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Las escaleras de Berlín

Desde que vine a vivir a Berlín, hace ya casi un año, nunca pasé por alto los portales de las casas de Kreuzberg, el barrio al que todos se quieren mudar. Portales de gigantes que abren las dos puertas a su paso; que conserva su aldaba oxidada – león que muerde la arandela con la misma fuerza que cuando la esculpieron-; que, sólo con verla, oigo los golpes que aporrean y ordenan que me dejen entrar. Puerta de madera que se queja cuando la empujo y pega portazo cuando la dejo libre a su suerte. Vidrieras marcadas por el polvo y el tiempo, que ya no tiñen el paso de carruajes. Suelos de piedra erosionados con huellas de cien mil zapatos. Enlucido descorchado en las paredes y molduras de merengue en los altos techos. ¡Qué pequeña es una en este mundo! Al fondo, la entrada al patio; descanso de bicicletas y de hojas secas. A la izquierda la subida a las viviendas. Escalera en espiral que habla más de sus años que de su diseño. Tablas que perdieron la horizontalidad por el maltrato de los tacones; que ya no buscan más que estar ahí para siempre, aún con su titulo señorial. Tabica de madera para pie de un cincuenta. Dilataciones con la entrada de una colilla y un día más sin barrer. Escaleras que vivieron una guerra y que, como abuelos, saben lo que es pasar hambre. Tramos de descanso solo en los rellanos. Barandilla sin asegurar. Pegamento intacto de la moqueta muerta y al fondo ya se ven las dos viviendas del primer piso. Timbres para apellidos con título, colocados a la altura de mis ojos. Puertas coloreadas con molduras laberínticas. Papel de periódico en las mirillas, que me impiden ver con aumento el ojo del hombre que vigila quién soy. Marca en el suelo del felpudo del anterior dueño y cerrojo bloqueado para la entrada del correo. Cierro los ojos bocetando las siluetas de los primeros dueños de esta casa. Mujer que me mira desde la escalera apoyando la bolsa de la compra para descansar. Olor a pipa del que espera el caldo caliente para pasar otro invierno berlinés. Reloj de bolsillo que se adelanta para el trabajo y se retrasa en las esperas. Se abre la puerta – ich bin hier (ya estoy aquí)-. Respuesta de crujir de tripas. Y se escapa por el fondo del pasillo el olor del apio hirviendo.


Photo Credits: copelaes

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