Mi cuarto libro, Pez, es más bien un poema de largo aliento que fui escribiendo –o mejor, tejiendo- a partir de una premisa clave: la gestación del cuerpo y la palabra como dos hechos igualmente únicos, personales, intransferibles. Nadie escribe el poema por ti; nadie tiene el hijo por ti, tampoco –aunque los últimos avances de la genética podrían desmentirme al respecto. Mientras lo escribía, se atravesó literalmente en el texto una fecha clave, el 11 de septiembre del 2001 y en adelante, al tema erótico y biológico de la procreación, se agregó el aspecto tanático, el de la destrucción y la violencia de la guerra global. Han pasado trece años desde entonces, el monumento que guarda la memoria de las víctimas se alza imponente en la zona sur de la isla de Manhattan y mi hijo Martín, el pececito, como lo llama Mercedes Roffé, cumplirá también 13 años en noviembre y se alza igualmente alto y hermoso, afirmando que la vida sigue y palpita, ahora, aquí.
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Y luego estoy aquí, tendida en el sopor del sueño
Es blanca la cama de hospital morena la enfermera que hace un rato colocó finos cables que de mi vientre viajan al monitor que preciso registra nuestro pulso
Dije nuestro a lo que es tuyo mío a lo que es de otros pero mío:
Esta ciudad irreal en su caos en el humo que arde desde el sur y en la brisa
nocturna nos entrega su mortecino aliento su fulgor
Dos columnas tenía la ciudad matizadas de venas azules como éstas que
recorren mis piernas
Las piernas de la ciudad eran dos torres su centro una colmena repleta de
gente moviéndose como te mueves tú que nadas en mi río
Pero ellos nadan en la agonía de su suerte en fragmentos y esquirlas
desplazados
De una torre a la otra de una cúspide ardiendo a la segunda: brilla el fuego
interior de las múltiples voces de todas las naciones de lenguas extranjeras
que en mi único cuerpo se confunden:
Ardiente magma inadvertido gólem que no del barro nace sino de las cenizas:
Se calcina la carne en la ciudad las abiertas ventanas al vacío inmolan o
disparan gruesas formas que en la amplitud del aire son apenas oscurecidos
dardos negras aves en picada hiriendo el pavimento
¿Cómo huele la piel cuando se incendia qué se hace el cabello todo en flamas
cuánto pesan los cuerpos estrellados?
¿Quién habrá de sacarnos de la aflicción de la isla? ¿Cuándo hemos de volver
a la tierra del moro la tierra del hebreo la tierra del hispano a la tierra
africana? ¿Cómo cuándo por dónde navegar a esa tierra que fluye leche y
miel?
Paciente como una letanía mi hijo aletea en el fondo de mí luego se escurre.
Algo ensombrece la pantalla de manchas púrpura. Surgen como espirales en
el close-up y tiemblo
Aquí todo es asfixia bebé lengua en pena bebé un cianótico gesto impidiendo.
Arde la sed exenta de palabras exento de fluidos se nos agota el aire
Se evapora el agua de ese río se transforma y trastorna se hace sangre en la
tierra el agua de ese río
El gran río que arrastra entre su oleaje metáforas de vida a esta hora arrastra
sin embargo dislocadas falanges vagos torsos rasgadas pantorrillas que por
su lecho avanzan
Légamo tálamo limo: ¿qué se hará dime entonces el polvo de la tierra
adónde volverá?
(De: Pez)
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Ahora tú y yo juntos hemos de remontar el río de la muerte
Mi cuerpo dispuesto al sacrificio se tiende en esta ara de metal que es la
camilla helada en su quietud pero ardiente en el fluir que recorre mis piernas
Agua agua que se desliza brota de mi interior y se derrama
Huele a materia humana al miasma mineral que ha de traerte aquí a mí
dormido despierto
Tu cuerpo solo viaja nada empuja hacia el canal abierto de mi carne
Tu cabeza de pronto colocada
Respiro respiramos violencia en la ranura vertical luego la huida:
Huyes huyes de mis entrañas de sus crípticas vueltas que semejan una oscura
ciudad amenazada
Apareces despuntas y desatas el oblicuo cordón de nuestro pacto
Hijo mío naciente el esperado al fin eres por fin habrás de ser las formas que
intuí cuando anidabas
Y es tu pecho húmedo contra el mío la evidencia del erótico pulso de la sangre
crecido en mí y recreado a mi imagen y aun mi semejanza
Un sosías de mí y también otro semejante al padre y a la madre semejante a la
especie que repite el constante el dulce apareamiento
Etéreo cielo altas humaredas que en el día de hoy juntos celebran al
anunciado infante ya nacido
Apaciguado está un instante el caos y ya asoma en el cieno una flor y en los
escombros la palabra cumplida el nuevo fruto la música ventrílocua y canora
Pez que en silencio encarna y se aposenta infinito y minúsculo milagro río de
cromosomas anudado por el azar el tiempo y la memoria:
Eres porque te sueño y te acaricio te imagino y modelo y en ti nazco
(De: Pez)