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sergio marentes
Photo by: Alexandru Paraschiv ©

Lo que ya no estará

Una de las partes del meteorito que, finalmente, luego de tantos años de espera y desespero, no cayó sobre la faz de la tierra ni sobre la faz de algo, me lesionó una falange del dedo corazón de la mano que creo que menos uso. El trozo, casi imperceptible, cayó como si fuera una gota de lluvia o, lo que es todavía peor, en cuanto a lo significante, como una gota de rocío, y lo hizo de una forma tan sutil que apenas si lo sentí. El dolor, la hinchazón, la incapacidad para introducir y sacar cosas de mi bolsillo y, como ya se habrá notado, para escribir estas palabras, vino después, al día siguiente, para ser exactos. Hoy es el día después, hoy es el último día. El primer día del resto de la vida de mi dedo.
Y es que, como dijo uno de los ganadores del Nobel de física del año noventa y algo u ochenta y algo, el último día de las cosas es, con una altísima probabilidad, el primero. Digo esto porque, por ejemplo, no había sido consiente, y eso que me dedico a escribir el mundo, de todo lo que se usa un dedo hasta que, con el más mínimo movimiento, si no llegaba al dolor, me quedaba en los mensajes eléctricos que se enviaban hasta el cerebro cada vez que la yema del corazón rozaba alguna de las teclas o, todo digámoslo, la más mínima brizna del universo. A este fenómeno se le llama el síndrome del miembro amputado, y no exactamente porque lo haya perdido del todo, ni porque sensorialmente yo, o lo que creo que soy yo, crea que mi dedo hace cosas que no puede por el hecho simple de la ausencia, sino porque sé, porque lo conozco desde siempre, que aunque parezca inmóvil por completo, está tramando algún poema o algún cuento mientras tanto. Así son los dedos que escriben el mundo. Y, he aquí la razón de ser de estas palabras, así son los ojos, como los son los suyos ahora mismo, desconocido lector, que leen el mundo.
Dicho esto, no sé si mi dedo vuelva a ser el mismo desde hoy, porque sé con exactitud que jamás será el mismo a partir de hoy.


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