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adrian ferrero
Photo by: Rüdiger Stehn ©

Las rutas de Noruega

Cierta vez mi padre, Prof. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, crítico y escritor, me explicó una teoría del autor Julio Cortázar: la “teoría de las figuras”. La misma da cuenta de varios de sus cuentos y consiste en que en un determinado momento dos o más personas están destinadas a encontrarse o sus vidas a entrelazase. Ejemplos en la ficción de Cortázar sobraban: su cuento “La noche boca arriba”, “Lejana”, “Continuidad de los parques”. Esa contigüidad que las ponía en contacto trazaba un dibujo. A esta teoría, la traigo a colación, porque efectivamente tuvieron lugar en mi vida sendos encuentros que unidos atan destinos de modo completamente inesperado. Hubo, efectivamente, un cruce de caminos, según el cual, en la teoría de Cortázar, existe un designio prefijado que traza o trama diferentes encuentros.

En efecto, hacia 2019 yo me había lanzado a la aventura de escribir una serie de poemas sobre Noruega: una tetralogía. Había investigado sobre las comidas, los nombres más frecuentes, las aves, los árboles, el relieve de su tan afamada tundra.
¿Qué me había llevado a Noruega y por qué había tomado la extravagante decisión de escribir poemas y no cuentos o una novela? Eso no resulta tan difícil de desentrañar: porque soy poeta y cuentista. Era natural que buscara una forma que condensara sentidos, no que los expandiera a límites inabarcables que son por cierto incompatibles con mi temperamento.

En 2014, esto es, cinco años antes, me había doctorado en la Universidad Nacional de La Plata con una tesis sobre Literatura Argentina Contemporánea. Una de las dos autoras cuyas poéticas yo investigaba en la tesis, había compilado, lo había descubierto por entonces casi por casualidad (y lo había olvidado), una antología sobre narrativa noruega. Su título era Noruega cuenta (1994). Yo había leído esa antología como había leído la obra completa de esta autora para la realización de la tesis. ¿Qué secreta relación unía estos hilos: mis poemas con los cuentos de esos narradores? ¿El inconsciente estaba actuando de modo productivo?

Yo poco sabía de Noruega. Sí. Borges se había ocupado estudiadamente de informarnos acerca de Islandia y de sus ancestros. La escritora María Negroni había retomado un cabo suelto dejado por Borges y en un rapto de meditada insurrección había escrito su libro Islandia, en el que las voces de las mujeres hacen contrapunto con las de los guerreros de las sagas. Un amigo mío había viajado a Islandia y me había puesto al tanto de lo civilizado que era ese país. Una democracia representativa que había tenido a la primera presidenta mujer del mundo entero. Me hizo escuchar su música. Me mostró imágenes. Yo realicé investigaciones. Escribí cuatro poemas. Me alegré entonces de haber elegido Noruega y no Islandia como escenario de mis poemas. Evidentemente me desmarcaba de una tradición argentina en torno de un universo poético nórdico que pudiera repetirse que no me sería favorable.

¿Por qué había elegido Noruega en lugar de otros países nórdicos? ¿para huir de Borges y María Negroni, dos escritores que me superaban superlativamente? ¿para incursionar en ese exotismo propio de todo lo distante? ¿para dejarme guiar por una investigación creativa que había dado por resultado un poema y luego otros que se habían ido encadenando habiéndome quedado satisfecho con su resultado? Probablemente por todo eso junto. Causas y azares, como dice la canción del músico cubano Silvio Rodríguez.

En el medio habían sucedido otras cosas igualmente importantes. Hacia 2012 yo había leído el libro La mujer temblorosa o una historia de mis nervios (2010), de la autora estadounidense Siri Hustvedt. Este libro me había impactado vivamente. Se trataba de un proyecto transdisciplinario en el que se cruzaban la neurociencia, la psicología, el psicoanálisis, la literatura y naturalmente pinceladas de la biografía de la autora que sin embargo ella se ocupaba de aclarar que no eran el centro de su trabajo. Me había resultado fascinante el modo en que ella había urdido una trama tan compleja desde su formación académica con un doctorado en Literatura Inglesa por la Universidad de Columbia, para llegar a este otro libro y a sus novelas. No solo me gustó. Me resultó apasionante y logré varios entusiastas lectores para Hustvedt. Ese libro había producido un impacto emocionante en mí. Desde el intelecto y desde el orden de lo emotivo, además de lo admirablemente bien escrito que estaba, pese a haberlo leído en traducción.

Era un libro que por otra parte hablaba sin pudores de las dificultad que a ella le solía presentar el hablar públicamente, para resumirlo en una frase simplista. A partir de ese punto, proseguía todo un derrotero por búsquedas, interrogantes, pesquisas, indagaciones en el conocimiento, en torno de una profundización en ciertos núcleos que se expandían hacia otros cada vez más fecundos.

Nunca había leído un libro así. Y evidentemente (como siempre nos sucede en casos como este), siempre había anhelado que alguien lo escribiera para poder leerlo.

Siri Hustvedt vino a la Argentina a dar una charla. Lo hizo junto con la escritora argentina Luisa Valenzuela. Yo afortunadamente, luego de algunas gestiones algo bruscas, sirviéndome de ciertas influencias perfectamente legítimas, logré asistir, y si bien no soy bilingüe, sí he estudiado el suficiente inglés como para leerlo, hablarlo y entenderlo cuando alguien se expresa. La charla fue bastante extensa, según lo recuerdo, el sonido no era bueno pero sí estoy en condiciones de evocarla a ella. Su figura. Su fisonomía a pesar de que el lugar que ocupé en el anfiteatro, no favorecía el punto de mira ideal.

Con motivo de aquel primer libro y la conferencia, que me resultó interesante (Luisa Valenzuela se refirió al tema “escribir con el cuerpo”), comencé a comprar (pero no a leer aun), simplemente a hacer acopio, de todos los libros que ella iba publicando en traducción al español (ibérico, castizo). Compré sus novelas (tengo cuatro). Y otro libro de ensayos. Había separado la pila con su bibliografía para tenerla bien a mano y tentar suerte porque hacía tiempo que no encontraba ningún autor o libro que me cautivara. Y en lo relativo a lecturas, me gusta descifrar enigmas.

De modo que allí estaba la “pila Hustvedt”, aguardándome para en algún momento (cercano, esperaba) comenzar por uno (¿cómo empezar? ¿dejarme guiar por el azar? ¿los títulos? ¿las contratapas? ¿las recomendaciones siempre dudosas?).

Recuerdo ahora que cuando en 2019 le fuera otorgado el Premio Princesa de Asturias en España lo celebré y difundí su discurso de recepción del Premio, irreprochable. De sesgo feminista (lo que no me resultó antipático, no la noté fundamentalista sino reivindicativa pero no agresiva), también abordaba sin embargo esta preocupación de ella relativa a que ninguna teoría es capaz de dar cuenta de ciertas preguntas que la especie humana suele formularse a propósito de algunos de sus asuntos cruciales. Más bien Siri Hustvedt aboga por tomar de distintas disciplinas recursos para fundamentar o bien explicaciones, argumentaciones o hipótesis acerca de preguntas que le interesa desarrollar en sus escritos. Disperso y errático como he estado durante estos dos últimos años en lo relativo a lecturas salvo las que son por trabajo, tomé al azar Vivir, pensar, mirar (2012). Se trata de un libro de ensayos bastante extenso, que consiste precisamente en eso: ensayos. Ella en la “Nota de la autora” reivindica la palabra para dar cuenta de un género. Remonta la génesis del mismo acertadamente hasta Montaigne. Y afirma que el yo científico objetivo es una ficción (punto en el que también acuerdo también con ella). Que por detrás de esos artículos o libros científicos siempre está encubierto, agrazapado, un “yo” o un “nosotros”, afirma la autora, de naturaleza subjetiva. Y agrega Siri Hustvedt en la “Nota de la autora”: “En los ensayos que siguen yo soy un personaje que aparece y desaparece. Que esté o no presente depende de la argumentación que pretenda desarrollar”. Es interesante esta precisión en una autora. Y en una autora de ficción, con formación académica, que se instala luego como autora independiente, como explica. Su “primera persona”, su “acto de presencia”, para usar términos de la escritora y ensayista Sylvia Molloy respecto de su estudio sobre la autobiografía en hispanoamérica, son permanentemente móviles. En lo relativo a la opción profesional, yo había seguido ese mismo camino que ella. Luego de diez años de carrera académica y mi doctorado, había optado por dedicarme a la escritura en forma independiente. Ella había insistido en este punto porque sostenía que el sentirse por fuera de la necesidad de “estar al día” de las novedades de su especialidad le permitía leer “según su autoexigencia” y “seguir su educación del mejor modo en que así lo consideraba”. De manera que otra “figura” unía sus decisiones vitales con las mías en lo referente, esta vez, al orden de lo profesional, con repercusiones en otros órdenes, naturalmente.

El libro me cautivó de inmediato. Siri Hustvedt, en la primera de las tres partes en las que divide su libro, “Vivir”, explica que por la rama de su madre proviene de Noruega. Este fue un primer punto en el que las cosas comenzaron a encajar. Ella era exponente de una cierta sensibilidad nórdica, concretamente noruega, de la cual refería ciertos detalles (no muchos) y este libro daba cuenta del modo como estos tres verbos en infinitivo, eran una forma de organizar artículos dispersos, pero no de asunto azaroso con el objeto de básicamente responder a dos preguntas que Hustvedt considera cruciales: “quiénes somos y cómo hemos llegado a serlo”. De modo evidente, ella también encontraba “figuras” en lo que aparentaba superficial dispersión.

En la “Nota de la autora”, se refiere a los filósofos, psicólogos, psicoanalistas, estudiosos, que habían sido importantes para su libro (muchos a los cuales yo había consultado para mi tesis doctoral o a lo largo de mi vida) y, finalmente, terminaba aludiendo a que en los últimos veinte años se había consagrado a escribir sobre las artes plásticas. La última parte del libro, “Mirar”, estaba dedicada a ensayos sobre las artes plásticas. Y concretamente el último ensayo del libro, consistía en un estudio sobre la apreciación de la obra de arte desde una perspectiva filosófica y desde pensamiento el orden de lo perceptivo, de su captación sensible.

Por esos días, yo había tomado la decisión de comenzar una formación más o menos sistemática en artes plásticas, tema sobre el que siempre me había manifestado curioso, pero mis conocimientos se basaban más en un anhelo que en una serie de saberes organizados. De modo que tenía toda la intención de inscribirme en un Curso de Extensión de la Universidad Nacional de La Plata sobre Historia del Arte.

¿Qué otra figura podía solicitarle al destino más que esta cadena de, lo repito, causas y azares? Me zambullí con deleite en el libro. En el que nuevamente encontré más coincidencias además de hacer descubrimientos. Y evoqué, como si todo esto fuera poco, un intercambio con una colega de Letras de mi Universidad, también narradora oral, acerca de su fascinación por la obra de esta fabulosa escritora estadounidense, habiendo celebrado, con euforia (aún lo recuerdo) el citado Premio en España.

La Islandia de Borges, la de Negroni y la de mi amigo. La Noruega de mis poemas. La Noruega de la antología de la autora de mi tesis. Los antepasados noruegos de Siri Hustvedt, su Premio Princesa de Asturias que tanto había difundido desde distintos foros, el libro La invención de la soledad (un libro fundacional en mi historia) de Paul Auster, su marido, todo encajaba. Los destinos se cruzaban en un territorio feliz.

Probablemente seguiré leyendo escritores de Noruega, escribiendo poemas sobre ese pueblo, su Historia y su geografía. Tal vez sea el momento de internarme en su ficción con la certeza de que he encontrado por fin un tesoro. Probablemente sea el momento de comenzar a pensar la escritura, la teoría, la formación de un escritor, según los términos en los que Siri Hustvedt propone. Probablemente siga escribiendo sobre fotografía (que es lo que vengo haciendo desde hace alrededor cinco año o sobre cine, casi siete). Nunca puede uno preverlo. Hasta puede suceder que me lance a hacerlo sobre las artes plásticas luego de una formación al igual que ella con mucha mayor destreza y conocimientos que yo en este momento.

Quizás el punto sea ahora desandar las partes que han armado esta teoría de las figuras de Cortázar, sus más secretos designios. Leer el resto de los libros de Husvedt, releer la antología que compiló la autora de mi tesis, Angélica Gorodischer, ir tras nuevos sentidos, seguir escribiendo tras las rutas de Noruega.


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