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Lady Bird

Lady Bird: todo lo que queremos ser, pero que aún no somos

Ser adolescente supone para muchos, la existencia de ciertas características que el mundo cinematográfico ha contribuido a difundir. Por ejemplo: que asistimos a fiestas por doquier, optamos por embriagarnos en cualquier situación, que en la secundaria encontramos el amor de nuestra vida, que para ser aceptados debemos tener un grupo de amigos populares e incondicionales, y que debemos ser amados por quienes nos rodean. Sin embargo, la realidad juvenil suele ser completamente diferente a lo que ilustra comúnmente el cine. Es por ello, que en el año 2017 llegó a la pantalla grande: Lady Bird, una película que nos introduce en el mundo adolescente y nos brinda una perspectiva que no encaja con los paradigmas a los cuales nos había acostumbrado el séptimo arte.

Lady Bird, nos retrata a Christine McPherson, una joven de 17 años que está culminando su etapa escolar, para luego empezar su vida como futura universitaria. Aunque dicha transición -la del mundo escolar al mundo universitario- parezca sencilla, las cosas no van por el rumbo hacia el cual Christine desearían que fueran. Su sueño principal es mudarse a la ciudad de Nueva York para comenzar una nueva etapa de su vida, y por fin decir adiós a Sacramento, California -lugar en el que vive y por el cual siente un profundo desagrado-. Sin embargo, las complicaciones que encuentra en su camino, son más grandes de las que ella esperaba. Un bajo presupuesto para sustentar sus necesidades en la Gran Manzana, una madre rígida que espera que su hija conserve las tradiciones hogareñas, un bajo promedio académico, son algunas de las razones que no le permiten seguir su sueño como desearía.

Más allá de esos deseos por abandonar Sacramento, Lady Bird -apodo que Christine se asignó a ella misma- es una adolescente como cualquier otra, va en busca de una identidad y desea disfrutar su juventud al igual que sus compañeros de escuela. Ella anhela vivir su adolescencia con todo lo que esto implica: diversión, alegría, lujuria, euforia y amor. Christine desea sentir que pertenece a algún lugar, que es parte de algo y que ha encontrado su puesto en la sociedad.

La historia no nos obliga a amar a Lady Bird, ni tampoco a comprender el por qué de muchas de sus acciones. Sin embargo nos lleva a identificarnos con ella, a ver reflejados en sus sentimientos, anhelos y emociones lo que también sentimos en ese período de la vida. Allí están la presión familiar, el dolor de un primer amor, el impulso de querer cambiar a los amigos o pretender ser alguien diferente solo para encajar en un estereotipo. Christine es todo lo que alguna vez fuimos o seguimos siendo en nuestra etapa de adolescentes rebeldes, es la clásica representación de quien quiere encajar, pero nunca pertenece. Con una madre rígida que le exige que sea la mejor versión de sí misma, Lady Bird trata indirectamente de complacer sus deseos, más todavía porque su hermano parece no ser ese hijo que sus padres hubieran deseado. Christine busca romper con este ciclo lleno de fracasos, quiere crear un mundo fuera de Sacramento, aunque su madre se oponga a ello.

Saoirse Ronan, quien se pone en los zapatos de Christine, logró dar vida al personaje adolescente y a cautivarnos con su interpretación, haciendo que como espectadores, lleguemos a sentir que Lady Bird también somos nosotros, toda vez que recordamos los intentos fallidos de ser lo que la sociedad quiere que seamos. Saoirse se adapta al personaje de manera ideal, de tal forma que hace que la historia ya no sea de ella, sino nuestra. En esta misma línea, se encuentra Laura Metcalf interpretando a Marion McPherson -madre de Christine-. Laura, a lo largo de la película, es capaz de hacernos cambiar la perspectiva que tenemos con respecto a su dureza, y nos dibuja el panorama de una madre cuyo único fin es el de ayudar a su hija a tener una vida mejor y a evitarle cometer sus mismos errores.

Laura al contrario de Saoirse, no busca nuestra identificación, ni pretende que lleguemos a amar a su personaje. Trata de que tomemos en cuenta su perspectiva maternal, obligándonos a ver la otra cara de la medalla y a entender cómo se siente la otra persona -en este caso, cómo se siente la madre de Lady Bird-.

Dirigida por Greta Gerwing, Lady Bird nos brinda una perspectiva alejada de la cotidianidad de las películas coming of age -películas adolescentes-, nos permite conocer con mayor profundidad lo que piensa una joven que siente frustración por no cumplir a cabalidad sus metas. Hace que nos sumerjamos en su historia hasta tal punto que nos llega a pertenecer, nos devuelve a esos años de transición durante los cuales todos deseamos ser tantas cosas, cumplir muchas otras, conocer lugares y personas distintas. Con el paso del tiempo vamos entendiendo que aún no somos lo que queremos, que no hemos cumplido lo que nos habíamos propuesto, que nos falta ir a miles de lugares, conocer a millones de personas. Finalmente, en este filme la adolescencia se puede sintetizar en todo lo que quisiéramos ser, pero que aún no somos. Además de la dirección de Greta, un aspecto fundamental en el contexto de la película es la fotografía elaborada por Sam Levy.

En este caso, Sam nos presenta una paleta con colores cálidos y tierra, que capturan la esencia juvenil de este filme, sin necesidad de que se vean demasiado saturados, para causar alguna sensación en el observador. Las tonalidades cálidas nos adentran en la época de los 2000 ‘s, ilustran esa etapa moderna durante la cual los adolescentes querían simplemente salir de fiesta y disfrutar de su juventud lo más posible. Mientras que los tonos tierra provocan un lazo afectivo con el espectador, también nos introducen en Sacramento -una ciudad que tiene mucho que contar- y nos hacen sentir en un ambiente familiar.

Con 5 nominaciones a los premios Óscar y ningún galardón otorgado, esta película logró posicionarse como una de las mejores recibidas por la crítica, obteniendo así un puntaje del 99% de aceptación, en la página de Rotten Tomatoes – la cual se encarga de la crítica del séptimo arte-. Sin lugar a dudas, Lady Bird se convirtió en la cinta del año 2017 y sacó a relucir el gran trabajo de Greta como directora, de tal manera que, aun sin haberse llevado alguna estatuilla en específico, cautivara a los críticos e hiciera que su historia llegara a los jóvenes y padres de distintos lugares.

Finalmente, este filme es la viva imagen de lo que en verdad es la adolescencia; de todo lo que en cierto momento sentimos, pero no expresamos, del miedo a la frustración, del deseo de vivir el amor y muchas veces acabar destrozados. Lady Bird es ese adolescente rebelde que llevamos dentro, que en ningún momento trata de alcanzar la perfección, simplemente va en busca de sus propias convicciones y deseos, y que a lo largo de la vida sigue fracasando, y cometiendo errores al igual que todo el mundo.

Porque en su afán de encajar, Christine, alías Lady Bird, se da cuenta de que nunca podrá pertenecer a algún lugar o ser solo una persona, pues en ella hay muchas más que una. Entiende también que ya había un lugar en el mundo para ella. Un lugar que creía que no le agradaba, pero al final descubre que, donde había cosechado las memorias y recuerdos que tanto amaba, es justo en esa ciudad: Sacramento.

«Oye, mamá… ¿Te emocionaste la primera vez que condujiste por Sacramento? Yo lo hice y quería decírtelo. Pero no hablábamos cuando ocurrió. Todas esas curvas que he conocido toda mi vida y tiendas y todo eso. Pero quería decírtelo. Te quiero».

Lady Bird (2017).

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