Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Aladar Temeshy

Las puertas del consultorio

La secretaria a quien yo no conocía me llevó hasta la oficina de Verónica a quien si conocí por largos años. Por supuesto no cómo psicóloga, solamente como la hermana de Erica, casada con Pedro, amigo y colega. Erica, me recomendó  que hablara con Verónica, quien es muy competente para escuchar a los locos como yo. No me considero ni loco ni demente pero una catarsis viene bien como una cerveza fría en cualquier mediodía de agosto.  Verónica es seria, profesional bien reconocida, sin embargo tenía dudas de hablar con ella, con la psicóloga, hermana de Erica. Tenía ganas de escuchar una voz diferente de la mía sobre cosas no muy definidas entre Freud y el comedor. Pero por fin ella es psicóloga, sabe de Freud y Pedro, su marido, confirmó que es una cocinera experta. No me pregunto si fueron estas justificaciones  las que me llevaron al consultorio de ella. No quería ir a ningún  consultorio ya que no me sentía desequilibrado en busca de ayuda o acercamiento personal sin ser personal.

Ella me esperaba con la puerta abierta. Cortesía con un conocido llegando hasta la puerta, que es el límite de la atención profesional. Después de los saludos de rigor me preguntó qué era lo que me había traído a su cueva de enrollamientos personales.

-Mira Vero, lo sé bien, que aquí la gente viene a recuperar su ego no perdido, pero yo vine para hablar contigo, hablar por hablar, a sabiendas que esta exclusividad me va a costar dinero. Estoy comprando tu tiempo, tiempo profesional para que me escuches. Vero, ¿qué es lo que te quiero o tengo que decir con tu puerta cerrada en tu discreción comprometida y asegurada?. No lo sé. A lo mejor tendría que dejar de dirigirme a Vero y hablar con la doctora.

-Tú sabes que es igual, la puerta está cerrada pero yo abierta. Yo me cierro cuando se vence el tiempo contratado.  Estos son los lapsos de la discreción.  Aquí compras mi tiempo y yo te escucho. De la puerta afuera me puedes invitar a tomar un trago. Tú sabes que esto es mi límite. Pero ahora te escucho.

-Sí, sigo con la Vero. Nunca te decía doctora, tengo demasiado tiempo acostumbrado a llamarte así, dejando la segunda parte de tu nombre y el tilde sobre la o.  Vine para hablar contigo apreciando tu inteligencia en saber escucharme a mí, que a fin de cuentas no tengo nada que decir y, si acaso hay algo en una esquina, escondido, olvidado, tú tendrías suficiente discreción de dejarlo allá. Por ahora lo que puedo decir es, que no llueve, que es miércoles, y que hay una brisa suave.

-Víctor te interrumpo, a ti y en tu tiempo, pero ¿qué te trae a mis silentes paredes?. ¿Por qué quieres que te escuche? La brisa, el día miércoles compartimos muchos. ¿Qué es lo que tú no compartes y que es lo que no comparten contigo?

-Probablemente el silencio. Sí, hablemos del silencio, del silencio del miedo, de la retracción, de este estado de cuerpo espín. Quiero hablar, decir, preguntar para que me escuchen, que me contesten.

-Víctor, tenemos que cambiar roles ya que tú no me preguntas, yo te preguntaré. Todo el mundo, en nuestro círculo y, perdona que haga referencia a extra puerta, todo el  mundo te clasifica como a un individuo simpático, encerrado en su extravagancia, característica de la gente de arte, abierto, sin embargo con límites. Tu modestia esconde tu perfil de demiurgo.

-Oh, oh, el demiurgo es fantasía tuya.

-Sea como tú quieras, eres creativo, conozco tus libros y tus diseños y obras, como tú conoces el universo que te circunda, las condiciones que te afectan y los sentimientos propios, y que por cariño, te envuelven. Decías algo sobre el miedo, Víctor tú sabes que el miedo tiene más caras, las conocieron los griegos. Miedo tenemos todos. ¿Tú por dónde andas y con quién?

-Solo, sin andar. Te repito con un impulso desconocido de hablar. Pero ya que estamos en esto tienes que ver en el prisma de “yo hablar”. Ni soy profeta, ni político. Puedo formar letras, componer frases, expresarlas verbal o por caligráfica. No es el yo, es el otro. Es el otro que tiene miedo que yo fuera el otro. ¿Ves? Así comienza y se forma la secuencia interminable. Acuérdate de Fibonaci y el centro de su crecida curvatura. Es el uno y el uno. Es el yo y el otro yo. – Verónica se quedó con la infinita secuencia del Medioevo, la vista fijada en un infinito lejano de lugar y tiempo. Trató de recordarse al fulano Fibonaci y a su formula. Es algo repetitivo. Ya Víctor explicará. Esperó que su paciente siguiera, sabiendo que sería una catarsis larga, como siempre cuando comienzan con “la verdad, no tengo nada que decir”. ¿Negación de la inteligencia o es el miedo?  Las negaciones no son inteligentes pero los inteligentes tampoco son exentos. Esperaba el regreso de él.

-Sí, el gran jugador Fibonaci que sumaba el uno con el uno pasado empezó con la curvatura creciente basada en regresivo progresivo, que a pesar de la magnitud impresionante no llega más allá del uno más uno. Nadie puede negarse ante sí mismo, excepto los políticos.

-¿Te negaste cuando dejaste de escribir en el periódico? – Intento psicológico para acercarse al otro yo de Víctor y de su Fibonaci.

-No fue negación, simplemente una reflexión. No debo repetir lo que  ya he dicho. Las repeticiones están expuestas a las razones o circunstancias que provocaron los dichos  originales, su cambio y su repetición distorsiona al conjunto.

-Es una buena justificación por reconocer la propia limitación versus la limitación de la visión limitada. No fue el caso de Fibonaci, que es acumulativo.

-No, los matemáticos y sus géneros iguales, sin negarse su propio status, con sus ecuaciones se acercan a Dios. O pretenden. Acuérdate del que con sus 64 ecuaciones comprobó la existencia de Dios. Yo no sé donde estoy. No soy matemático y, sin ecuaciones, sé, que mi relación con el otro, con este otro yo, está distanciándose. ¿Quién se mueve, yo o el otro? ¿Nos movemos los dos o ninguno y es solamente el reflejo del tiempo?.

-No siendo matemático abres demasiadas incógnitas. Ni tú ni yo, ni tus famosos pueden resolverlas sin olvidar que el tiempo no existe, es una abstracción que hicimos nosotros y que aceptamos. Es una secuencia en la cual vivimos.

-Esta tarde las secuencias están presentes Vero. Ya que estamos en esto, nada más secuencial, cuando el uno  más uno no pueden ubicarse. Ni el buscador ni el inamovible otro. Antes de cruzar tu puerta para mí era todo personal, ahora entre tus paredes sordas ya todo es impersonal.

-Víctor estas paredes no admiten distinciones, paredes sabias, sordas ya que detrás de cada dualidad hay un factor provocador específico. Detrás de tus palabras está un motivador que te hace reaccionar a pesar de que tú y el otro, a quien tú conoces  desde  el momento lacaniano del preidioma, el «él» en el espejo, te dice algo haciéndote pensar o repensar en lo global, partiendo de un simple hecho.  ¿Qué fue este diario, pero algo distinto, que te hizo reflexionar? ¿Quién es ella, es siempre ella, ya que solamente es ella, “una ella” que tiene la distante magia de convertir una realidad cotidiana en una reflexión globalizadora?.

-El universo de ustedes psicólogos está iluminado por Lacan,  Kristeva y la sombra de una “ella”, pero nosotros simples transeúntes a diario, en la negada soledad, tenemos nuestros  despertares.

-¿Con quién te despertaste?

– Con la novia quien nunca fue mi novia. Una casi desconocida de una casualidad. Una monja. ¿Te sorprendes? – ya que en tu mundo de emociones y complejos una monja tiene poco lugar-. Yo la encontré en un modesto colegio, en la Pastora, de tres pisos y patio holgado, que por las lluvias frecuentes dejaron de usar. Alumnos restringidos a sus salas y corredores. La solución era un paragua. Paragua barato ya que las monjas franciscanas eran  pobres ya por vocación. Paragua que protege de la lluvia, mientras  su sombra refrescante permite la circulación de aire sin que el aire entrante la levante. Todo esto por encima de tres pisos. A las monjas, incluyendo a esta joven y bonita hermana, les fascinó. Así que hice el diseño, les conseguí un constructor y tuvieron su paragua. Preguntaron por mis honorarios. Les dije que soy también pobre y así estamos en paz. Casi lloraron. Cerca de Navidad me mandaron una carta de agradecimiento escrita en pergamino y, la joven a quien yo nombré subgerente me regaló para las fiestas un cobertor tejido por ella. Después de los intercambios de Felices Pascuas un silencio hasta las próximas, con tarjeta dirigida a la reverenda hermana y respondida a mi familia extensiva. Una formalidad registrada en la lista de la correspondencia navideña.

Verónica escuchó los detalles fijados en esta catarsis que normalmente quedan sin observar. Era agradable para ella seguir los detalles sin color, que por esta falta  prometían una perspectiva amplia. La sencillez con su corriente lenta por fuerza natural hizo concentrar su interés por un esperado cambio, de su grado y gravedad, la voltereta de la fase sencilla al desenvolvimiento impactante, que deja una sombra sobre el estado límbico de un ser muy asentado y de su mundo circundante.

-Unos años más tarde, en mi viaje para Boston en una tarde decembrina, la inmovilidad de la nevada me confinó al hotel. Como el trago de una bebida no me equilibró el vacío del bar, subí a mi habitación. Cuarto de hotel, una repetición internacional modulada por precios. Después de hablar por teléfono con la familia y con mi socia tenía la posibilidad de prender el televisor que no me provocaba. En la mesita redonda había unas tarjetas postales, fotografías del hotel, su horrenda fachada en el soleado verano, que no se aliviaba este invierno. Sí, pudiera escribir a alguien. ¿Pero a quien? Revisando listas y listas de mi memoria sumergió la subgerente. Sí, esta será mi tarjeta de Navidad. Allí iban mis Felices Pascuas desde Boston. – Se reacomodó en su silla para crear una división ente dos fases. Necesitaba una holgura involuntaria. Miró a la psicóloga,  a la conocida Vero para evaluar si seguir o abandonar el cuento. Sabía que estaba en el punto de colorín colorado. Pero por fin era un cuento.

-Ya se me habían olvidado, Boston, el viaje y la nevada cuando recibí una carta de ella agradeciendo mi atención y confesando que ya dejó de ser reverenda hermana, que está en su ciudad natal en España y que da clases en un colegio. Entre líneas estaba su tristeza ya que había dejado su pierna amputada en el claustro. Bien, era la subgerente, la ex monja jovencita a quien ahora tenía que escribir sin mencionar en absoluto su pierna. Escribí y ella me contestó. Seguimos en esto y cuando no hay una referencia afectiva lo mejor que uno puede hacer es crear una. Lo logramos, una lisiada compartiendo su soledad  con un perro y yo sumergido en mis problemas, ajustando este cuadro a un intercambio íntimo sin ser personal. Temario reducido y medido a su reducido mundo. Con el tiempo mi círculo la ubicaba, ya que hay que  encontrar un lugar, nadie puede quedarse a la deriva. Una ex monja al otro lado del Atlántico con pierna artificial, claro, es la novia. Sin comentario. –

La psicóloga miró al hombre, conocido afuera de puertas no tan concentrado en su propia monotonía como esta tarde, anclada en una inmovilidad. ¿Es el hombre a quien no conozco, o es su historia?

-El cambio continuo mundial no nos afectó, cada uno con su vida en diferentes continentes. Los políticos componiendo gobiernos con ideas trasnochadas influyen en una sociedad e influyeron en mi existencia. Contratos perdidos, escritura amargada y síntomas comúnmente repetitivos. Ella vio y leyó mi escritura y siempre comentó dentro de su simplicidad. No era un consuelo, solamente una voz del otro lado del charco, lejos de aquí, lejos de mi ayer. Vero, aquí estamos  en “el estar lejos” yo, lejos de mi ayer, a una distancia aguda, que siempre tenía una respuesta no pedida de ella. Aquí había preguntas, desesperaciones y más preguntas. Ella nunca preguntaba, sólo mandaba unas cortas palabras. Heidegger dijo que la palabra, el idioma, son la casa del hombre. Es más que una unión de letras.  – Dejé de continuar, miré a Vero para asegurar que ella estaba  conmigo y no se había quedado en el camino. Es igual, así que seguí.

-A mi alrededor todo el mundo estaba demasiado ocupado con su sobrevivencia cotidiana, una huida indeterminada, que hizo crecer la importancia de las simples palabras del “lejos”. Sus respuestas, si acaso fueron respuestas, llegaron a “tienes muchas preguntas pero te faltan respuestas” o  “me encantan tus líneas”. ¿Detrás de esto hay un desinterés, un comentario de cortesía, su incomprensión o una simple vaguedad? Nunca analizaba su alcance, era una voz de afuera donde suena el Adagio de Beethoven y no el himno del partido; la voz de lejos de alguien cerca de mí quien entiende mí letra. Le mandé un escrito sobre el vacío de relación del ser marginado por el cerramiento cognitivo y la realidad circundante. El desconocimiento del vacío o su intimidad. Muchas veces estuve pensando en esto. No hay revelaciones, nadie te contesta del otro lado. Estuve esperando sus dos palabras que no me dejaran asomarme al fondo del vacío.

-Vi la computadora, esperaba su comentario. Nada. Ya será mañana. Tampoco. ¿Estará enferma? No, yo vi sus fotografías recién tomadas.  No, no, mi planteamiento requiere tiempo e imaginación para llegar hasta el vacío de una persona incapacitada.  No se trata de la capacidad social de Krechmer, es de una sub nulidad encerrada. Cruel, ignorada. Bien Vero, esta voz lejana, esta Heiliger Dankgesang existencial se cortó. Y esto es todo lo que te puedo comentar sobre un día miércoles compartido y de su brisa.  Gracias por escucharme, no sé si mis palabras aquí adentro entre tus paredes sordas suenan o no.

No  esperaba afirmación o comentario, explicación o análisis. Llegué hasta la puerta, me volteé hacia la callada Vero para dibujar en el aire un semi – círculo con la mano levantada, que no era despedida, que no era nada.

-Víctor, hay puertas cerradas que son y quedarán cerradas. Es un hermetismo. ¿Qué te pudiera escribir? Ella vive en su sorda lejanía. Entiéndelo, ella nunca te contestó. Víctor, fue un  gran cuento equivocado, por favor cierra la puerta al salir.


Photo Credits: Jessie Jacobson

Hey you,
¿nos brindas un café?