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Lealtades

En mi primera visita a El Barrio me pusieron al teléfono con Peter Rafael Bloch. Yo quería que me hablara de sus lealtades en la política y en la vida. Huye del holocausto y se enamora de Puerto Rico a primera vista, mejor dicho, al primer impacto sonoro de la música caribeña de New York. Algo tenía que saber de trompetistas puertorriqueños vinculados con las operaciones terroristas de la FALN. Supuestamente un artefacto explosivo había estallado en una biblioteca pública de Manhattan en 1969, pero los atentados siguieron, involucrando siempre a latinos o a activistas lesbianas. Ya nadie recuerda a la pareja Wilkerson y Tipograph, las extremistas indignadas que si sobreviven reclaman ahora que «la rabia no es una estrategia política». Qué me contaría Bloch del tiempo de aquellas muchachas, por estas calles donde estallaba la plena de boricuas indignados, de La Lupe cayéndose a pedazos en el United Palace entre la 174 y Broadway, después de Venezuela donde vestida de visón blanco cantó el Alma Llanera. Bloch publicó La-Le-Lo-Lai, Puerto Rican Music and Its Performers, en 1973. Cuando emigró a Manhattan su lado sefardita lo llevó al mundo de los hispanos. Sabía todo sobre Julia de Burgos y el arte latino. Nunca pudimos hablar de lo mío, él estaba intrigado con el fenómeno bolivariano y en el 2000 yo cargaba con mi experiencia de ostracismo disimulada en relatos pesados que por fortuna nadie quiso publicar. El país vivo, inédito, dispuesto para el que se lo quisiera comer y ella yéndose únicamente porque estaba triste. No oye esta ciudad. Se recrea en el detalle porque tal vez sería su más tolerable recuerdo, el que se llevaría ahora que todo lo que quisimos se dispersa, como si emigrar o morirse garantizara una isla de huesos sagrados en la cabeza, un clima más amable o al menos una posibilidad de romper el toque de queda de una ciudad que era casi siempre un pleito entre militares y bodegueros y un incómodo silencio entre los amigos. Nadie necesitaba de aquellos barroquismos ensimismados y sin embargo, Peter Bloch me trató como si fuera una conversación con una celebridad de las letras locales de entonces, con Arráiz Lucca o con Isaac Chocrón. Cuando preguntó por qué quería saber de aquellas cosas ya olvidadas, como los bolchevismos de juventud, ella mencionó el tema de las lealtades y la traición en textos caribeños y entonces él sacó a su abuelo de Frankfurt, el urólogo James Israel. Mientras operaba a Cipriano Castro en 1908 en Berlín, su compadre Juan Vicente Gómez le daba golpe de estado y él ya no pudo volver al país. Hay una anécdota del médico Pablo Acosta Ortiz, que cuando le pregunta a Castro, “¿Usted no cree General, que con su ausencia se presenten en Venezuela algunos trastornos políticos?”, el estadista respondía que eso era imposible ya que tenía a Venezuela «encerrada en el puño de la mano». No sé Venezuela, pero yo seguía encerrada en necesidades narcisistas.

A mis nueve años, Hilda Isabel Parra, nieta del estadista y escritor Celestino Peraza[1], en lugar de resumirnos Los piratas de la sabana soltó una arenga sobre las traiciones a la patria perpetradas por los italianos. Mi padre, nacido en las costas del Adriático, le expone en una carta que las palabras enredan los hechos. El general Peraza cayó en desgracia ante Cipriano Castro por unos telegramas donde un amigo corso delata su alzamiento. Aunque a Peraza le habían dado inmensas concesiones mineras, no estaba de acuerdo con aquellos regalos que nunca usufructuó. La nieta de Peraza, humillada por el olvido del conspirador brillante, no sabía que mi padre había traído enciclopedias a la casa porque las cosas no son como las cuentan y, a veces, ni siquiera como las cuentan las enciclopedias.

Bambina, per uno Manuitt desleal, está mucho Francescos Isnardi.

Oyes la frase y entiendes la forma de acabar con aquel traidor:

No es castellano, le digo mortificada.

Veo su estupor. Ya no hizo aquella cosa tan graciosa de ponerse a recitar en latín buscando sus palabras españolas. Abría y cerraba diccionarios, fue acumulando bolitas de papel, cambió los carretes de la cinta varias veces y luego de algunos rugidos muy quedos y revolverse en la silla, al final se fue quedando muy quieto mirando en lontananza hasta que los ojos verde grises parecieron no mirar.

¿Habría cambiado su escrito la forma de vernos -como piratas recién llegados que después de saquear las riberas del Caroní y disfrazados de venezolanos ricos las abandonarían- que tenía la maestra y algunos descendientes de caudillos? Fue papá, el traidor, el primero en adquirir el disco que vendían los gallegos del partido Acción Democrática, grabado por una niñita, con el poema El limonero del señor de Andrés Eloy Blanco por una cara y por la otra uno de Rosalía de Castro. En la esquina de Miracielos agoniza la tradición, ¿qué mano avara cortara El limonero del Señor?, la voz temblona, la narrativa misteriosa: figueiriñas y paxariños piadores, amoriños das silveiras que mi abuela explicó lo mejor que pudo porque ¿no fue acaso en una esquina o cruzando una calle donde fue atropellado el poeta malogrado en su exilio de México, igual que el beato José Gregorio Hernández lo fuera, pero en su particular exilio de Caracas? Mi abuela aseguró que lo de miña y lo de meus, adeus vista dos meus ollos eran palabras para no olvidar jamais. El sospechoso de traición escucha cuando mi abuela franco-venezolana nos cuenta Los piratas de la sabana, una novela del diecinueve llena de cartas que destruyen a alguien.

De todos modos, al enemigo le escondí la pluma de oro con tinta verde con la que solía firmar. Escribiría todos esos recuerdos para mostrárselos a Peter Rafael Bloch quien publicaría, poco después de nuestra conversación telefónica, When I was Pierre Boulanger: 1942 – a Diary in Times of Terror. Pero no alcancé a verlo personalmente. Y algunos boricuas nos trataban de neocolonialistas, sin que yo entendiera mucho aunque ponía el oído. Yo continuaba aterrorizada sin poder articular media palabra sobre el tema del que tanto sabían hablar pero que a mí me mantenía muda. La mirada cambiante, el reconocimiento dependiente, el discurso de moda. La misma persona que tiene varias vidas. Recordar a Bloch aplaudido por recibir la distinción de Isabel La Católica, ¨A la lealtad acrisolada¨, y menos al Bloch de ideas marxistas que sostuvieron pensamientos culturales después de la guerra, y mucho menos el trotskismo de los años 40 y 50 de los fundadores de la democracia venezolana. Tampoco alcancé a preguntarle por su amigo el Dr. Alfonso Ramírez, transcriptor del Libro Negro de la dictadura de Leonardo Ruiz Pineda. En 2016, las ventanas me salen aún al paso con la bachata Me enamoré, me enamoré, pero yo vuelvo a la versión Le Lo Lay, Anoche estaba mi amada como el filo de un puñal, mientras camino hacia Harlem para escuchar el piano de Marjorie Eliot.


[1] Celestino Peraza Berroeta (1850-1930), el 14 de diciembre de 1900 se alzó contra el presidente, Gral. Cipriano Castro, acompañado de varios vecinos de Chaguaramas, Francisco Manuitt (hijo) los delata. Publica la novela Los piratas de la sabana en 1905.


Photo Credits: Athena Iluz

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