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paola maita
Photo Credits: Gauthier DELECROIX - 郭天 ©

Las anécdotas lisas

Uno de los entretenimientos más antiguos en la historia de la humanidad es relatarnos historias. Creo que para nadie es ajena la imagen de los cavernícolas reunidos en sus cavernas narrando alguna forma primitiva de cuento para ahuyentar el frío y el miedo a la oscuridad. Desde entonces, a pesar de toda la evolución humana en todos los campos, los seres humanos seguimos contándonos historias para lidiar con el peso de las horas.

El cine, el teatro, la televisión, la literatura, la música, la danza, la pintura… Aún en los terrenos más mundanos de nuestra existencia, estamos compelidos a narrar. La conversación cotidiana rebulle alrededor de las vivencias propias y las de los otros.

En ese sentido, tengo la teoría de que los venezolanos estamos viviendo por primera vez en carne propia el ser narradores de nuestras vivencias a distancia. Es cierto que lo tenemos “más fácil” que las personas que migraron en épocas anteriores, porque contamos con WhatsApp y Skype para contarnos las anécdotas desde lejos; pero también es cierto que perdemos el contacto presencial del día a día, y eso, como toda pérdida, conlleva un duelo.

Con nuestros círculos sociales repartidos en más ciudades de las que podemos contar con una mano, no sólo tenemos que lidiar con la distancia, sino con los husos horarios. Ya no se resume a la dificultad de la vida adulta de hacer una cita para tomarse algo y charlar con los amigos, sino que hemos tenido que acostumbrarnos a abrir espacios para tener una conversación telefónica, a la que sabemos que le faltan todos los encantos del vernos cara a cara. Hay historias que se mueren esperando para ser contadas a alguien en específico, porque la llamada para sólo intercambiar cotidianidades carece de sentido de urgencia.

No es que seamos los únicos que basemos una parte importante de nuestra comunicación en vías digitales, porque en realidad es un aspecto de la vida de cualquier persona que viva en esta época. Ese no es el punto. La cosa está en el cómo el devenir del país de los últimos 20 años nos ha constituido en una diáspora y todas las consecuencias que eso genera.

Noto la tristeza de mis amigos y la mía al vernos obligados a resumir los momentos, bien sean importantes o banales, a colecciones de llamadas o notas de voz; a conocer al hijo o la pareja de tu amigo, hermano o primo por una foto o videollamada… Al final, todos los que tengo lejos tienen la misma textura: lisa, como la pantalla de mi teléfono.

Sé que habrá quienes digan que hay otros problemas más importantes, pero siendo alguien a quien le apasiona contar historias no puedo evitar ver lo triste del vivir en un sistema político que influencia y cambia todo, hasta lo que nos era tan cotidiano que lo dábamos por sentado sin pensarlo.


Photo Credits: Gauthier DELECROIX – 郭天 ©

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