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Montserrat Vargas
viceversa mag

Llámame por mi nombre

Julio de este año 2017, ha sido bastante fuerte. Mi país. Chile. Me ha vuelto a doler. Al inicio del mes Valentina Henriquez Albornoz hizo una denuncia de violencia intrafamiliar contra el líder de Los Tetas, Tea Time (Camilo Castaldi). Ese domingo 2 de Julio, apareció en nuestros Facebooks un post con las fotos/pruebas de sus agresiones. Fue impactante ver en mis notificaciones la cantidad de conocidos que compartieron el link, la mayoría mujeres, repudiando el hecho y llamando a la acción.

Han pasado algunas semanas, y veo que el link ya no aparece con tanta frecuencia en el news feed, pero los pensamientos hacia este Chile que me duele, siguen rondándome la cabeza.

Desde ese momento, comencé a preguntarme ¿Cómo podemos educar y luchar contra la violencia de género? No es un pensamiento que apareció por esa noticia en particular, pero me sobrecogió por sobre manera el pensar en las mujeres que quiero, y que están viviendo en este momento en Chile. ¿Cómo entregar un pensamiento positivo cuando sabemos que vivimos rodeados de violencia y de una cultura machista? ¿Cómo podemos educar y cuidar a futuras generaciones, y a los niños que nos rodean?

Días después de la denuncia de Valentina, aparece un status de Camila Moreno, en el cual ella enumera todas las veces que fue violentada en las calles de Chile, física, emocional y socialmente y comparte su alegría al saber que su primer hijo sería hombre, porque así no tendrá que vivir en el miedo. Su escrito llamó a reflexionar: la lucha en contra de la violencia de género no debería estar relacionada solamente con las mujeres, es una lucha cultural.

Acá en Estados Unidos se habla del lenguaje pasivo agresivo o de las microagresiones. Fue un tema nuevo para mí, sobre todo cuando tuve que enfrentarme a mi oficio de profesora. A veces la gente que nos rodea, incluyendo nuestra familia cercana, amigos y/o colegas, nos hace sentir incómodos, pero no podemos expresar el porqué. En la mayoría de los casos se debe a que la palabra o frase que recibimos es una agresión, pero nuestro inconsciente (dominado por la relación emocional que tenemos con la persona), no la reconoce como tal.

Fue increíble pensar en la alta cantidad de comentarios que escuchamos durante el día, y si sumamos que vivimos en una cultura pasiva agresiva, como en mi opinión es la de Chile, (donde este tipo de lenguaje es considerado normal), pensar en la cantidad de microagresiones que se sufren durante el día es abrumador, sobre todo las que ocurren en las calles, que son llamadas acoso callejero, o bien a través del uso de apodos, como por ejemplo los “gordita”, “gritona”, “flacuchenta”, por nombrar algunos. Todas estas microagresiones son ejercidas sin nuestro consentimiento.

Para que se entienda mi postura frente a la violencia de género que se vive en Chile, debo contar que desde hace casi tres años, he estado en una lucha constante por reconstruirme luego de haber sufrido un abuso sexual cuando era niña. Ser víctima de un abuso cuando estaba en pleno desarrollo físico y emocional, llevó a que con el paso de los años, formara a mi alrededor relaciones insanas. Tuve la suerte de no caer nunca en una relación sentimental con un abusador físico, pero sí debo admitir que confundí el amor de amigos, conocidos, familiares y algunas parejas, con un amor que era dañino verbalmente. Estaba acostumbrada, como muchos chilenos, a hablar de forma agresiva, a recibir palabras que dañaban mi ego. Y no me di cuenta, hasta que mi autoestima dejó de existir o hasta que entendí que el recibir halagos, felicitaciones o incluso el tener una relación sentimental “normal” era algo a lo que no estaba acostumbrada.

Los días de este mes de Julio pasaban y me estaba costando dormir. Me encontré varias veces leyendo el texto de Camila y comencé a escribir también para contar todas las veces en que fui violentada en Chile. Recordé a su vez, cuanto me hirieron las palabras de cercanos cuando se referían a mí diciendo que era “la artista” con un tono burlón y peyorativo, o como cuando me decían “la loca” en la universidad, “la gorreada” (por ser víctima de engaño), “la llorona” porque desde niña lloraba por todo incluso por las noticias de televisión o cuando veía algo extremadamente hermoso (nadie pensó que era un impulso físico, uno de los tantos síntomas de mi trastorno de estrés postraumático por ser víctima de abuso sexual).

Hace una semana, en la revuelta emocional que causó la sobre exposición de tanta violencia de género en Chile a través de Facebook, me vi compulsivamente buscando textos en el área de psicología para superar este remolino de emociones dominadas por la rabia, la impotencia, la vergüenza. Como todo ser resiliente (todos los somos), lo que hice es tratar de buscar el lado positivo pensando sobre todo en las mujeres, sobrinas, colegas que están ahora viviendo en Chile. (Pareciera súper fácil quejarse de un país cuando uno ya no vive en él y esa carga moral me molesta. Me hace hasta ser repetitiva en mi discurso). ¿Cómo puedo darles una palabra de consuelo y decir que no tengan miedo, que sus hijas no sufrirán ningún tipo de agresión?

Seguía conmovida por las palabras de Camila, y de pronto recordé el ejercicio que una de mis psicólogas me hizo el año pasado. Ella me preguntó “¿Cómo ha influido en tu identidad la forma en que te llamaban en el colegio o en la universidad?” Hice una lista, revisé cada adjetivo calificativo impuesto… la verdad es que no, no me sentía identificada ni eran parte de mi identidad. Pero me costó muchas sesiones darme cuenta del poder de las palabras y cuánto nos hieren, aún cuando sean en tono de broma. Esto ocurrió hace dos años.

Así fue que en búsqueda de respuestas, la semana pasada en vez de escribir en un papel y luego leer, los adjetivos calificativos que me impusieron e hicieron que mi identidad fuera confusa durante muchos años, y luego decir que no son parte de mi verdadera identidad, los escribí en mi cara.

 

montserrat vargas

 

Durante años al ser víctima de un abuso sexual, cualquier tipo de violencia (hasta la más mínima), y sobre todo la pasiva agresiva que viene a través de las palabras, ha dejado una huella profunda en mi identidad. Al ser disminuida con los adjetivos que otros te dan ¿Cómo crees que una niña se va a defender del ataque de un abusador?

Este pasado domingo leí When is speech violence? publicado en el Sunday Review del New York Times, la psicóloga Lisa Feldman Barrett afirma que hay pruebas científicas que la violencia (incluso con palabras) puede tener un poderoso efecto en nuestro sistema nervioso, («algunos tipos de adversidades, incluso aquellas que se desenvuelven sin el contacto físico, pueden hacerte sentir enfermo, alterar tu cerebro – incluso matar neuronas – y acortar tu vida»). Me encontré feliz, porque científicamente puedo corroborar que no soy una alaraca, como algunas personas me han llamado al manifestar que mi país no me parece un lugar seguro para vivir, que no quiero volver porque comienzo a sentir náuseas y a sudar pensando en que debo caminar sola por las calles.

Fue así que después de escribir los adjetivos calificativos, negativos e impuestos que recibí por muchos años, escribí en mi cara los adjetivos que YO creo que me identifican.

 

montserrat vargas

 

Cuando vi las fotos de Valentina pensé: – qué fácil es llegar al límite pero qué difícil es educarnos siendo una sociedad herida por el trauma, y aprender que el herir no es sinónimo de amar-.

Y volví a preguntarme: ¿Cómo podemos educar y luchar contra la violencia de género? Al ser disminuida con los adjetivos que otros te dan ¿Cómo crees que una niña se va a defender del ataque de un abusador? Las palabras marcan. Las palabras duelen. Imagina cómo duele un golpe. Si hieres con palabras, es fácil acostumbrarse al puñetazo.

Por eso, con este escrito, invito a la educación de la palabra. No creo que el femicidio acabará porque un famoso es culpable de maltrato y finalmente sale a la luz pública. Tampoco creo que en otros países no se vive el mismo tipo de violencia; se vive, pero de una manera diferente.

Espero que con este escrito, alguna persona pueda replantearse la forma que usa para hablar con el otro. Comencemos por lo mínimo, un esfuerzo que sólo requiere que nos re-formulemos y tomemos una pausa antes de usar un apodo o referirnos a alguien.

Debemos cuidar nuestra boca. Las palabras son un arma poderosa. Deberíamos ser más cuidadosos con nosotros mismos y decir inmediatamente que NO, que no nos gusta cómo nos están tratando. O si vemos a alguien tratar mal a otro, corregir. Re-verbalizar. Utilizar el refuerzo positivo y buscar una nueva forma de comunicación. Dejemos de referirnos al otro con adjetivos calificativos impuestos. Debemos saber qué información compartimos con nuestros niños, para que no copien malos hábitos. Deberíamos enseñar con el ejemplo (pienso en la famosa frase que dice: no le hagas a alguien lo que no quieres que te hagan a ti). Y realmente creo que la educación, es la única herramienta que tenemos para luchar en contra de la violencia de género. Una de las mayores herramientas en la educación es la repetición, la imitación.

Agradezco a Valentina, por ser valiente y poner el tema del abuso físico y mental en la palestra. Agradezco también a Camila Moreno, su escrito me da fuerza para formar la familia que quiero formar en un futuro, me da esperanza. A su vez a Pepa Valenzuela, la periodista que publicó Me cansé de Chile en el Mostrador. Mujeres que me han impulsado a compartir y a crear esta red.

Ahora, si quieres escribe los adjetivos o los sobrenombres que otros te dieron y comparte tu foto, recuerda que al final debes borrarlos de tu piel y escribir los adjetivos que realmente te definen (te darás cuenta que son positivos!). Compártelo en tu Instagram con el hashtag #callmebymyname #llámameporminombre


Si usted, un amigo o familiar exhibe síntomas de depresión o le pide ayuda, ofrezca su apoyo de la siguiente manera:

En Chile: Llame de manera gratuita a Salud Responde 600 360 7777 El Programa Salud Responde busca resolver la necesidad de información de la población en múltiples materias asociadas a la salud. Para esto, pone a disposición de la población una plataforma telefónica integrada por médicos, odontólogos, psicólogos, enfermeras, matronas y kinesiólogos, que, durante las 24 horas del día, los 365 días del año, informan, orientan, apoyan y educan a sus usuarios.

En Nueva York: Reciba Ayuda Ahora. 1-888-NYC-WELL (1-888-692-9355) Comuníquese con alguien que lo escuchará y además le ayudará. Llame las 24 horas, los 7 días, todos los días del año. NYC Well es un servicio que ofrece la Ciudad de Nueva York. Es un servicio gratuito de asistencia confidencial de intervención en crisis, y de información y referidos para toda persona que busque ayuda para situaciones de salud mental o consumo de sustancias controladas.


Photo Credits: Montserrat Vargas

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