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Viviana-Peretti

Las mujeres y el proceso de paz en Colombia

Photo by: Viviana Peretti


“Mi hijo se llamaba…” así empiezan casi todas las historias de las madres quienes, junto con las actrices de Tramaluna Teatro presentaron, en el Centro Español de Nueva York, La Nacional, la obra Antígonas Tribunal de Mujeres.

Una obra tocante que dejó al público atónito frente a tanto dolor y tanto valor, sumido en una emoción que se transformó en un silencio denso antes que se diluyera en aplausos.

“Hable de nuestro drama, denúncielo, que se conozca también esta otra cara de Colombia!” nos dice una de ellas al terminar la obra. Es una mujer menuda, sencilla, con la cara curtida por el sol y un cuerpo acostumbrado al trabajo. Perdió a su único hijo, un muchacho de apenas 16 años que soñaba con ser veterinario y recorrer el mundo. Lo mataron en el 2008 y los culpables siguen libres. Es una de las Madres de Soacha, primer municipio colombiano donde, gracias a las persistentes denuncias de estas mujeres, se descubrió la práctica cruel de las matanzas de jóvenes hechas por los militares. Desde Soacha empezó a retumbar cual eco macabro, la expresión “falsos positivos”. Muchachos humildes cuyos cadáveres valían recompensas y premios para los militares que los ejecutaban y luego los disfrazaban de guerrilleros. El gobierno del Presidente Uribe necesitaba a esos cadáveres para justificar los gastos militares y para seguir recibiendo la ayuda de Estados Unidos.

Se habla de una matanza de casi cinco mil jóvenes. Y lo peor del caso es que, según las denuncias de las madres, han habido otros casos también durante el gobierno del Presidente Santos. Esa madre que pidió que diéramos a conocer su historia, esa mujer que dejó de lado timidez y miedos para mostrar al mundo, desde las tablas del teatro de Patricia Ariza, la foto de su hijo adolescente, pide justicia. Y su peor temor es que el gobierno Santos decida pasar esas denuncias a tribunales militares en lugar de civiles porque sabe que eso ayudaría a acrecentar la impunidad. Si así fuera, si se evita la justicia a todas las madres que han perdido a sus hijos a manos de militares, si los culpables no recibirán la justa punición, las palabras paz, futuro, país, corren el riesgo de transformarse en palabras vacías para millares y millares de colombianos.

Patricia Ariza, en entrevista para ViceVersa confesó que su mayor esperanza era que se incluyeran a las mujeres en el proceso de paz.

Ella sabía porque lo decía. Ella conocía el dolor de estas mujeres que habían perdido a seres queridos, habían tenido que dejar sus casas y reconstruir sus vidas una y otra vez. Ella sabía que sin el valor de esas mujeres nunca se hubiera conocido la página oscura de los “falsos positivos”, y que si Colombia quiere sanar la herida que sigue derramando sangre y dolor es necesario escuchar a las mujeres quienes en muchísimos casos son jefas de hogar y las únicas responsables de los hijos y los ancianos. Son madres, hijas y trabajadoras. Son una parte esencial de la sociedad colombiana y como han bien demostrado son valientes y saben luchar por sus derechos, aún las más humildes, aún las que no han podido ir regularmente a la escuela.

Por primera vez en muchos, demasiados años, los colombianos pueden empezar a esperar en el fin de un conflicto que ha servido únicamente para dejar muertos y más muertos, para ampliar la pobreza y la desigualdad y para enriquecer a personas sin escrúpulos en ambos bandos.

El alto al fuego indefinido decretado unilateralmente por las FARC y la decisión del Gobierno de suspender hasta el 10 de abril los bombardeos a los campamentos guerrilleros representan importantes pasos hacia la consolidación del proceso de paz.

Otro paso que podríamos definir casi histórico ha sido dejar que se involucrara el Ejército. Nadie mejor que los militares para lograr que las armas dejen de ser las grandes protagonistas de esta guerra interna, y se proceda al desminado del territorio.

Son grandes adelantos en un proceso delicado, difícil pero absolutamente necesario.

Pero, para que el fin del conflicto llegue hondo, para que no represente una ganancia solamente para el gobierno del Presidente Santos que enarbolará la bandera de la paz para pasar a la historia, y para los grandes capitales internos e internacionales que se beneficiarán del crecimiento económico que sin duda tendrá el país, habrá que involucrar a toda la sociedad. En particular habrá que garantizar justicia y bienestar a los que desde siempre han sido los que más sufrieron las consecuencias de la violencia. En ese sector un lugar especial hay que reconocer a las mujeres, las que luchan por rehabilitar a sus hijos, las que cada día trabajan para mantener sus hogares, las que se desenvuelven en todo tipo de trabajo, las jóvenes que luchan por un país mejor y las ancianas que son la memoria de lo que no debe volver a pasar.

Sin esas mujeres, como dice Patricia Ariza, se podrá llegar a la paz pero será muy difícil la construcción de un país más justo y más solidario.

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