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shibari
Photo by: Fernando Guillen ©

Las cuerdas que nos atan

Iba a llamar solo para saludar, y con suerte un: Estoy afuera, sal
Americania

No importa si somos conscientes, o no. Todo el que migra está sujeto a un temor, a una pregunta que muchas veces no queremos hacernos a nosotros mismos: ¿Y si esta fue la última vez que le vi?

El día en el que me subí en el avión, no estaba ni cerca de asumir que había muchas personas que había visto por última vez sin saberlo. Todo el torbellino mental que tenía en la cabeza me impedía digerir todo lo que significa migrar de un solo golpe.

Ya han pasado casi tres años de ese día y cuando creo que tengo medianamente procesado el vivir a distancia y lo que ello significa, sucede algo que me demuestra que no estoy ni cerca de tenerlo tan claro.


Viernes

Esa noche, fui con S. a un encuentro de shibari. Hace meses, V. nos había comentado de esta práctica de bondage que consiste en atar a otro por mero placer. Desde que lo mencionó, le dimos vuelta a la idea de asistir a un encuentro. Bajo la filosofía del why not?, nos hemos atrevido a salir de nuestra zona de confort, permitiéndonos experimentar cosas nuevas.

Esa noche, vimos cómo algunos disfrutaban de atar a otros y estos disfrutaban de ser atados. Contra todos los pronósticos que tenía en mi cabeza, yo misma me atreví a que me atasen.

Paradójicamente, no imaginé que el ser atada por otro me daría una sensación de libertad que no conocía. El estar en las manos de alguien que me inspiró confianza y que en todo momento respetó los límites que le puse, me permitió entregarme a la experiencia.

Las cuerdas pasaron por mis brazos, por el pecho, el estómago, las piernas… Estuve muy cerca de estar suspendida en el aire, como si fuese una piñata, y en ningún momento sentí miedo.

Ceder el control voluntariamente y bajo un entorno seguro no es nada parecido a la sensación de deriva que muchas veces siento como migrante. Hay una cierta cantidad de cosas que puedo hacer que sucedan. Luego está la gran mayoría de las cosas que suceden, esas que vienen sin aviso y que nos pillan tal cómo estemos.

Casi flotar por unos momentos hizo que me quedase una sensación de liviandad tan placentera que no quería que se fuese.


Sábado

¡Esta canción me recuerda a A.!

Íbamos de camino a casa de unos amigos cuando sonó en la radio Estoy afuera, sal de Americania. Mi vida en Valencia me dejó amistades muy profundas, como la de A., una persona a la que incontables veces le dije la frase que titula la canción que sonaba.

Esa frase solía implicar que teníamos que conversar, que necesitábamos del otro para desenmarañarnos la vida. Andábamos haciendo y deshaciendo nudos sin darnos cuenta que con aquellas conversaciones nos estábamos atando los corazones a una amistad muy larga.


Domingo

He llorado en el tren de camino a Barcelona leyendo Persépolis. El capítulo iba sobre cómo el tío de la autora muere de un infarto sin poder ver a su hijo por falta de un pasaporte especial que le permitiese traspasar las fronteras del país, que estaban cerradas.

Si hay un miedo-cuerda que me cruza el corazón y que me oprime todos los sentimientos, es la posibilidad de que mi mamá se muera sin que vuelva a verla. Es una cuerda áspera, real y gruesa que me asfixia, y que lejos está de hacerme flotar.

A veces olvido que, al desatar la cuerda que nos amarra a la tierra natal, nos amarramos a la posibilidad de que esto nos ocurra. Con mayores o menores trabas burocráticas de por medio que nos inquieten, todos los que migramos corremos el riesgo de que nuestros seres queridos se mueran estando lejos de nosotros.


Lunes

Al papá de A. se le rompió la cuerda de la vida. A. está en Chile y no le puedo decir estoy afuera, sal para desenredarle un poco la tristeza que le acompaña. El miedo-cuerda de que esto me pueda pasar a mí me aprieta más la garganta. Ya la anécdota no solo le pertenece a una escritora iraní que no conozco, sino también es parte de las vivencias de uno de mis amigos. La presión se vuelve más real y cercana.

Las cuerdas del shibari no pasan por el cuello por mi seguridad, pero la vida no tiene reglas de seguridad.


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