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Sergio Marentes

Lo cierto de lo falso puede ser verdad si quiere

Científicos de la Universidad Politécnica de Varsovia han creado la primera abeja robótica, que ha sido diseñada para polinizar artificialmente, algo así como si inventáramos a un cupido de metal que lanzara sus flechas de manera perfecta y calculada por mil ecuaciones para no fallar y dar en el blanco siempre, o, por lo menos, lo más cerca posible, o al menos con bastante fuerza para que la flecha perfore lo suficiente y no se caiga más tarde debido a las sacudidas propias del tiempo. Se trata de un dron en miniatura que es capaz de encontrar una flor verdadera, no caer en la tentación de la falsa de plástico, recoger su polen, y transferirlo de la flor masculina a la femenina para fertilizarla y así mantener viva la especie por tiempo indefinido. Esto, hasta ahí, suena bien y hasta sencillo, pero la pregunta que me vino al instante fue ¿qué pasará cuando la abeja cumpla su tiempo de vida útil y quiera bien sea jubilarse por cansancio o procrear por diversión como lo hace la especie humana y sus creaciones? Además, ¿quién tendrá derechos sobre ella para prohibírselo o para permitírselo?, ¿qué pasaría si un enjambre de ellas atacara a un hombre de carne y hueso antes de hallar su antídoto o cómo reconocer un panal orgánico de uno robótico? Pues bien, se me ocurre que habría que preguntárselo a quienes descubrieron la primera cola de dinosaurio preservada en ámbar, con todo y plumas incluidas. Tal vez ellos sepan cómo se debe buscar, dónde se busca y cómo se debe hallar donde se inventa, porque hasta la fecha, nadie ha sido capaz de ver lo vivo en la muerte del pasado y enseñárselo al mundo sin ser tildado de loco.

Todo esto, porque hay una abeja que flota en la miel que quiero comprar y, como es apenas lógico, no sé si se trata de una de las de siempre o de las modernas, y me preocupa que la miel no sea tan dulce como la de antaño sino viscosa y ácida como el aceite lubricante de un motor cualquiera.


Photo Credits: Clint Mason

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