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La vida no es un mueble de Ikea

NUEVA YORK: Aunque así lo parezca, aunque en todas mis clases de yoga escucho que hay que vivir el momento, aunque con el tiempo haya entendido que nada es para siempre, tampoco todo es desechable como la vida moderna nos invita a asumir, la vida no es un mueble de Ikea.

Acabo de pasar por una lavandería y observé las más de 25 bolsas de ropa limpia en espera de ser recogidas por sus dueños y dueñas que al igual que yo dejamos hasta darnos cuenta que no tenemos qué ponernos o hasta tener un momento libre, que por lo general coinciden forcivoluntariamente. De todas las bolsas, algunas eran destinadas a su oficio, almacenar pequeñas cantidades de ropa sucia para llevarlas a su destino y el resto eran bolsas de Ikea.

La imagen me hizo darme cuenta que la mayoría tenemos más de alguna de esas bolsas gigantescas a las que les cabe todo o casi todo. En muchas, sino es que en todas mis mudanzas en Nueva York, han sido mi salvación para transportar todo aquello de lo que puedo prescindir pero sigo llevando conmigo por alguna razón.

La misma escena me recordó que ya van a ser 3 años desde que me separé y decidí comenzar de cero. Durante 3 meses dormí en un colchón inflable que todos los días me hacía amanecer en el suelo, física y emocionalmente, y aún así fue una época en la que la fuerza de quien me cobijaba y el amor de la gente a mi alrededor me permitían evadir cualquier queja, no era momento para dramas.

Cuando me mudé al primer cuarto que renté pensaba que todo sería más fácil de lo que en realidad fue. La primera noche dormí en el suelo tendida sobre una sábana nueva que compré con lo que me quedó de la primera renta, el depósito y la mudanza y me sentí la persona más valiente y fuerte del planeta. En aquel momento no me importaba nada más que desafiar la caída de un sueño roto.

Cuando pude y con el apoyo de mi familia poco a poco me fui haciendo de mis propias cosas, desde mi dignidad hasta un juego de tenedores, una cama y dos mesas de noche, de Ikea por supuesto.

Me tardé dos semanas en armar mi cama.

Primero hice una convocatoria pública en las redes sociales para pedir ayuda, no tenía qué ofrecer a cambio más que pizza, cerveza y asistencia técnica. Recibí ofrecimientos, pero casi todos del sexo opuesto con una silente pretensión de estrenar la cama. Estaba recién salida de una relación en la que mi orgullo había sido vulnerado y en un ataque de independencia mandé a todos al carajo y decidí armarla yo sola.

El primer error, que más bien fue aprendizaje, fue creer que aquel espacio sería permanente. Estaba tan urgida por tener una guarida propia y había sido tan larga y exhaustiva la búsqueda que pretendí hacer de aquel espacio un templo. Como niña consentida que siempre fui, pese a las lecciones de humildad que la vida me estaba enseñando, ordené en línea la cama más bonita, y la más grande del catálogo. Además mi mamá me regaló las mesas de noche que hacían juego y me alcanzó para una mesa y dos bancos para escribir y comer. Quería tener una casa adentro de un cuarto, quizás en mi mente, la casa que había perdido y esperaba reconstruir.

Fueron más de 300 piezas en total, no recuerdo el número exacto pero me tardé muchísimo en armar todo aquello que ni siquiera cabía. Cuando por fin puse todo en su lugar (o casi todo, porque me sobraron 7 piezas), tiré el colchón que pude comprar semanas después y me fui de boca directo al suelo con un palo de metal atravesado entre mis piernas. Ni el sitio web de Ikea ni mi inexperiencia me recordaron que necesitaba de una base. Otro par de semanas de espera hasta que por fin lo logré. La cama aguantaba conmigo y con mi gata, las pocas visitas fugaces que la disfrutaron recordarán que no era tan estable como parecía.

Todo bien, era parte de la aventura de comenzar de cero. Lo que no sabía es que en la vida toca muchas veces comenzar y allí vino el verdadero encuentro con la realidad. Me tuve que ir de allí por motivos que algún día contaré y logré salvarlo todo menos mi cama y a mi gata. Lo segundo es lo que más me duele pero no tengo aún la fortaleza para aceptarlo así que prefiero escribir sobre la cama.

De aquel santuario hermoso no quedó nada más que tablas de playwood que ni la basura quiso llevarse y tornillos torcidos por mis martillazos. Los únicos que se salvaron fueron los 7 que me sobraron. Me puse el colchón al hombro y me fui una madrugada reconociendo que la vida continuaba. Hasta la fecha todavía duermo en ese colchón.

Muchas cosas han pasado en tres años, el balance es bueno porque el aprendizaje ha sido enorme, pero hoy que me detuve en la vitrina de la lavandería y al ver las bolsas azules de Ikea me di cuenta que falta mucho por recorrer.

La vida no es un mueble de Ikea, no es algo que se ensambla con un manual de instrucciones escrito en lenguajes que no entendemos ni es tan fácil como parece. Cada situación, cada estado emocional, cada dolor, cada alegría son piezas que se labran a mano, con cuidado, con delicadeza y también con firmeza. Incluso cuando es momento de avanzar, de detenerse y de dejar ir, nada en nuestra vida es un desecho que se deja en la puerta de la casa en espera que sea útil para alguien más.

En todo caso, vale más la pena ir despacio, construir la vida con cariño y con errores posibles de enmendar porque el manual está en nuestras decisiones, en las experiencias, en aprender a pedir ayuda, a medir las fuerzas y a encontrar un lenguaje propio que nos permita entender las instrucciones que el balance entre nuestros propósitos y nuestros principios nos da para ensamblar los sueños.

Vuelvo a mi habitación y veo el colchón que desde hace casi tres años me he puesto al hombro 7 veces y estoy dispuesta a cargarlo 7 veces más o a dejarlo ir si es necesario. Veo también la bolsa pequeña que ahora intento llevar a la lavandería por poquitos, como intento llevar mi vida también.

Tengo guardada una bolsa azul de Ikea donde ya no caben las cosas de las que puedo prescindir porque no existen. Tengo todo lo que necesito y soy yo y la gente que deseo en mi vida y la apertura para las que estén por venir. El resto, es material que he venido acumulando para reciclar y seguir construyendo, a veces para hacer versiones mejoradas de lo que más me gusta y otras para reinventar.

Ésta ciudad nos vende la idea que siempre podemos y que además debemos comenzar de cero, porque aparentemente sale más barato y es más práctico, que la vida hay que vivirla rápido y eficazmente. Todo aquí está a la mano pero eso no lo hace accesible ni duradero. En la próxima mudanza seguro me despido de los tres muebles que me quedan y la siguiente vez voy a hacerlo a mi manera, la que la intuición me dicte y la razón me guíe. La vida no es un mueble de Ikea y las bolsas azules sólo sirven para todo lo que se acumula que al final es peso del que toca liberarse.

Y ésa es mi crónica de un instante frente a la lavandería. La vida está en todas partes.


Photo Credits: Aslak Raanes

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Carlos Ramirez
Carlos Ramirez
9 years ago

Siempre interesantes y bonitas tus publicaciones Gabriela, esta me toco mucho, porque fue lo vivido tambien, se que es dormir en un colchon pero en una sala y esperar que todos se vayan a dormir, para poder dormir, a veces tratar de domir con gente fumando y tomando porque debes trabajar a la manana siguiente. Tratar de armar tu cama, y pedir ayuda, al final lo hace uno mismo, recuerdo tus mensajes de ayuda para armar una cama, se usar piezas de mano que giran a mas de 300,000 revoluciones por minuto y cortar de mas el diente, se usar… Seguir leyendo »

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