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Melissa Ragui
Photo by: Melissa Ragui

Las carencias de las etiquetas: Sobre el orgullo, la empatía y arte de Melissa Ragui

Cuando comenzó la cuarentena en México, cerca de los últimos días de marzo, pensé que para junio el mundo estaría en mayor paz, se habría sanado de esta enfermedad que nos ha habitado profundamente a todxs. Ahora me doy cuenta de mi error. Junio ha sido un mes lleno de sorpresas, por un lado los movimientos sociales que piden justicia y la crisis económica que cada vez se hace más presente en nuestros bolsillos, son ejemplos de lo difícil que es permanecer en casa.

Aun dentro de este panorama tan complicado, es el Mes del Orgullo. Es una fecha importante para celebrar y conmemorar la lucha de la comunidad LGBTTTIAQ, misma que soy parte. Como joven jotx de género fluido, soy consciente de un grave problema de visibilidad. Gran parte de los eventos, de la publicidad y de la mirada pública en general, ha sido acaparada por la letra “G” del acrónimo. No obstante, estar en un par de programas de Netflix y ser el foco principal del llamado Pink Market, no significa que hemos resuelto las luchas de nuestra agenda.

Entre estos tópicos a atender, es redescubrir la historia mexicana del orgullo, incluyendo a sus artistas. Mucho decimos sobre las revueltas y figuras de Stonewall, pero nada sobre los frentes de liberación sexual en México. Así como es necesario, pensar en soluciones para esta problemática, es imprescindible compartir y ceder espacios a otras personas de la comunidad. Bajo este supuesto, este mes decidí realizarle una breve entrevista a Melissa Ragui, artista multidisciplinaria, investigadora y escritora guanajuatense.

Melissa nació en Irapuato, una ciudad del estado de Guanajuato. Actualmente tiene 28 años, dentro de su obra podemos encontrar acuarela, fotografía, escultura y pintura. Ella se reconoce como lesbiana, aunque las etiquetas serán un tema que ella constantemente está replanteando. En algún momento de mi vida, un investigador se acercó a mí después de ofertar una conferencia sobre procesos de miedo y su relación con la producción artística. Las palabras de ese académico hacen ruido por la relación a la incomodidad de Melissa por las etiquetas.

 

Melissa Ragui
Género 1 de la serie Género, Melissa Ragui 2017, Fotografía digital colección particular

 

Este hombre me dijo: “Oye, tú trabajas artistas de la otredad, ¿cierto?” Hizo ese comentario después de que mencioné la obra de personas que han vivido experiencias de posguerra, otras que han sido racializadas, asimismo algunos artistas de la comunidad LGBTTTIAQ. ¿Cómo es posible que tantas maneras de vivir y enfrentarse al mundo se hayan resumido en “la otredad”? Ante los ojos de muchos, nos resumimos a un homogéneo “otro”.

Melissa es consciente de este prejuicio. Una de sus investigaciones se llama ¿Se está produciendo arte queer en México? y trata sobre las dificultades por nombrar y entender al arte producido por las disidencias sexuales. “Todos los individuos interseccionalizamos. Cuando ves el mundo como una gran intersección, te das cuenta que todxs tenemos algo en común, incluso en nuestras diferencias. Eso quiere decir que lo político de alguien que tenga un problema similar al mío, es político para mí también”, me comenta Melissa mientras comienza a explicarme su investigación.

De acuerdo con sus resultados, el término queer llega a ser colonizante; de entre los muchos significados de la palabra, podemos destacar que proviene de una serie de experiencias de la diversidad sexual en Estados Unidos, que no precisamente hablan de las identidades en América Latina. Incluso comienza a hablarse poco a poco entre agrupaciones académicas de una latinización entendida como cuir. “Catalogar a una obra como queer es complejo: hay que considerar algunos factores, como si desestabiliza los cánones normativos, si es que el artista se identifica con ese concepto, si es que el discurso curatorial apunta ahí”, comenta Melissa.

Después de esta respuesta, le cuestioné si su obra se considera como queer o cuir. “No lo sé. Yo considero que primero me gustaría alejarme de lo moderno, entendido como hegemónico, academicista. Desaproximarme de la historia del arte universal. Sé que desaprender es algo complicado, en la academia fue donde aprendí mis herramientas.” En las palabras de Melissa, dejar la universalidad, que más bien es europea o americana, implica: “tomar esas herramientas y atender a las problemáticas de mi comunidad, de mi entorno al que no soy ajena y que quizá la respuesta objetual no es estética, entendida en torno a cuestiones del gusto y lo bello”.

Una vez que me explicó lo anterior, le pregunté por su serie fotográfica llamada Genero, fig 1 y fig 2. Son algunas instantáneas de un fuerte contraste, cortes de cuerpxs yuxtapuestos en un fondo negro, hay una versión en tonos jades y otra en blanco y negro. Algunas son de piernas, otras de brazos, pechos y manos. Yo destaco sólo dos que se muestran al final del escrito. Por inmediatez, relacioné sus piezas con Man and Women del fotógrafo Eikoh Hosoe, en ambos hay una búsqueda por llegar a una suerte de esencia de lo que significa el género. En el caso del artista nipón, hay un sentimiento de erotismo que impregna la obra. En el caso de Melissa, hay hartazgo:

Las realicé cuando comencé por preguntarme por las etiquetas del género. Estaba cansada de los fenotipos sociales de lo que significa ser mujer o ser hombre, peor aún de los cánones de ser lesbiana. es que no pareces lesbiana, suelo escuchar muy seguido. En estas fotos lo que quise es hacer pedazos de carne y reducirlos a materia orgánica, donde no puedas predecir qué género u identidad sexual son los modelos. Ahí todxs somos iguales.

Después que me explicó el significado de las piezas supe cuán equivocado estaba. Por la similitud de búsquedas artísticas, su obra no se relaciona con Hosoe, sino con Christina Schlesinger, otra artista que habla sobre cómo se ha reducido a las mujeres lesbianas a una camisa de cuadros, cabello corto y actitudes que se presumen “como varoniles”, por ejemplo en su pieza llamada Tomboy en una camisa de franela azul.

Para concluir la entrevista, ambos hablamos de lo complicado que ha sido regresar a casa de nuestros padres dada la cuestión con la pandemia. Ambos rehabitamos traumas. “Me han regresado al closet, después de tantos años… y yo sé que si la paso mal, sé que hay alguien allá afuera que se está enfrentando a problemas más grandes”. Después de eso, ambos nos comenzamos a preguntar por albergues o centros de protección para jóvenes de la comunidad LGBTTTIAQ en Guanajuato. Son pocos, casi nulos. Otra tarea que tenemos que resolver.

Regresando a sus palabras, en esa frase sobre regresar a casa, entendí mucho sobre la interseccionalidad que hablamos en un inicio. Más que mostrarnos tolerantes con “el otro”, habrá que ser conscientes que en esa abstracción tan carente de matices hay situaciones que atraviesan y problematizan el bienestar de otros seres humanos: la cuestión económica, el color de piel, el género, la orientación sexual, entre otros.

La idea de utilizar etiquetas no tendría por qué ser restrictiva, como aquello que se aqueja Melissa sobre los “fenotipos” de lesbianas, como esa idea del comprador que piensa el Pink Market sobre los homosexuales, como llamar “la otredad” a todxs los que no reconocemos. Las etiquetas tienen carencias, aunque éstas nos sirven para identificarnxs, para mostrar diferencias y ser orgullosxs de las mismas, no deberían encarcelarnos. El arte de Melissa, sus exploraciones e investigaciones se componen de esos fragmentos de contradicciones, aunque dudo que lo haga desde una superioridad moral o estética, estoy seguro que lo hace desde un sentimiento lleno de empatía.


Photo by: Melissa Ragui ©

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