Lo bueno de la muerte es que con ella se termina el deseo. Y al no haber más deseo no hay sufrimiento por la insatisfacción del deseo. No elogio el suicido pero tampoco lo condeno. Séneca lo vio como una solución y Cioran, aunque escribía en francés, pensó en rumano que era mejor no existir. La vida es un estado pasajero, no tiene ninguna relación con lo sagrado. La vida no tiene sentido. La pregunta correcta no es por qué morimos. Lo curioso es que no sabemos para qué vivimos. Y si pensamos que vivimos sin un propósito (si aceptamos que no hay un para qué) la vida se vuelve más extraña y anodina. A fin de cuentas, lo único que cuenta es el instante, el fulgor que eleva una mariposa en el crepúsculo, la piel que roza mi rostro, el goce por la entonación de un verso, la música de Bach o Piazzolla. Lo único que cuenta es el instante que no pide un antes y un después.
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