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Paola Maita
Photo Credits: Chris ©

La vida normal

…para que te vengas y tengas una vida normal.

¿Una vida normal? Hace unos días, S., mi esposo, remató con esas palabras una frase en medio de una conversación por WhatsApp, mientras hablábamos de nuestros planes.

Quizás para otras personas que no hayan estudiado Psicología, la normalidad les puede parecer un concepto simple. En mi caso, una de las tantas cosas que esta carrera me hizo mirar diferente fue todo lo que creía saber sobre “lo normal”. En el pensum de donde estudié, discutimos durante todo un semestre sobre lo que es normal y esperable antes de estudiar lo patológico.

Podría parecer una tontería innecesaria, pero ahora le pregunto a quién sea que esté leyendo esto, ¿Qué es la normalidad? ¿Lo que más se repite? ¿Lo que funciona? ¿Eso que siempre hemos hecho?

una vida normal. ¿Y es que acaso puedo decir que en mis casi 30 años he tenido una vida normal? ¿Es realmente normal que en mi país sólo me queden menos de 5 amigos? ¿Que tenga 12 años despidiendo personas con las que he crecido, estudiado y amado? ¿O que pueda calcular en menos de 30 segundos qué hora es en muchos lugares porque no sé si es imprudente escribirle a alguien que quiero en un momento determinado? ¿Y qué tal que de los casi 8 meses que tengo de casada, he vivido 3 separada de mi esposo porque estamos en esto de emigrar y no podemos hacerlo los dos al mismo tiempo? Sé que no soy la única venezolana que se pregunta esto. He leído a alguien más que también se lo ha planteado recientemente, quizás con más arte y poética que yo, pero las preguntas que la acechan son esencialmente las mismas.

Mi profesora de Psicopatología I, la materia en la discutíamos la normalidad, quizás diría que estadísticamente esta es la vida normal pero no desde lo funcional. Para pesar de cualquiera que haya nacido en estas latitudes, se ha convertido en normal pensar que un plato completo de pabellón criollo es casi tan exquisito como podría ser comer caviar en otros lugares; o aceptar sin reaccionar incendiariamente el que se convoquen a unas elecciones presidenciales sin fecha definida, vetando partidos con procedimientos administrativos absurdos y modificando las reglas de tal manera que sólo favorecen a la minoría de los que ya están en el poder.

Para mí se ha vuelto normal transformar las cantidades de dinero que me pagan a kilos de azúcar, carne, queso, pollo o cartones de huevo. Si yo le dijese a un colega de otro lugar que no esté al tanto de la situación venezolana, le parecería completamente anormal. Como psicólogo, cuando he llegado a escuchar que otros paisanos tienen esa misma costumbre, sé que no es normal desde lo psicológicamente esperado, pero ¿Cómo decirle que eso no está bien cuando todos los que le rodeamos andamos en lo mismo?

Por otra parte, S. me dice que afuera me espera “una vida normal” y sé que lo hace con una buena intención, pero también hace que me pregunte, ¿Acaso la vida del inmigrante se convierte en algún momento en algo normal? Tuve la fortuna de crecer rodeada de inmigrantes de lugares comunes como Argentina, España o Italia, pero también de otros lugares menos frecuentes como Nigeria o Guyana, y jamás se me ocurrió preguntarles si alguna vez se llegaron a sentir normales aquí en Venezuela, y si era así, qué significaba para ellos.

Quinientas palabras después, y sigo sin saber qué es la vida normal. No sé si será esta degeneración de país en la que he vivido desde el momento en el que nací, porque la Venezuela que conozco es una que está en crisis perennemente; o si será mi futura vida de inmigrante, una donde tendré que probar mi valía constantemente, habiendo el riesgo de que me traten en algún momento como una ciudadana de segunda, pero al menos tendré la certeza de que mi sueldo no equivaldrá a unos pocos kilos de azúcar.


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