevó nuestro nivel de tolerancia de unos con otros la lengua polaca nos unió y se transformó en un elemento fundamental para construir amistadesy facilitar la convivencia en aquel centro situado en el mismo medio de Polonia. Gracias al dominio del idioma fuimos cada vez menos extranjeros en aquellas tierras hospitalarias con un capital humano inapreciable, que más tarde y con mucho sacrificio, nos daría un título universitario.


Photo Credits: Kuba Bożanowski ©

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