Sin éxito intento, como desean algunos, alcanzar una correcta inmunidad emocional. Me cuesta cerrar las ventanas emergentes. Desde que me levanto hasta que anochece, el pánico se cuela por todas partes. Me rodean algunas personas que hicieron una especie de reconversión budista en sus vidas y están felices, son obstinadamente felices así intuyan lo contrario. Se podrían estar muriendo de hambre, pero insisten en que todo está bien […] La gente feliz de este país se va a Miami en Navidad y compran en bodegones de ensueño. Los demás, es decir, el 90 por ciento de pendejos que caminan por ahí, le producen un asco misericordioso. Es que, aún en la porquería, la vida en Venezuela es bella.
Juan Carlos Santaella
I
Invisible entre anunciantes que tapizan el vagón el poema del búho me obliga a ajustarme los lentes. Arthur Sze pudiera serenar a quien despierta en medio de la hecatombe que significa una estación desconocida y sin el móvil, encajado entre otros desorbitados que se ocupan de calmar sus pantallitas, lo leo como quiero; el sendero era rojo como la noche hasta que el búho sacudió las alas y un polvo fino cambió el color del bosque. Los silenciosos encuentran la voz del día.
Una señora testea frenética y le enciende al bebé que lleva en un coche el programa de muñequitos, a un volumen que es un atropello para el vagón entero. El pequeño viajero ríe y cuida de no perder el chupete mientras aprende del bebé tiburón du du dururu a cazar y a escapar con su familia de tiburones, un proyecto para la vida. Nadie se atreve a mandar a callar a una manada. Recuerdo entonces al pájaro Minah parecido a un cuervo hablador anunciado con los primeros compases de la obertura de una sinfonía de Mendelssohn. Tan él mismo, brotó en medio de la tierra sacudida cuando se ajustaban placas terrestres y los dinosaurios estaban a punto de desaparecer, solo con su enorme pico y ojos que no veían a nadie. Tenía la contraparte local que los niños cantaban en la escuela: sale el zamurito, que estaba escondido. La letra de aquellos folklorismos nacionales fabricados por nuestros educadores ante el irresistible colonialismo de las comiquitas foráneas finalizaba con el pájaro negro que bailando un joropo se come al podrido.
El pájaro Minah avanzaba inflexible como un anciano Saturno, un soldado sincronizado con su propia música. ¿Salta de la misma imagen del escorpión de La edad de oro de Buñuel ? :…ami de l’obscurité, il se ménage sous les pierres une excavation pour échapper à l’éclat du soleil ; peu sociable, il évince le fâcheux qui vient troubler sa solitude. O al revés, ¿el escorpión de una película que hablaba del instinto reprimido de sociedades de los años treinta, asesinato ligado a erotismo, salió de la comiquita?
“Las mentes gemelas”, hermanas venezolanas videntes, anuncian que llegó la hora de develar lo oculto sin ver hacia los lados. Rectitud y juicio, nada de hipocresías que crean monstruos en lugar de políticos. Para marzo de 2020, el signo de la rata china de metal blanco cerrará el ciclo de los cambios radicales. Saturno el enigmático que pone a andarse derechos, arquetipo de las mudanzas del tiempo donde fluctuamos como las ratas nadadoras, nos exige menos ambigüedad y no ceder a la intimidación. Las máscaras igualitarias nos raspan la cara, las dobleces convenientes terminan castigando, menos asomarse en el ojo ajeno, disoluto, flojo. Las profetisas, dos pares de ojos del rostro único contra la pared, trasmiten que toca girarse y dar la cara. Sin edulcorar, desechando lo superfluo. O no. Autoconciencia. O no. Actos de rectificación. O no. Rotundo el sí, claro el no. Porque somos libres.
Para hacer cuentas de lo que sobra cuando todo parece fuera de lugar hay que mejorarse la vista. El cansancio pone a ver colorinches matizados de elementos poligonales por todas partes. La quinta avenida se le borra, empieza a tener un no sé qué del mismo decorado que tropezó en el hall del edificio donde por pleitos del conserje con la esposa, diagnosticada de depresión por culpa del marido, empezó a lucir furiosa apuntando al violador. Se le recomendó terapia manual y ella se expresó. Tanto, que para llegar al ascensor hay que atravesar montoncitos de sus sueños rotos, en eco con las vidrieras artísticas – bomboneras – (en realidad refinada expresión camp que ironiza sobre un clima de casino y juicios políticos con la máquina tragamonedas del país que trastabillea). Rodeó al espejo de la entrada con muñecos de nieve con lentejuelas y piel de peluche escoltados por bastones de caramelo, chupetas y bombones gigantescos. No logra la perspectiva aérea de algunas vitrinas, atrapados dentro de un juego de la play station. La diferencia fundamental es que se nota la infancia católica de la señora, actualmente evangélica conversa, porque además del árbol-pastel rosa y tornasol psicodélico, rozando el techo, puso encima de una columna barroca una sábila artificial donde recuesta al pesebre chino relampagueante.
Saturno nos entrenó este año en el desprendimiento. Me dispongo a las últimas limpias profundas que inclusive abarcan la cuenta del Yahoo con su vida doble, sobrecargado de cruzadas que nos mantenían fragmentados: Defendamos a los golpeados salvajemente (apenas entraba un correo con ese asunto los salvajemente golpeados no podían ser sino del otro país), salvemos la memoria de Gloria Anzaldúa a la vez que hagamos otra cruzada por la memoria de Ascencio, Del Re, Mosca o Caneo; campañas por los guepardos o por las últimas cotorras de Madrid, sí, pero también por las guacamayas y el elefante y los perros y gatos del otro país que vive en su cuarto de Manhattan.
Empieza a borrar ofertas de viaje porque hay que conocer otra costa de su actual nacionalidad, lo que sería muy bueno. Aunque esta navidad podría también acompañar a Cuba a colegas a ver si captan los estragos detrás del decorado de la revolución y entiendan al fin sus contradicciones. A no ser que ya hayan cambiado de planes, mejor tentados por el rol de observador de protestas en un tour mundial.
Redoblo medidas pues el animal de mi signo es nervioso y la rata de metal blanco se aviene mal con aves. Los anuncios vuelven a llenarme el correo y sigo limpiando: Querida, hemos notado que leíste el ensayo sobre la precariedad del presente. Te proponemos el artículo La precariedad es la expropiación del futuro de Fernando Brontano (a cambio de una modesta subscripción). Y reaparecen los avisos a considerar, no sólo revistas literarias online y solicitudes de colaboraciones del genio homenajeado en el Festival Literario, sino soluciones del tipo dónde bien morir y ser enterrada. Fuera ¡cómo tratar el cáncer a muy bajo costo, los últimos días de retiro frente al mar garantizado sin huracanes, yoga efectivo para diabéticas, participación en una investigación médica sobre emigración y el uso de las drogas, emigración y locura, emigración y muerte! Fuera.
Los cazadores virtuales de datos, acumuladores compulsivos, cuando notan que acreciento la búsqueda de literatura de venezolanos, me venden las obras completas de la Diáspora Boom donde incluyen a los diasporistas de Puerto Ordaz y bellísimas muñecas artesanales con los rostros de autoras nacionales sobrevivientes o enterradas o novísimas o todo eso a la vez. Cuéntenos algo entretenido sobre la tragedia del país.
Recuerdo las recomendaciones de Saturno, no hagas caso, todo sobra. No son los ojos, son los lentes. (The owl in a wagon -mute English, is me!)
II
Diciembre empezó a ordenarnos con su primera nieve que recuerda ritmos cardíacos, con ideas con principio y fin, con niebla paciente o peligrosa, con estrellas fugaces y días cortos para no gastar lo que queda del sol y con el caos de sepultados en barriales blancos.
El invierno pasado una amiga me escribió que las feministas del país meterían la mano para transformarnos. Dejó de escribirme. Los ojos desvaídos o psicópatas que en la joven eran pasión o misterio, las ojeras cargadas del sapo, los impulsos reciclados, rancios o espantosos como pescados muertos, los ojos vendados hombro con hombro sabrían guiarse, juntos, hacia otra parte. La hipótesis de la astucia venezolana para usar la sumisión y la dependencia en provecho no garantizaron que las mesas de complicidades femeninas no terminaran dependiendo de las mesas (las musas) de complicidades masculinas (no solo allá). Todo apuntaba a otra vida, otro correo, las poetas o los poetas, o las ideas, qué más da, necesitan una alegría sobria. Mi amiga exultaba con las primeras pintas renovadas de la calle. Le gustó menos la pintura roja sobre el ángel neoclásico de mármol, ni verlo quemarse. Se calló.
O eso creí hasta que ahora que me pierdo desgranando la maraña del spam, porque junto a Llevamos su libro a las ferias mundiales del libro ($250 mensuales), por una maniobra distraída barro también sus cartas. Sudo, pulso trash, drafts, unread, sent, archive, casi rezando no, no, no, por favor no. En el Starred (el traductor propone sembrado de estrellas) aparecen respuestas tachonada de estrellas, nunca leídas, a la pregunta de hace casi un año: ¿es verdad que se están suicidando artistas ligados al régimen? No te despegas de lo remoto, por desconocimiento de ti misma. Nos atascamos remedándonos las identidades por las que nos reconocían antes. (¿Era su despedida, había consultado con las morochas? ¿Tuvo miedo por su nuevo país?)
Submundo de los desperdicios, el spam alfombra, si te asomas encuentras la rifa de febrero de Las solteras mayores de sesenta más bellas del mundo en un crucero por el mar Báltico, con destino a Venecia (con su participación de sólo $100 podía ganarse boletos para dos y colaborar con los pueblos indígenas del Amazonas. (¿Alguna vidente mayor de sesenta vio lo que se venía con Venecia y el Amazonas?). Poetas lesbianas publicadas del Caribe y de Europa del este te quieren conocer (oferta gratis del día, eso fue para San Valentín). ¿Quiere saber cuántas veces ha sido citado su nombre en textos académicos? O, ¿Quieres que te mencionen? (compra docenas de menciones a partir de $20, esto apareció prácticamente todos los días). Una alerta contra Alexandra Ocasio-Cortez. Venezuela te necesita, no votes demócrata. Pero nada como la foto con la belleza de la amiga con un Minah en la cabeza, usando una palabra que tenía tantos años que no oía: si que fui bolsa, escribió. Acepta lo tuyo, vuelve a negociarlo (esto último creo que no es de ella, se le pegó de otro anuncio).
Decido regresar las cartas llenas de recuerdos, sobre todo la que me dice que tenga cuidado con los falsos recuerdos cuando envejeces. Aquellas bolsas que fuimos, demasiado espesas (y yo que nos recordaba tan claras), si solamente habíamos aspirado a algo tan básico como ir a la escuela, estrenar sábanas de hierba, que no faltara alguien con quien hablar de lo que leíamos. Una amiga sin casa propia podía juntarse con su amiga propietaria de varias para compartir una bocanada, un café en la pastelería Marcyjota de la Av. Gran Mariscal con su sembradío de acacias amarillas perfumadas. Ella me corregía: mantienes fantasías de comiquitas sobre los intelectuales del país, olvídate, deja el fastidio. Luego un pasaje donde habla de dalias en medio de unos arbustos verde profundo con hojas de bordes acerados blancos y comprendo que ya no sabe los nombres de las matas. ¡Fuera conocimiento inútil! Los dientes filosos de la primera muchacha de tonos plateados que pasó con sus pájaros oscuros.
Desaparece la niebla de la madrugada y logra ver el dirigible publicitario por la ventana que llevaba un texto de Anne Carson anunciando algo de un Encuentro de la no sé qué libre (¿quién? ¿De qué, de dónde?, no veas, no veas, no te embasures, tú a lo tuyo, no te inventes un recuerdo, lee bien). Para de borrar y relee Podría:
Si no eres la persona libre que quieres ser, debes buscar un lugar donde contar la verdad sobre ello. Contar cómo te van las cosas. La franqueza es como una madeja que se produce a diario en el vientre, tiene que desenrollarse en algún lado. Podrías susurrar de cara a un pozo. Podrías escribir una carta y mantenerla guardada en la gaveta. Podrías escribir una maldición en una cinta de plomo y enterrarla para que nadie la lea por mil años. No se trata de encontrar un lector, se trata de contar. Piensa en una persona de pie, sola en un cuarto. La casa está en silencio. La persona lee un pedazo de papel. No existe nada más. Todas sus venas se pasan al papel. Toma la pluma y escribe en él unos signos que nadie más va a ver, le confiere así como una plusvalía, y todo lo remata con un gesto tan privado y preciso como su propio nombre.
Estoy escribiendo para aquella amiga, recordando lo que leíamos cuando nos sentíamos de la misma manada. No va a leer esto, ya no sé dónde está, de todas formas le reenvío el poema que salta de esta bolsa negra, que me rebota. ¿Tocará usar los hilos de sus amigas que leían y escribían libros que se desplomaban de las mismas ventanas junto con los cuerpos que caen incesantemente amarrados al gesto de ordenar, afanados, idénticos, como gotas de agua que manchan más? Las jóvenes, copiándose las bocas que dibujan corazones con el aliento en el vidrio vuelven a cortarse en el mismo lugar donde cabemos todas. ¿Para las mujeres el melodrama de la identidad? ¿Para los personajes, el cambio? ¿Si quieren ser libres de lo que se convierten, en otra parte, a lo mejor hay que volverse a convertir para volver a convertirse para volverse a convertir?
Y vuelven a entrar correos no solicitados: Reducimos su vulnerabilidad sin efectos secundarios o pruebe las terapias dialécticas comportamentales. Usted leyó Podría, le puede interesar la lista de los diez mejores libros de poemas del año. Le siguen interceptando los datos. Ya no sabe quién le escribe y eso deja de importar. Seguirá cazando du dudu dudu los libros queridos en los remates si siguen existiendo en el 2020. Oye otra vez la obertura de la Gruta de Fingal de Mendelssohn en YouTube. No quiere desprenderse porque si no eres músico para qué registrarla cuando acompaña en un video juego a la morsa cocinera malvada que quiere matar a Crash Bondicoot, para qué seguir sonando cuando aparece el escorpión de La edad de oro de Buñuel, el instinto, latidos o saltitos como signos de tinta, con esa forma de ojos inmensos de no vernos, en la penumbra.
Photo by: Saoirse Alesandro ©