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Juan Luis Landaeta

La vida misma: los pasos

Es vasto el silencio que nos envuelve. Una certeza sentida nos rodea como una presencia invisible, palpable, absoluta. Basta extender las manos y las piernas sobre una escalinata para saberlo: en un instante frente al lago, cambiamos. De un instante a otro, un gesto, una flexión mínima de las rodillas, todo se mueve de sitio. Al levantarnos, y volver a respirar de pie, daremos un primer paso siendo otros.

Ahora el silencio y no la soledad, nos compone. Éste, que va calando distraído, es la forma más simple de vernos, como un reflejo sobre la superficie del agua. Absortos, la única intervención posible es el chapoteo de un pez inmenso, que emerge, salta de golpe para alcanzar algo. Ante nosotros un lapso tibio de luz consume apacible el cielo de la tarde. La noche, en la distancia los faros de El Retiro, encuentran su sitio. Una luna grandísima, que arde entera desde ayer, coincide con nosotros por solo unos segundos. Se muestra tras las extrañísimas copas ralas de los árboles. Apenas pasamos, se torna fugaz. Es imposible voltear o volverla a ver.

A nuestro avance lo acompañan sus párpados veloces y un litro de agua. Ella consulta el contador de pasos del iPhone y arroja una cifra: 16.000. La suspensión entera se despeja cuando se encuentra frente al símil de una boca. Madrid y su ciudad entera restan en el contacto profuso de dos rostros. Hemos llegado. Es vasto el silencio que nos envuelve.

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