Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
adriana-mora

Cómo ser latinoamericanos influye en nuestra relación con el mundo

Latinoamérica es mucho más que un punto geográfico, es una identidad compartida que nos sigue a donde quiera que vayamos.

Cuando hace algunos años tomé un curso de periodismo narrativo, el profesor, un periodista chileno que viajaba por el mundo escribiendo historias y publicando libros, nos explicaba cómo, para escribir una de sus crónicas sobre un viaje a Vietnam, había sido importante tener en cuenta la “mirada latinoamericana”. Según él, su trabajo sobre la visita al país asiático estaba influenciado por su historia personal como latinoamericano.

Yo en ese momento vivía en Barcelona y entendía perfectamente de qué estaba hablando porque, desde que llegué a Europa, pude ver cómo mi identidad latinoamericana definía mi comportamiento en ciertas situaciones. Más allá de las obvias diferencias entre gente de varias nacionalidades, puedo decir que hay características que son propias de los latinoamericanos y que se destacan especialmente cuando estamos rodeados de gente que no lo son.

No voy ahora a hacer una lista exhaustiva de todas esas particularidades, pero sí creo que vale la pena explicar algunas de las más comunes que en su mayoría compartimos los latinoamericanos:

Agradecemos por todo. Los latinos tenemos fama de ser muy amables y se debe en parte a que “gracias” es una de las palabras que más usamos, sin importar si estamos pagando por un servicio o nos están remunerando por un trabajo. Todavía recuerdo la primera vez que entré a un supermercado en Barcelona, la cajera no solo no me saludó, si no que me miró medio sorprendida porque, al finalizar de empacar yo misma la compra, me despedí con un “muchas gracias”. En otras culturas solo se agradece como retribución a un favor, pero los latinoamericanos no concebimos el día sin pedir un permiso, así sea para usar el bolígrafo del banco, o sin agradecer, así sea al que está obstruyendo la entrada a un edificio y finalmente nos cede el paso.

Desconfiamos de alguien que se nos acerque de repente. No es un secreto que en nuestros países la inseguridad callejera es un problema y hay que ser precavidos, pero como latinoamericanos, cargamos esa cautela a todas partes. Si vemos que una persona se nos está acercando, empezamos a caminar más rápido, nos cambiamos de acera, agarramos el bolso con más fuerza y volteamos a mirar para otro lado, incluso si estamos dentro del Vaticano, porque eso sí, “uno nunca sabe”.

Mezclamos a nuestros grupos de amigos. Generalmente lo hacemos en el momento de esparcimiento favorito del latinoamericano: en una fiesta de apartamento. Para otras culturas es impensable tener a los amigos del colegio, de la universidad y de la oficina en un mismo espacio, sobre todo si ese espacio incluye una gran variedad de bebidas alcohólicas, pero para nosotros es un placer tener a nuestros amigos reunidos. Mejor aún si ellos a su vez traen a más invitados, no por nada Roberto Carlos cantaba que quería tener un millón de amigos, brasileño al fin y al cabo. Es en ese momento de esparcimiento que llevamos a cabo otra actividad que disfrutamos: emparejar a los amigos solteros.

No hablamos, contamos historias. ¿A cuántos nos ha pasado que contando una anécdota nos extendemos en detalles, o nos desviamos para explicar una historia relacionada, mientras que nuestro interlocutor –no latinoamericano– impaciente nos pregunta cuándo vamos a “llegar al grano”? No sabría decir muy bien de dónde viene nuestro amor por pormenorizar las historias, pero podemos ver incontables ejemplos en la literatura latinoamericana. La riqueza con la que grandes autores adornan sus relatos y entretejen nuevas tramas con rigurosa minuciosidad no es gratuita, todos los latinoamericanos tenemos alma de narradores.

Consideramos «quedar para tomar un café» un acto social. Es lógico que si nos gusta contar historias con sumo detalle, necesitemos tiempo para hacerlo. Quedar con amigos para un café es la oportunidad para sacar a relucir nuestras habilidades en la narración oral. Con nosotros no va eso de entrar a un Starbucks, hablar mientras se hace la fila para pagar, salir con el café en la mano y despedirse al llegar a la próxima estación de metro. Nosotros llegamos a un café y tardamos 3 horas en dejar el lugar. Y, aun así, seguro nos dejamos historias sin contar.

Nos gusta que nos confirmen las cosas, digamos, al menos unas 3 veces. Ya sea una transacción por internet, la inscripción a una universidad o la aplicación a un trabajo, solo estamos seguros de que nuestros documentos se han enviado correctamente hasta que recibimos más de una confirmación. Si se trata de un plan para el fin de semana, no es suficiente haberlo hablado con antelación, si llegado el sábado no nos han llamado para reconfirmar, damos por hecho que el plan se canceló.

Si estamos en un país no hispanohablante, sonreímos si escuchamos hablar español. Es más, trataremos de identificar el país de procedencia del acento y si podemos, hasta nos involucramos en la conversación.


Photo Credits: Cultura de Red

Hey you,
¿nos brindas un café?