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Fabian Soberon
Photo Credits: Carsten Schertzer ©

Lavadero

Lavo la ropa siempre en el mismo lugar, en la misma máquina. Eso me da cierta seguridad, cierta calma. Me hace pensar que hay orden. Un orden que no existe. El frente del local tiene un cartel enorme con letras azules. Dentro hay máquinas repetidas como si fueran las sopas de Andy Warhol. Llego, pongo la tarjeta, cargo el jabón y miro el giro del tambor. Me quedo horas así. El otro día vino una mujer canosa, con pollera larga, como si fuera religiosa y se paró al lado de la máquina. El tambor giraba mecánicamente. Una y otra vez. Nada se movía. Ni los pliegues de la pollera ni el rostro tieso ni las pestañas. Tenía un libro en el bolso transparente. Yo me corría para leer el autor. Pero no podía. Lo tenía colgando como si fuera un amuleto. La mujer estuvo parada horas, inmóvil, frente al televisor de arriba. Pero no lo miraba. Tenía la mirada perdida en un punto fijo. ¿Qué pensaba? Luego habló con el vendedor de detergentes. Le dijo que estaba harta, que se quería morir.


*Este texto pertenece a Csomópolis. Retratos de Nueva York, Ed. Modesto Rimba, Buenos Aires, 2017.

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