La denuncia de una situación de abuso y manipulación por parte del poder político siempre es necesaria, y más cuando queda revelada desde el lenguaje de una autora con la perspicacia y agudeza de Nuria Amat. El Sanatorio, publicado en Barcelona por EDLibros, es prueba sensible de ello. Aquí la imagen de dicho lugar de reposo, tan caro a ciertas obras literarias, parte de la cuales quedan igualmente consignadas como referente en estas páginas, le sirve a Amat para tejer una alegoría con la situación actual de Cataluña, donde la consulta unilateral independentista pautada para el próximo primero de octubre es, desde su perspectiva, una cortina de humo que pretende encubrir el amiguismo, el clientelismo y la corrupción del gobierno autonómico.
Otros temas, como la marginación dentro del país petit de los escritores catalanes que escriben en castellano, las vergonzosas experiencias sufridas en carne propia durante su última estancia en Venezuela a manos de las autocráticas autoridades migratorias, la pérdida de relevancia de la voz del escritor dentro del panorama geopolítico mundial, la desconfianza de los regímenes populistas y dictatoriales hacia el intelectual, el repudio y purga de muchos autores universales durante las épocas absolutistas de la historia, el daño que los nacionalismos y los fundamentalismos ocasionan a la cultura y la sociedad, igualmente encuentran su lugar en el texto.
Un texto que combina el género ensayístico y novelístico, creando un sugerente tapiz de ideas e interrogantes, donde el yo literario y el autobiográfico confluyen en un entramado de referentes sociolingüísticos. Lo personal germina entonces desde un sustrato fértil, abonado por la red significativa que hace igualmente gala de un marcado lirismo; porque lo poético, independientemente de lo espinoso de su asunto, siempre está presente en la obra de Nuria Amat: “Le hablé de mí. Del frío de la noche. De mi desprecio hacia los que dicen ser únicos y mejores. De mi pereza de escribir. También de mi delirio de escribir. Un libro nunca se termina. Simplemente se abandona. De ahí mis silencios. Mi excepción. De la suya. De esputos en el Sanatorio (…). Y es verdad que las palabras ayudan cuando nacen del silencio” (53-54).
Así, la soledad del autor que escribe contra la corriente y la mudez de aquellos intelectuales temerosos de perder las dádivas, fuentes de trabajo o su lugar en la resbaladiza pirámide donde se asienta el poder si defienden sus principios, hallan igualmente un espacio privilegiado dentro del hilo argumental, removiendo la autora con su discurso los cimientos del conformismo y los orígenes de una resignación no exenta de cobardía, complacencia o indiferencia. Que el J’accuse! de Émile Zola no se hunda entonces bajo una tierra muerta, sino se alce fecundo con la fuerza de las tormentas.
No en vano, la portada de El Sanatorio incluye un retrato de la escritora sobre un paisaje embravecido. Porque aquí también hay frustración y rabia contenidas que hallan finalmente su cauce, fluyendo torrencialmente para anegar cualquier indicio de complicidad que pudiera existir con la realidad por ella expuesta; y donde el derecho a existir y expresarse en dos lenguas, no limita sino universaliza los contenidos de una cultura, peligrosamente dirigida hoy hacia un monolingüismo que la ha ido volviendo cada vez más sectaria y provinciana:
Nada molesta más a los intransigentes del autoritarismo cultural y educativo que la posesión de dos lenguas propias como algo natural y enriquecedor que define nuestra sociedad de Sanatorio, ahora dividida por razones de lengua y separatismo. Y empobrecida bajo el ordeno y mando de una lengua oficial única con la exclusión fehaciente de la otra lengua del territorio, autóctona como la que más, considerada como lengua propia y de una riqueza y un prestigio que nos define como ciudadanos del mundo” (249).
Pero darle la espalda al universalismo a fin de privilegiar el localismo no es prerrogativa de Cataluña solamente. Importantes potencias como Estados Unidos y Gran Bretaña también se hallan en un proceso de involución al respecto, cerrando fronteras y fomentando una cultura unidireccional que aviva el desprecio y el temor al otro. Una actitud producto de situaciones coyunturales, llevando a la gente a confundir las bases democráticas sobre las que se asienta el Estado, y que mucha sangre y muchos sacrificios costaron construir, con las intolerancias y cortedad de miras de los gobernantes de turno.
Pensar que las libertades son una dádiva, dejarse encandilar por las consignas de líderes con tendencias caudillistas, abandonarse a los arrebatos propios del desengaño ante los fallos de un presente que no responde a las expectativas trazadas, votar con el corazón y no con la cabeza, son errores que después se pagan muy caro, tal cual ocurre hoy en la Venezuela de Maduro, la Rusia de Putin y la Turquía de Erdogan.
La relación entre Marguerite Duras y Yann Andrea Steiner, un homosexual varias décadas más joven que ella, le permite a Amat engranar el poder de las historias de amor, independientemente de su registro, para superar los malestares íntimos y ahuyentar los fantasmas interiores, otro de los temas recurrentes en su obra. En tal sentido, figuras como Flaubert, Valéry, Calvino, Walser, Kafka también se imbrican en el argumento y planean sobre las páginas cual figuras tutelares de su catálogo sentimental, permitiéndole además reflexionar acerca del poder de la literatura para sobreponerse a los obstáculos, empinándose incluso por encima de la vejación y la muerte.
Lo inmortal de la palabra escrita para contar, denunciar, especular, deliberar, preguntar, nombrar resulta ser, a mi entender, el fin último de El Sanatorio: espacio de convergencia de cuerpos enfermos, ya sean los nuestros o los de tantas naciones que irresponsablemente se lanzan hoy por precipicios de los cuales luego tardarán años, incluso décadas, en salir maltrechos y abatidos para, con el discurrir del tiempo, volver a caer en idénticos abismos; pues la historia, para bien o para mal, no deja jamás de repetirse.