Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Las lluvias

Se desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio, y el norte mandaba unos huracanes que desportillaron techos y derribaron paredes, y desenterraron de raíz las últimas cepas de las plantaciones. (Cien años de soledad, Gabriel García Márquez)

CARACAS: Llegaron las lluvias.

Esperadas desde hace meses, anheladas y fantaseadas entre el calor recio y sudoroso de las últimas semanas de sol calcinante y de persistente sequía. Andaban escondidas en las hojas amarillentas y quebradizas que alfombraban calles y avenidas y crujían ligeras bajo las pisadas; entretejidas en los miles de matices dorado, violeta, ocre, rojo y naranja que teñían un inédito Ávila, desnudo y polvoriento; agazapadas en los chillidos frenéticos de las chicharras enloquecidas al anochecer; amasadas en la pulpa empalagosa de los mangos, al fin coloridos y suavemente maduros…

Llegaron de repente, sin anunciarse, inexorables y puntuales como a cada cambio de estación, con su olor penetrante a tierra revuelta, a grama mojada, a prometedoras oscuridades nocturnas. Y cuando digo lluvias, no piensen en aburridas aguas heladas de melancólicos inviernos europeos, ni en ronroneos distantes de arenosos aguaceros de final del verano… pues aquí las lluvias poseen el clamor mítico y la potencia feroz de un diluvio bíblico.

Estallan en un estruendo ensordecedor, acolchando en el cielo una capa esponjosa y grisácea; borran el horizonte con su impenetrable y líquido muro; inundan y embisten todo lo que encuentran en su camino…

En un vértigo delirante de ríos desembocados arrastran hojas muertas, ramas caídas, copas frondosas e incontables, escuálidas, basuras en el más alucinante espectáculo de raíces arrancadas, troncos quebrados y resplandecientes e improvisos relámpagos. La luz se opaca, los cristales de los edificios se estremecen en un largo y visceral escalofrío; Caracas tiembla bajo el ruido de los truenos y los azotes crueles de las ráfagas de viento, atrapada en el delirio de un tráfico aun más demencial; el Guaire, ese río olvidado y solitario que tan a menudo ignoramos, cobra vida y volumen corriendo, ahora, muy de prisa al lado de la autopista en un alboroto de aguas marrones y fétidas y el paisaje se arrepiente, transformando su insólita geometría y volcando en la locura del palo de agua su irresponsable atrevimiento, su belleza descarada.

Son, estos huracanes salvajes, como violentos ataques amorosos, intensos y brutales, mas sin demasiadas consecuencias. Duran poco y su urgencia, consumida de prisa, deja espacio después a una torpeza lánguida de aguas fluyentes y a lentos, infinitos goteos. En instantes el cielo vuelve a abrirse; el sol, como por arte de magia, vuelve a asomarse, cálido y brillante, alumbrando siempre nuevos, lúcidos verdores. ¡Así es el trópico!


Photo Credits: Mary Shattock

Hey you,
¿nos brindas un café?