El dilema de las vías del tren o del tranvía es un planteamiento ético que plantea dos situaciones en las que se ha de evitar una tragedia. En la primera, se puede accionar una palanca para desviar el tren, salvando a cinco personas pero matando a una. En la segunda, en vez de una palanca, hay que empujar a una persona para salvar a las otras cinco.
Generalmente, en el primer escenario, el 90% de las personas deciden accionar la palanca; pero en el segundo, el mismo porcentaje decide no empujar al hombre. A pesar de que las matemáticas son las mismas en ambos casos, muere uno para salvar cinco, hay un cambio fundamental de las circunstancias que explica el cambio de decisión.
En la primera situación, no nos sentimos directamente responsables de asesinar a alguien; mientras que en la segunda la acción tiene que ser directa para que ocurra. Para mí, uno de los factores relevante es el tener presente la cara de la víctima.
Pienso en eso porque hace unos días, escuché a alguien comentar que en este momento los venezolanos no estábamos siendo objetivos con la situación por la que pasamos. Cuando alguien no tiene vínculos emocionales con una situación, la manera en la que su cerebro reacciona es completamente distinta a aquella de cuando sí los tiene.
Cuando leo que ciudades venezolanas no tienen electricidad, no pienso igual que cuando escucho que hubo un bombardeo en Damasco o algún otro lugar en Siria. Las primeras para mí están pobladas de gente y sus historias, mientras que las segundas me suenan a lugares remotos, a pesar que Google Maps me diga que mi ubicación actual está a la mitad de distancia de Siria que de Venezuela.
La tragedia venezolana tiene cara en mi mente, es la segunda situación del dilema de las vías del tren. Por muy objetiva que intente ser, hay sentimientos que median en mi razonamiento.
El dilema de las vías me ayudó a comprender el por qué no puedo ser objetiva más allá de unos momentos. Podría parecer de sentido común, y que di la vuelta más larga para llegar a una explicación sencilla, pero cuando tengo los sentimientos revueltos, una buena explicación racional suele ser un buen remedio.
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