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paola maita cronica
Photo Credits: Marco Verch ©

Leyes universales (Parte I): Muerte

La muerte tocó la puerta de la casa de unos amigos hace un par de semanas. Era el esposo de una pareja de rumanos expatriados. Fue una de las situaciones más surreales que me ha tocado vivir. A pesar que no entendía nada de lo que decían, no necesité traductor para entender la tragedia ni la tristeza de una mujer joven que se ha quedado viuda y una chica que se ha quedado medio huérfana. Todos ellos muy lejos de los lugares que los vieron nacer.

Lógicamente, me reservaré los detalles porque en realidad no es una historia que me pertenezca. Yo no fui más que un mero testigo de una de las leyes universales que nos unen: la muerte. Tal como la gravedad con su aceleración constante, el final de la vida no es de esas cosas que podemos evitar. Ni que seas profesor de Física.

No es una coincidencia que mencione la Física, una ciencia de la que solo tengo los conocimientos que quedaron en mi cabeza de mi época escolar. En estas mismas semanas, también mi profesor de Física murió.

Nos acostumbramos a ver la muerte como un enemigo, como el contrincante contra el que luchamos en cada respiro hasta que finalmente caemos. Hablamos de “vencer a la muerte” como si esto fuese realmente posible, y no una ilusión de nuestro sentido de supervivencia que se empeña en empujarla al trasfondo de nuestra mente, de ponerla en un sitio donde apenas sea posible vislumbrar.

Si fuésemos absolutamente conscientes de las posibilidades de morir que penden sobre nosotros a cada momento, tal cual espada de Damocles, quizás seríamos incapaces de hacer planes a futuro.


“Necesito que sepas qué hacer en caso que me muera. Ya a J. también le he dado instrucciones”. No diré que me tomó por sorpresa el deseo de V. Por una parte, en el poco tiempo que tenemos siendo amigas nos hemos convertido en una parte importante de la vida de la otra construyendo una complicidad fundada en compartir íntimos secretos. Por otra parte, me contaba de un sepelio al que había ido esa semana. Sus instrucciones son claras y contrarias a todas las tradiciones, como lo es ella. Tampoco hubo sorpresa ahí.

Recordé esta conversación unos días después de la muerte de mi amigo rumano cuando su esposa me dijo que ellos nunca habían tenido la conversación de qué hacer si esto llegaba a pasar. No es la primera vez que lo escucho, ni creo que sea la última.

Ser conscientes de lo frágil y fugaz de nuestra existencia quizás sea uno de los ejercicios que más directo nos golpean en el ego. Al final del día, no importa cómo hayamos vivido ni lo que hayamos logrado tener. Todos nos vamos igual.


Photo Credits: Marco Verch ©

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