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Dinapiera Di Donato
viceversa

Las cremas limpiadoras de las funcionarias podrían contener plomo

Solo sabemos que corremos, que no podemos parar. Vértigo.
Miedo. Esperanza. Cabe todo. Muerte o resurrección. Es un tiempo extremo.

El país como tragedia moral
Ana Teresa Torres

A cierta edad sabemos que no nos luce mostrarnos socialmente sudadas, con la lengua afuera. El asesor de imagen insiste en que ladremos despeinadas, estiremos la lengua mostrando caries, entre jadeos. Que hagamos muecas crispadas solidarias como señales de la cruz, porque estos no son tiempos para el Miss Venezuela. Que se acabó la guachafita presupuestaria. Las señoras, a poner en venta sus titulaciones, sus arepas, sus carteras.

La funcionaria habla mirándote a los ojos cuando da por inaugurado el gran laboratorio para la paz social. El alto mando, indignado por la visión tóxica que le dirige el mundo de derechas convoca de urgencia a expertos en aproximaciones a las realidades que durante tres días intensivos examinan las caracterizaciones simbólicas del psico-fenómeno de las protestas. Saber o no saber dónde poner la cara, dónde está la cámara. Algunos invitados se enjugan las lágrimas, -no, esta vez el turismo político, gracias a los trancazos o al terrorismo de guarimberos tuvo que hacerse pasando por las morgues. Definitivamente no ha habido un solo momento de guachafita para los visitantes expertos del alma, de izquierdas. No abundan los regalos, hay menos ofertas de publicación de libros, disminuyen los intercambios de espadas de Bolívar y se evade el importante asunto de la ayuda para subsanar la carencia internacional. La funcionaria concluye que la derecha capitalista ha pervertido un modelo simbólico para ofrecer en sacrificio a los hijos y comprometer así la última esperanza utopista que la izquierda había abanderado bajo el símbolo positivo y no el negativo del heroísmo imperial.

Aparecer ponderada, recién bañada, recién meditada y perfumada o desgreñada barriga y dientes al aire, he ahí el dilema de la funcionaria. El asesor de imagen se concentra en la chica negociadora en el exterior, que se vea como una Lolita Roja, chica Wolverine cuya misión la pone a lidiar con viejos lobos y lobas verdes con pieles muchas veces rojitas, trucadas. Porque ahora las caretas van cayendo. Solamente el asesor sabe cuándo conviene ser la joven de las perlas, en peligro o peligrosa. A la funcionaria se la ve entonces desafiando con delicadeza, collar al cuello, acompañada de otra joven que a su paso levanta la voz: ¡Es una dama, no la toquen!, ¡derecho de la mujer, derecho de la mujer!, sola contra los organismos internacionales. Normalmente divisada desde una perspectiva aérea, cuando solía ir, pequeño punto heroico-positivo, rodeada siempre de una multitud que llenaba un avión para que no viajara tan sola – incluyendo su asesor de imagen, ahora aparece en plena conversión: predica el amor de su lograda resiliencia.

Frente a nuestra piel -dirá la funcionaria con tono dulce- ustedes han sido testigos de cómo los medios de comunicación imperiales han desvirtuado la identidad nacional, destruyendo así el tejido social. Nuestros niños, alienados por el modelo del imaginario perverso norteamericano se sienten en medio de una saga y desde el exterior les envían los kit antimotines provocadores, camuflados entre las cajas de supuestos insumos básicos enviadas para dar imagen de carestía.

Convocados con premura para asistir al alto mando en su despertar de la conciencia, porque la guerra mediática imperial se recrudece, acuden los generosos especialistas y la funcionaria agradecida recuerda los beneficios de la psiquiatría en su propia vida, cuando ella misma había sido una adolescente desesperada. La mirada sobreentendida de la audiencia entrenada para la compasión recuerda al padre de aquella niña, torturado salvajemente, asesinado muy joven por el gobierno represor de entonces. Lo de ella no es venganza, es sed de justicia –comenta el asesor de imagen para que no le queden dudas al general que es el pastor de una iglesia, escogido por el alto mando para inaugurar las operaciones de la celebración de la independencia, en otro punto de la ciudad, en ese mismo momento.

Es que el asesor de imagen sabe que las chicas militares se maquillan muy bien pero aman ante todo a Jesucristo para todas las naciones y a la funcionaria se le ha visto blasfemando demasiado, como cuando dijo eso de que ama a la patria sobre todas cosas.

Pero no todas las funcionarias presentan, como ella, un aspecto de no necesitar terapia ni tampoco a Jesús. Agotadas por el altruismo, que absorbe tanto como la rabia, el quebradero de cabeza por lo del crecimiento sostenido, la entrega a la autonomía del pueblo y la lucha de clases que compromete los destinos y el fervor patrio tan desviado por la enfermedad de llevar la contraria, la mayoría de las lideresas lucen tan desmejoradas como cualquiera de esas rabiosas opositoras. Hay que retocarse con urgencia. ¿En qué momento el rostro de funcionarias radicales de izquierda que mantienen viva la llama del foquismo, aquella teoría según la cual un pequeño grupo de insurgentes puede encender la mecha revolucionaria, se empezó a confundir con el rostro de las radicales de derecha que se van con los foquistas menores de edad o sicarios que mantienen la llama del saboteo aparentando que es resistencia a las tiranías?

La funcionaria ajada, ¿según sube de rango, se avinagra visiblemente más? ¿No sabía acaso que para ser un monumento al sufrimiento y la valentía de nuestro tiempo había que enamorar todos los días con una idea-hombre? A tiempo completo, una vida entera, consagrada a la idea-hombre sembrada en el corazón vacío y hambriento, superando los obstáculos lanzados al paso por las enemigas del pueblo, enamoradas nada más que de sí mismas y del liberalismo, y resulta que ahora también la asedian las inflamaciones de la edad. El asesor de imagen se hace el loco. O es que ha envejecido con las funcionarias.

En las horas aciagas algunas meditan, porque gracias a la psiquiatría revolucionaria se comprende que de nada sirve liberar de su carencia espiritual al pueblo de Venezuela si no elaboraba primero su propio gen guachafitero. Tiene al menos la satisfacción de superar la enfermedad y la muerte natural. Las enemigas del pueblo, con su psiquiatría de derechas, no. Por deformación consumista, al contrario de las psicoanalizadas funcionarias del gobierno, se aferran a tratamientos caros que el universo se ha encargado de negarles, para que aprendan a respetar.

Pero a la funcionaria que lee la novela de Elisa Lerner, La señorita que amaba por teléfono, escondida bajo una carátula de Cuentos del arañero, también se le aguan los ojos cuando la narradora dice que en el país gobernar era una tarea un poco triste. ¿No lo ha sido casi siempre? ¿Quién dijo que Venezuela es un país alegre? Bullanguero nada más. ¡Peligroso cachondeo! ¡Cómo han hecho sufrir algunas guachafitas! Es verdad, la derecha no aprende.

Tal vez la lectora es la misma funcionaria que descubre que el contingente de sicarios, supuestamente jóvenes rebeldes comandados para destruir los bienes y matar defensores de la revolución, no son los mismos de los que hablaban los expertos en operaciones psicológicas colectivas. Un día se equivoca de calle. Se equivoca de muerto. Se harta de llevar caracoles enchapados en oro, comprados para colaborar con los investigadores del origen africano del Che –los mismos que casi convencen al asesor de imagen con la recomendación del uso del turbante con chancletas de artesanía autóctona carísima-, no le gusta cuando ve a militares enjuiciando a civiles de 17 años. Miles de procesados. Gracias a la terapia, ella perdonó los años de cárcel vividos en la propia familia, por pensar diferente, y ahora no va a tolerar el desmantelamiento del estado de derecho. Aplomada, no aguanta ya las recomendaciones del asesor.

Póngase la mano en el corazón y apriete el librito azul de la constitución. Mientras que a otra le recomienda trencitas simbólicas de heroína de Juego de Tronos para recuperar y resignificar la Khaleesi que Voluntad Popular se apropió, o que vuelva a tocar el piano bajo la batuta del genio y que declare que su militancia es musical porque las mujeres siempre ven la guerra como asesinato, cita de una bielorrusa que el asesor hizo que se aprendiera de memoria hasta que descubrieron que la bielorrusa era una traidora y hubo que olvidar toda la obra completa que le llevó años memorizar y el traductor, antes celebrado por los comandantes se quedó sin cobrar la traducción, olvidado en una isla. Es que los artistas son volubles, desde que el mundo es mundo, fue explicando el asesor.

La funcionaria que renunció al arte por amor a la idea-hombre, cuando se retira a la reliquia remodelada que tiene por casa y que perteneció a una anticuaria de dudosa fortuna –según chismes recogidos por el asesor, descubre que ha gastado su vida en componer un perfil que apunta a la militancia por la creación de una civilización alternativa. Por influencia del cuidador de su imagen, su deseo de destruir todo vestigio de arte mercantil decadente en pleno corazón de Caracas termina en un envoltorio de caretas mal amarradas y en una abridera de paquetes: regalos de instrumentos antiguos falsificados –ella no es tonta- que le obsequian nostálgicos inversionistas que coleccionan estatuas de Stalin, que ya no la entusiasman, porque lo gratis, en una revolución, sale caro.

Es la funcionaria que nota que debajo del disfraz de tortuguita, al desprender las capas de barriga y de mentón y la peluca de pelo ralo y el diseño de la boca en piquito que exhibe ante los compañeros que le hacen traer, enternecidos, cápsulas de alacrán azul de Cuba, el único país del mundo donde saben curar el cáncer gratis, la flaca que realmente es debajo de las máscaras, gracias al no menos generoso bisturí de los cirujanos plásticos revolucionarios, es la que se arruga más después de cada función. Con ojeras tan hinchadas como el del resto de las venezolanas en estos momentos, repasa el video cuando tocó en la orquesta con los genios musicales del país que lograron la hazaña de que no todos los niños se estén dejando matar en la calle equivocada, como ahora, como si fuera una guachafita, sino tocando melodías propias del hombre-idea de mejores civilizaciones.

El asesor de imagen de las funcionarias explica cómo no perder el sueño en estos momentos cruciales de tratamientos y cambios. Lo hace en un video, con cuidado para no confundir la retórica que usa en el otro, destinado a mujeres mayores de derecha que tampoco pueden dormir.


Photo Credits: Greta Ceresini

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